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ARTE

Tegeo, entre clásico y romántico

La rehabilitación de los pintores del XIX es asignatura pendiente de los museos. El del Romanticismo, en Madrid, lo enmienda con Rafael Tegeo

«Combate de lapitas y centauros» (1835)

Javier Rubio Nomblot

Es sabido que el trabajo de las vanguardias históricas consistió, fundamentalmente, en reaccionar contra el academicismo decimonónico , que ciertamente se ahogó en su propia y definitiva perfección técnica, y que esta tendencia a borrar de la psique aquel arte considerado agotado y decadente ha operado hasta tiempos muy recientes; podría incluso decirse que el neoclasicismo es el único período histórico del que los artistas aún hoy abominan, en tanto en cuanto representa para ellos un perfeccionismo vacuo y estéril fundamentado en una metodología, el academicismo, que obviamente es la antítesis de la didáctica contemporánea, e incluso de lo que se entiende por «arte»: nadie copiaría una lámina de una oreja, una nariz, un ojo…

Así, la rehabilitación de los magníficos pintores del XIX es la eterna asignatura pendiente -la mayoría de sus obras permanece en los almacenes de los museos-, y buena prueba de ello es que esta exposición que ha organizado el Museo del Romanticismo es la primera monográfica dedicada a Rafael Tegeo (Caravaca de la Cruz, 1798-Madrid, 1856), un pintor neoclásico prácticamente desconocido, escasamente valorado en vida debido precisamente a su temprana adscripción al movimiento romántico e inmediatamente olvidado tras su amarga muerte.

Un espíritu «poco agitado»

La primera monografía del artista no se publicaría hasta 1925 y, en ella, el crítico Antonio Méndez Casal decía que «Rafael Tegeo ha sido uno de los pintores más dignos de estudio, de la primera mitad del siglo XIX. Espíritu reconcentrado, no se agitó, no gesticuló, no vivió romántico . De ahí que su vida se haya deslizado sordamente, de manera penumbral, dejando tras de sí unas cuantas obras, lanzadas con el entonces necesario acompañamiento de trompetería. A los veinte años de la muerte, el eco de su nombradía artística casi se había extinguido. Quedaba solamente una especie de confuso rumor, que algún espíritu alerta había de recoger».

Pero no fue así hasta 1999, cuando Juan Carlos Aguilera Rabaneda publica Rafael Tegeo, un pintor en la encrucijada , biografía seguida en 2012 de Rafael Tegeo. Del tema clásico al retrato romántico , de Páez Burruezo , si bien Tegeo fue incluido en todas las revisiones importantes del Neoclasicismo que se llevaron a cabo a partir de los noventa, especialmente desde el Museo del Prado, que es de donde provienen la mayoría de las obras expuestas.

Rafael Tegeo fue valorado fundamentalmente por sus retratos (fue retratista de cámara de Isabel II), y especialmente por los que realizó en su última etapa, situando a sus modelos en paisajes románticos . A ellos les han dedicado la primera sala los comisarios de la muestra, Carlos G. Navarro y Asunción Cardona Suanzes , directora del museo y autora del ensayo principal del catálogo, que pasa así a ser la cuarta y más completa monografía del artista. El resto de obras, una treintena, se distribuyen por las diversas estancias de la pinacoteca mezcladas con las de la colección permanente, destacando entre las de carácter religioso que se exponen en el oratorio La Virgen del jilguero , obra realizada durante la decisiva estancia de Tegeo en Roma y adquirida por el museo hace unos años. Por último, se presenta un espectacular conjunto de cuadros de Historia: Ibrahim-el Djerbi, o el Moro Santo, cuando en la tienda de la marquesa de Moya se intentó asesinar a los Reyes Católicos (1850), procedente del Palacio Real, es su obra más famosa. La acompañan pinturas singulares, como Hércules y Anteo o Combate de lapitas y centauros , ambas de 1835.

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