ARTE
Teresa Lanceta: «Me siento atrapada por el acto de tejer»
El MACBA rescata y visibiliza el trabajo de una Teresa Lanceta, pionera en España del arte textil contemporáneo, que imbrica con otros creadores y otras disciplinas
Es esta –ahora, en el MACBA; en otoño, en el IVAM– la mayor retrospectiva hasta la fecha de Teresa Lanceta (Barcelona, 1951). Ella es una de las máximas representantes del arte textil en Cataluña (y España), al que llegó por intuición y con el que ... no sucumbió a los embates del conceptual en los setenta, que diluyó la pujanza de la técnica. En su caso ,este cristalizó en sus presencias en Sao Paolo (2014) y Venecia (2017), años en los que se combina con otras técnicas más performánticas y colaborativas que ‘tejen’ el entramado que hoy entra en los museos.
Comenzó a tejer justo cuando inicia sus estudios de Historia, no de Bellas Artes, en 1969. ¿Lo hace entonces sin la presión de que lo que hacia era considerado arte o que iba a ser realizado por ‘una artista’?
Posiblemente. Yo no tenía la conciencia de hacer algo artístico. Tampoco me planteaba si aquello era artesanía. Sabía que estaba realizando ‘algo’, pero el resultado era más bien personal, para mí misma.
¿Y por qué se empieza?
Me llamaba la atención la técnica en sí. Me gustaba su manera de hacer. Y me interesaba y me sigue interesando el material. En cierto sentido, me siento atrapada por el acto de tejer. Tengo claro que no lo hacía por divertimento, pero sí que sentía cierta intuición hacia los procesos. No lo llamaré vocación porque suena a religión, pero me atrapaban. Empecé haciendo jerseys y ponchos para vender. Así me ganaba algo de dinero. Pero eso me llevó a otro tipo de producción, otras formas de hacer.

Y esa conciencia, ¿cuándo se toma?
Va llegando, poco a poco. Y en un momento determinado, empiezo a conservar los resultados, a no querer deshacerme de ellos, a mirarlos de otra manera. Eso sucede cuando doy con una madeja de algodón específica que me evocaba otras cosas y que me llamó mucho la atención. Eso hizo que optara por conservarla: no quería usarla en jerseys o ponchos. Y no era un algodón nada refinado, sino más bien puro pero hilado, con unas irregularidades que contaban historias. Por eso lo guardo. No sabía que salida dar a aquello. En un momento determinado pienso en hacer tejido con ese material. Era una manera de hacer un homenaje a la propia madeja. Sí, creo que empecé así: sintiendo que determinado material tenía que ser rescatado; al menos, respetado. Fue una intención muy inocente. Poco después me pasó lo mismo con determinada lana... Hay una obra de 1972 en la muestra del MACBA que se hizo con ella y, si la contemplas, ves su fragilidad. Es muy ‘nada’...
«Tejer me atrapó y lo hizo de una manera radical, absoluta, más allá de los resultados y las consecuencias». ¿Tejer es como viajar, no es tan importante el llegar al final cuanto los procesos?
Eso es. Además es un proceso que me aporta muchísimo. Y me gusta respetarlo. Mis dibujos, mis composiciones se basan en lo que este va marcando y sus posibilidades de expresión.
Eso significa que no parte de bocetos.
Nunca. De hecho, los dibujos que tengo y que tienen que ver con los tapices siempre los he creado a posteriori, solo cuando he llegado a unas conclusiones sobre la composición o el proceso. La síntesis y el camino se desarrolla siempre en el telar.
¿Y qué tiene de político tejer?
No creo que pueda aconsejar a nadie que teja, porque el tejer sí que tiene mucho de político. Así lo siento. Y siempre pensé que si lo que hacía en algún momento no servía para nada, si estaba enfilando un camino equivocado en cuanto al arte o la creación, no importaba: alguna salida encontraría, algún sentido tomaría en el futuro. Por esa razón, mi punto de vista ha sido también siempre muy ecologista y, por ello, político, en tanto que reconocía cierta autonomía en los resultados, independientemente de como estos fueran. Y porque reivindicaba otras formas de hacer, otro tipo de lenguaje que, si bien no se ha dado en Europa como proceso artístico, sí que ha ocurrido así en el resto del mundo. Es universal.
Esta es su retrospectiva más amplia hasta la fecha, pero no se organiza tanto por tiempos como por espacios. Del Raval al Atlas, y vuelta a empezar. Empecemos por lo más próximo: ¿Cómo ha sido esa vinculación con el barrio barcelonés?
Yo he vivido muchos años en el Raval, en distintas épocas. Viví de los 20 a los 36 años, cuando llego a Barcelona con la excusa de estudiar en la universidad, un periodo básico en el que te desarrollas como individuo, marcando mi propio camino, lejos del que había pensado mi familia. Entonces, el Raval no se llamaba así, era el Barrio Chino, al menos una parte de él, y me gustó por su vitalidad. Una de las cosas que más me llamó la atención fue la fiesta. Entonces, en la zona había muchos tablaos, muchas salas flamencas. Viví con una familia que se dedicaba a esto, así que disfruté la fiesta de manera intensa, sin dejar de lado mi vida de estudiante [ríe].

