LIBROS
La «Toy Story» de Kazuo Ishiguro
Un robot de nombre Klara protagoniza la última novela (primera desde que recibió el Premio Nobel) del escritor británico de origen japonés
Rodrigo Fresán
La faja que envuelve a la edición en español de Klara y el sol (séptima novela y primera desde Kazuo Ishiguro desde que recibió el Nobel en 2017 ) reproduce un fragmento de la citación de la Academia Sueca en la ... que se destaca que «ha descubierto el abismo bajo nuestro ilusorio sentido de conexión con el mundo a través de una gran fuerza emocional». Poco tiempo después, recogiendo el premio en Estocolmo, Ishiguro (Nagasaki, 1954) apuntaba que «las ficciones pueden entretener, en ocasiones enseñar o polemizar sobre algún tema. Pero para mí lo esencial es que transmiten sentimientos , que apelan a lo que compartimos como seres humanos».
Y de eso exactamente trata Klara y el sol : del abismo de las ilusiones ficticias que, en ocasiones, devienen en lo que nos conecta con nuestros sentimientos más fuertes . Y es juguetona y didáctica y cuestionadora. Y -sorpresa o no tanto- la protagonista escogida por Ishiguro para hacer funcionar todo el asunto es una AA: una memorable y memoriosa Amiga Artificial especializada en el cuidado de niños. El concepto del robot amable y amoroso no es nuevo: allí estuvieron hace mucho Isaac Asimov y Ray Bradbury y Brian Aldiss y, no hace tanto, Kevin Wilson con uno de sus mejores relatos, «Grand Stand-In», promoviendo el alquiler y uso de abuelos mecánicos para suplir a los fallecidos de carne y hueso y así suavizar el trauma de los pequeños nietos.
Pero lo que sí resulta (si no novedoso, ya muy digno de atención) es que, desde esa cumbre inclasificable que es Los inconsolables con su geografía temporal difusa y, luego, con el detective desconcertado de Cuando fuimos huérfanos , los clones sacrificables de Nunca me abandones y los neblinosos amnésicos en un medioevo alternativo de El gigante enterrado , Ishiguro se ha convertido en un dedicado y admirable narrador de lo extraño , es decir: de lo que se recuerda o no. Y, si se lo piensa un poco más, antes, los contemplativos protagonistas de sus primeros libros «orientales» ( Pálida luz de las colinas y Un artista del mundo flotante ) así como esa suerte de traducción de samurái vencido y desilusionado con exterior de mayordomo de Los restos del día o los armoniosos pero disonantes anti-héroes de los relatos reunidos en Nocturnos ya tenían, en ellos, una suerte de funcional y obediente naturaleza que los acercaba, si no a lo decididamente robótico, al menos los presentaba como próximos a un cierto servilismo a sus propios pasados entendiéndolos como las baterías de sus presentes y futuros casi agotados.
Elegancia cromada
Así, los críticos de Ishiguro no dejan de celebrar a la vez que extrañarse por su manipulación de géneros y su reincidente flirteo con lo distópico . Pero, en verdad, Kazuo Ishiguro (añadirle a todo lo anterior la elegancia cromada pero cálida de su prosa) no es otra cosa que kazuoístico o ishiguriano : ya un género en sí mismo . Y pocas cosas hay más previsibles que su imprevisibilidad.
Y Klara, sí, es una heroína definitivamente kazuoriana e ishiguresca : siempre lista, pero al mismo tiempo necesitada de la energía solar por un problema de «absorción», muy cuestionadora de su entorno, y alcanzando una suerte de contemplación zen ya desde el escaparate donde espera ser adquirida. Con Klara, Ishiguro va más lejos que nunca en este sentido. Klara, en un mañana cercano en el que los sentimientos han sido erosionados por todo lo tech y en un país indeterminado, también tiene cuestionamientos para con sus creadores y el modo en el que se someten a aquello que Proust definió como «las intermitencias del corazón» ligadas siempre a «las perturbaciones de la memoria». Y, sí, en ocasiones, una máquina está más y mejor dotada para comprender lo que significa ser humano.
Relato infantil
Klara y el sol (nuevo modelo en una suerte de moda-androide literaria luego de los recientes Máquinas como yo de Ian McEwan y Frankissstein de Jeannete Winterson , que Ishiguro se prohibió leer hasta ahora por razones obvias) produce el mismo efecto que ya producía Nunca me abandones : una plácida inquietud no reñida con la angustiante emoción yendo a dar al más sentido de los finales. Y la relación entre Klara y su «ama», la adolescente y muy enferma por «edición genética» Josie, hija de familia perfectamente disfuncional (¡ah, esa madre!), alcanza (incluyendo a ese solar «milagro» que trasciende a la ciencia y se convierte en el clímax constante de la novela) la misma intensidad que aquella que conmovió tanto en las sucesivas entregas de Toy Story .
Está bien que así sea: porque Ishiguro ha revelado en entrevistas que su trama partió de un relato con el que él despedía los buenos días y daba las buenas noches a su hija cuando era pequeña y que de ahí, en principio, pensase a Klara y el sol como su estreno en la literatura infantil. Pero no. Su esposa le explicó que, de ir por ahí, sería responsable de traumatizar a toda una generación , acaso sin ser consciente de que hace falta mucho más que esto para traumatizar a un niño de hoy ya traumatizado de fábrica. O tal vez sí lo hizo. De ahí, quizás, cierta adrede y eficiente sencillez en lo que hace a los diálogos. Quién sabe. Qué importa. Lo que sí se sabe y sí importa es que Klara y el sol es una –otra– kazuoriana e ishigurística novela de Kazuo Ishiguro.
Y que funciona muy bien.
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