LIBROS

«Una temporada en Tinker Creek», la muerte en Virginia

Annie Dillard es una de las primeras mujeres que decidió poner un pie en la Naturaleza más extrema y contarlo con una maestría que va de lo sublime a un «realismo sucio»

Annie Dillard recibió en 2015 la Medalla Nacional de las Artes y las Humanidades de manos de Barack Obama. En la imagen, un momento del acto

Nadie que lea este libro será al final la misma persona que lo comenzó . Sí, así es de bueno. Tal es su fuerza. Pero comencemos hablando de esas cosas que se dejan para el final, o de las que no se habla. La ... primera, la traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara, un asombro continuado, una maravilla deslumbrante. Qué raro encontrarse con un traductor que posee verdadera sensibilidad para las palabras, que sabe hasta dónde arriesgarse, capaz de un verdadero acto de poesía y creación. La segunda, la calidad de la edición de Errata Naturae en esta época en que muchas de las grandes editoriales de todo el mundo recurren a la edición digital más barata, con papel de deshecho y tipos borrosos o deformes. Este es un volumen cosido que se abre cómodamente, editado en buen papel y con tipos claros y nítidos en la imprenta Kadmos de Salamanca, una favorita de los que apuestan por los libros de calidad.

Sólo conocía un libro de Annie Dillard , su ensayo dedicado al arte de la ficción, que siempre me ha parecido uno de los mejores libros que se han escrito sobre este tema. También allí hablaba de una cabaña en medio del bosque, de la soledad , de la naturaleza, del frío, de escribir con mitones. Pero »Una temporada en Tinker Creek» es mucho más de lo que uno podría imaginar incluso después de conocer el altísimo nivel de Dillard como escritora, incluso si uno espera un magnífico ensayo sobre la vida natural en la estela filosófica de Thoreau.

Es cierto que acabo de terminarlo y estoy todavía como un poco borracho, ebrio de aire y corrompido por el rocío, como diría Emily Dickinson , pero creo que «Peregrina en Tinker Creek», que sería una traducción literal del título (aunque no mejor que la actual) es uno de los libros más hermosos que he leído nunca, un viaje espiritual de una intensidad a ratos casi insoportable que levanta el alma y la hunde por las regiones más luminosas y las más oscuras, escrito con un nivel de inspiración que sitúa a Annie Dillard entre los más grandes escritores vivos.

Este libro de Dillard es un viaje espiritual que levanta el alma y la hunde por las regiones más luminosas y las más oscuras

¿Cómo puede ser tanto y dar tanto y decir tanto un libro que trata sobre las observaciones de la naturaleza de una escritora que vive a la orilla de un arroyo de Virginia? En realidad, los animales y plantas y los fenómenos naturales observados alrededor del Tinker son sólo un punto de partida: el verdadero tema del libro es la vida en la tierra, su extensión, su funcionamiento, su complejidad, su sentido . El libro está lleno de referencias librescas que van desde los romanos hasta los románticos, desde las leyendas esquimales a la Biblia.

Poesía con datos

Contiene además una asombrosa cantidad de datos, incluso de cifras, y no conozco a nadie capaz, como Annie Dillard, de hacer verdadera poesía con los datos estadísticos. Dillard alcanza fácilmente las alturas místicas , y se mueve entre ellas con una elocuencia imposible de olvidar, pero en ella, como en Thoreau, lo místico va unido a la observación científica, y hay en el libro tantos pasajes tan puramente poéticos como digresiones meticulosas de la vida en el microscopio, tantas metáforas radiantes y visionarias como ese tipo de información escrupulosa y técnica que esperamos de un biólogo. Y todo se ilumina mutuamente, la mística y la ciencia, el sentido y el sinsentido, la belleza y el horror. El tema último del libro es la muerte, la decadencia, la belleza y el horror de la vida, y cómo entenderlas y cómo vivir con ellas.

Me resisto al deseo de contar de qué trata el libro paso por paso porque siento que sería como destripar una novela y privar al lector de la emoción de irlo descubriendo por su cuenta. No es una novela, pero es un viaje, y es necesario hacer el viaje completo para comprenderlo. Hay unos capítulos iniciales que son verdaderas joyas, especialmente «Ver», que toca uno de los temas que más me han interesado nunca, y «El presente».

Si Emerson afirmaba que la naturaleza era la verdadera maestra (del arte, de lo espiritual, del lenguaje), vemos cómo en estas páginas Dillard se hunde, mediante la práctica continuada y dedicada de la observación de plantas y animales, en los abismos más profundos de la meditación . La desaparición de sí misma trae consigo la observación perfecta del objeto de contemplación: no otra cosa intenta explicar, mucho más torpemente, Patanjali en sus «Yogasutras» . «Intricación» es otro capítulo insólitamente brillante, donde hay extensos pasajes que me recordaban por su intensidad al «Libro de Job» o al principio del «Eclesiastés». Su tema, uno de los favoritos de Borges, es la inmensa complejidad y abundancia del mundo real. ¿Para qué tantas cosas? ¿Qué clase de Dios demente desearía crear un mundo así?

Olor a podrido

Nada hay puro en el mundo. Todo está podrido. Todo está pudriéndose. Los pasajes oscuros de la segunda mitad del libro son a veces duros de tragar, y uno se salta párrafos por puro asco, ya que Dillard, como todos los grandes artistas, desea anotarlo todo y verlo todo con el mismo interés, la rosa salvaje y la larva repugnante. Nada es demasiado pequeño para ella: los insectos, los seres diminutos con sus extravagantes formas de alimentarse, los horrendos parásitos que lo llenan todo. Todo está podrido pero la vida triunfa, siempre se renueva , y es una bendición, a pesar de todo, vivir en este mundo lleno de luz y de lluvia. El libro termina con trompetas de alabanza.

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