¿Acabó la carrera entonces?
Sí, la acabé. Pero tampoco sabía que hacer con ella, cómo ganarme la vida con ella.
El caso es que su relación con El Raval continúa: una de las últimas salas de la exposición propone un mapa digital actual del mismo.
El Raval ha cambiado muchísimo pero sigue manteniendo esas peculiaridades que lo han caracterizado siempre. Volví después para trabajar en un par de escuelas en el barrio. Vivía en Alicante, pero vine cada semana durante siete años. Luego, una vez al mes. Ahora, por el covid, la preparación de la exposición se ha dilatado mucho y también he pasado más tiempo aquí. He vuelto al Raval, aunque sea a través del trabajo, para descubrir que todo ha cambiado sin que haya cambiado nada. La inmigración ya no es la de las chabolas del Campo de la Bota o el Somorrostro, tampoco es andaluza, pero sí de países lejanos, Pakistán o India. Hay mucha vitalidad porque la inmigración atrae a mucho joven y muchos niños, y también esta especie de amor al barrio y de tolerancia extrema que no he visto en ninguna otra parte de Barcelona ni en otras ciudades, y mira que he vivido en lugares. Ahora encuentro El Raval como una zona más problemática, pero estos vaivenes son naturales. Es posible que la razón sea la pandemia que hemos pasado, o la crisis económica, pero veo al barrio muy castigado. Allí hay edificios magníficos, en los que vive gente con muchas posibilidades, pero mucha pobreza también.
Hábleme de ese tapiz digital sobre el Raval.
Hemos generado una especie de plano del barrio disponiendo las telas que he hecho sobre el mismo como si fueran calles. El resultado final no es ortogonal, sino generando callejuelas que no siguen una línea recta y que pueden verse por un lado y por el otro, y que acaban en tapices que contienen el nombre de calles en las que yo viví en El Raval.
Hablan las comisarias de su necesidad de hablar de lo roto. ¿Cómo se entiende lo roto por parte de alguien que teje, que junta fragmentos?
Siempre me ha interesado esa ruptura en las telas, no en los tejidos. Siempre me ha seducido el zurcido, incluso como imagen, y cuando era pequeña, que lo de llevar parches era muy común, yo encontraba en los de los campesinos una belleza peculiar. De hecho, la exposición incluye también un pantalón parchado que me prestó La Trinchera. Creo que mis telas pretenden remediar lo roto, recomponer lo descosido. Por eso no tiendo a acabados perfectos y resalto la visibilidad de lo imperfecto. Además, forman parte de mi personalidad porque yo soy una persona muy poco paciente y he tenido que aceptar que jamás lograré un acabado limpio.
¿Es en este contexto del Raval o en el del Atlas dónde empieza a cuestionarse el concepto de autoría, de experiencia compartida?
En realidad fue desde el principio, porque desde entonces quise acercarme al tejido popular, rememorarlo. En ese sentido, tenía que estar atenta al trabajo ‘del otro’. Pero sí que es cierto que es en el Atlas Medio en el que de una manera consciente traigo a ese otro a mi producción pero respetando su terreno. Por eso yo remarco su lenguaje y su técnica, situándolo al mismo nivel. No son parte de mi obra sino el lugar del que mi obra parte.
La muestra permite comprobar que, aunque ocupa un lugar destacado, lo textil no ha sido su única producción. En el redescubrimiento de su figura, ¿el hacer hincapié en lo textil sigue ocultando otras de sus facetas?
Son facetas que han llegado relativamente tarde. Son recientes si tenemos en cuenta que ya tengo una edad. El dibujo lo cultivo desde el año 2000 y lo audiovisual probablemente desde 2009. Se han ido incorporando poco a poco y han ido adquiriendo un cuerpo propio, que, como el tejido, ha ido ocupando un espacio. Aquí, han sido las comisarias las que han hecho hincapié en que estuvieran presente porque, aunque minoritarias, pueden tener futuro. Son cosas con las que me apetece continuar.
Me viene a la memoria otra grande del textil, Aurèlia Muñoz, que con la edad tuvo que cambiar de materiales: ella tendió a ‘tejer’ con el papel. ¿Usted nota el paso del tiempo de igual forma?
A mí no me ha pasado aún algo similar. Conozco el trabajo de Aurèlia, me gusta, la conocí personalmente. Si yo he introducido cambios es porque he llegado a otras conclusiones, porque he querido indagar otras cuestiones. Cada técnica aporta siempre unas herramientas y unas respuestas. Da pie a formular preguntas distintas. Y me siento rodeada de vídeo y de audio en esta sociedad. Este último me interesa mucho. Todavía no me pesa la edad en el trabajo...

Que conociera a Aurèlia dice mucho de la existencia de un contexto en torno al textil y no tanto de la presencia de figuras individuales.
