LIBROS
Talleyrand, extranjero de sí mismo
Xavier Roca-Ferrer nos obsequia con una gran biografía del intrigante y amoral diplomático francés Talleyrand
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Iniciar sesiónCuando se afirma de alguien que es «raro, temido y considerable», ¿nos hallamos ante una alabanza o una crítica? La definición de Victor Hugo sobre Talleyrand no admite debate : «Noble, ingenioso, todo cojeaba junto con él. La nobleza, el sacerdocio, el matrimonio, su ... talento, que deshonró con su bajeza». En la tradición occidental, es preciso reconocerlo, hay pocos seguidores tan constantes de esa máxima de la modernidad consistente en la absoluta carencia de principios morales. A veces, se superó a sí mismo. Joven clérigo, luego obispo de Autun, para hacer méritos escribió un impecable informe sobre los bienes inalienables de la iglesia.
Tras la revolución, iniciada en 1789, se pasó al bando opuesto . Propuso y consiguió la expropiación de sus bienes y miró a otro lado mientras perseguían a sacerdotes pobres y santos. Su participación, años después, en un espantoso crimen de Estado, el secuestro y fusilamiento del realista duque de Enghien, opositor de Napoleón, fue resumido en una famosa frase: «Ha sido peor que un crimen. Ha sido un error». Que fuera o no suya carece de importancia. Su filosofía de la política y de la vida están ahí. Nacido en París en 1754 y muerto en la misma ciudad en 1838, rodeado de la aureola de fascinación y temor que siempre le caracterizó , Talleyrand fue autor de unas memorias, que recuerdan la famosa máxima «vive de tal modo que tu vida constituya una obra de arte».
Perspectivas múltiples
Xavier Roca-Ferrer nos ha obsequiado una biografía magistralmente escrita, perfectamente investigada y cruzada por perspectivas múltiples, que alumbran lo sustancial, las contradicciones del personaje . El subtítulo, «el diablo cojuelo que dirigió dos revoluciones, engañó a veinte reyes y fundó Europa», se ajusta a los 34 breves capítulos y al epílogo. Merece la pena destacar para quien se aventure, nunca mejor dicho, en la exploración de cierto tipo de mentalidades de «sujetos modernos», esas que padecemos todos los días, que Talleyrand sacó partido de sus múltiples defectos y disfrutó cuanto pudo de sus numerosos vicios.
Sacó partido de sus múltiples defectos y disfrutó cuanto pudo de sus numerosos vicios
No queda claro, nos señala el autor, que su característica cojera fuera accidental o genética. No le impidió ejercer una increíble fascinación sobre hombres y mujeres. Como la condesa Adelaida de Flahaut (madre de su único hijo); la duquesa de Curlandia, su gran amor; o su única esposa legítima, Catalina Grand, por el apellido de su primer marido, del que se divorció para casarse con Talleyrand, obligado a hacerlo por Napoleón, aunque nunca la quiso.
Amor/odio a Napoleón
Su biografía se confunde con la historia de Francia. La convocatoria de los Estados Generales le dio la oportunidad de mostrar su talento y, quién sabe, si promover reformas razonables hubiera evitado la catástrofe revolucionaria. Las relaciones con Napoleón, que pasaron de la fingida fascinación al odio numantino, tratadas con maestría por el autor, muestran al lector la carroña moral de la que estaban hechos ambos personajes. Las páginas dedicadas a la relación de Talleyrand con España son conmovedoras y aleccionadoras, pues vienen a probar una tesis historiográfica reciente. Napoleón se equivocó con la invasión de la península Ibérica, pues se dejó llevar por estereotipos y prejuicios. Es que los malos libros hacen mucho daño.
Otra conclusión de esta biografía suscita el poder magnético del resentimiento, la emoción brutal y salvaje de alguien como Talleyrand que, pudiendo hacer el bien, casi siempre eligió hacer el mal.
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