Yo empecé en 1970. Por entonces, en Cataluña, de donde soy, ya había todo un círculo centrado en el arte textil, no sólo Aurèlia Muñoz. El problema es que luego, por muy diversas razones, no continuó. Pero yo participé en una exposición muy importante en Gerona que recogió a mediados de los setenta todo el tapiz catalán.
¿Qué ocurrió?
Yo creo que fue un grupo que no supo romper el cerco que levantaban las tendencias predominantes. Son los años del empuje del conceptual catalán, y su mensaje, aunque potente, quedó eclipsado. La generación de Àngels Ribé o Fina Miralles se termina imponiendo. El textil no supo mantener el pulso y las galerías de arte no estuvieron por la labor de seguir apostando por él. Además, creo que la cuestión se politizó un poco.
Hay salas y proyectos en el recorrido que ponen de manifiesto su interés en la oralidad. ¿Hablar, narrar, es tejer con palabras? ¿Ese es el punto de conexión de un trabajo y otro?
Sí, se puede decir así. Desde luego. Como nunca he trabajado con bocetos previos, de estas fórmulas también me interesa su improvisación. La narratividad sin esquemas es muy interesante porque me lleva a decir cosas que no tenía previstas o que no sabía que las sabía.
Subrayan también las comisarias que el potencial crítico de su trabajo reside en su capacidad para construir memoria. ¿Somos un país desmemoriado?
Somos un país en el que la memoria se ha politizado mucho. Eso es evidente. Existen dos memorias: la histórica y la humana. Yo me doy cuenta de que las historias que no me contaban, sino que oía cuando era niña, mis hermanos, mucho más jóvenes que yo, no las han oído. La memoria vital se va perdiendo. Yo quiero que todo eso que he oído se trasmita. Al menos, lo que veo que caducará. No sé si es un derecho, que seguro que sí; al menos es una necesidad que no se borre el pasado.
¿Y están las nuevas generaciones dispuestas a escuchar?
No sabría que decirte. Pero sí que veo que algunos de mis hermanos, los más jóvenes, no están interesados en historias que me interesaban a mí. Quizás a ellos les llenan más las historias de otras familias, pero no la de la nuestra propia porque perdieron el nexo con personas que no han conocido.

¿Vive el arte textil una moda que hace que todo valga? ¿Estamos recuperando con criterio?
No creo que sea una moda. Pero sí que tiene que ver con un redescubrimiento de la mujer. Nosotras entramos en el arte con nuestras propias herramientas para decir otras cosas. Ahora se incorporan de todos los países, de todos los continentes, y eso supone nuevos mensajes e influencias en los ya existentes aquí.
¿Dónde estuvieron sus influencias?
En las cosas que había en casa. En los objetos populares. En Granada... El arte utilitario era el que más me gustaba.
Habla de «arte útil». ¿Es su antónimo el arte inútil?
No [ríe]. Hay un arte útil para la vida cotidiana y un arte útil para otro tipo de cosas. El arte siempre es útil...
Establece aquí importantes colaboraciones, con Pedro G. Romero, con Olga Diego o Xabier Xalaberría. ¿Funcionan en un mismo plano que las colaboraciones con sujetos más anónimos?
He de puntualizar que con ellos no he hecho colaboraciones. Son obras de autoría compartida. Es decir, son proyectos de ambos, firmadas por ambos. Cada uno aporta lo que sabe, a veces al cincuenta por ciento, otras veces unos más que otros. Es una fórmula que he perseguido toda mi vida y finalmente la he conseguido, con su reconocimiento incluso legal.
Estamos en días previos a una nueva edición de la Bienal de Venecia. En la nota de prensa se menciona que en esos años en los que usted participó en la de 2017 se produjo un viraje en sus intereses. ¿A qué se refiere?
Esos son los años en los que empiezo a mantener de forma más estable mi relación con las otras formas de hacer y las otras tecnologías. Yo ahora recuerdo Venecia, también Sao Paulo en 2014, muy gratificante, pero en las que te das cuenta de que eres pequeña. Yo tenía enfrente a Anri Sala en el Arsenale. Su obra era preciosa. Él muy conocido, yo no era nada. Me sorprendió ser elegida. La comisaria apostó por mí sin conocerme personalmente.
La exposición no me ha dejado mucho tiempo. Acabo de terminar la coautoría con Leire Vergara. Hay una parte en ella de escritos que posiblemente sea lo último que haya hecho. También la pieza del Raval, que comenzamos en 2019. Son muchas telas y muchos tapices.
Le hago la pregunta de otra manera, ¿qué le gustaría hacer?
Pues como no puedo cantar, ¡me gustaría hacer poesía! [ríe]. Bromeo. Ser poeta es muy difícil y no creo que pueda. Pero sí que quiero reflexionar un poco, escribir un poco más. El catálogo incluye dos textos anteriores que no había publicado aún, pero que eran interesantes. Quiero revisar otros que he dejado pendientes. Será el momento, además, de tomar el sol...
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