LIBROS
Simon Winchester, la tolerancia hacia el error
El escritor y periodista británico recoge el origen de algunos inventos como metáfora de la evolución
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Iniciar sesiónColin Povey fue un ingeniero británico que se declaró hindú en 1940 para que no le obligaran a ir a la misa anglicana. Sin interés por pelear en las trincheras, s e alistó en un cuerpo de ejército dedicado a proveer de armamento , ... munición y vehículos acorazados a los soldados. Como nos recuerda el famoso autor de este libro, tan entretenido como fascinante, una verdadera celebración del ingenio humano, ese cuerpo militar incluye servicios de lavandería, baños portátiles y, quién sabe la causa, fotografía militar. Semejante aglomeración de tareas se puede explicar como resultado de bizarras circunstancias burocráticas. Resulta más divertido pensar que constituye un intento de poner orden en el caos, o deviene de conexiones insospechadas . El método, la reunión de lo que no tiene cabida en otro sitio, puede parecer dudoso, mas los resultados, como cuenta Winchester en multitud de episodios históricos, cuya trascendencia sonroja al lector, son espectaculares.
Al curioso Povey lo mandaron a las fábricas de municiones de Estados Unidos a estudiar los cartuchos de fusil que remitían a Gran Bretaña. Fallaban mucho en el momento del disparo. Povey visitó fábricas y tinglados sin encontrar explicación, hasta que en una feroz travesía del Atlántico descubrió que el bamboleo de la carga mal estibada inutilizaba la munición. Un poco de precisión, esa «hija de muchos padres», como la definió Chris Evans, durante el crucial proceso de envasado, resolvió el problema. No fue una genialidad individual, sino labor de equipo. Este es el argumento fundamental.
Ordenador astronómico
La ingeniería de precisión, a cuya evolución están dedicados sus diez capítulos, tiene una trayectoria en el tiempo, constituye una cultura, con historia y narrativa. El primero, «Estrellas, segundos, cilindros y vapor», reserva varias sorpresas, entre las que sobresale la invención por parte de los griegos -quiénes si no, dirá alguno- del mecanismo de Anticitera , que era una especie de ordenador astronómico. Entre los posteriores, contra lo postulado por una narrativa de la revolución científica que sabemos de sobra formó parte de un nacionalismo inglés pre-Brexit y atribuyó al genial e insoportable Newton demasiadas cosas, aparecen historias vinculadas a la máquina de vapor, transistores, la turbina a reacción y los cronómetros.
Con talento literario, el autor recuerda que «el espejo primario de 2,4 metros de diámetro del telescopio Hubble, durante su pulimento, tuvo un error equivalente a la quincuagésima parte de un cabello humano». Como consecuencia de ello, las imágenes que transmitió al comienzo fueron borrosas e inservibles. En este sentido, como bien plantea, la historia de la precisión en realidad es la historia de la imprecisión , o la tolerancia hacia el error. Por eso, hubiera sido de desear un enfoque menos anglocéntrico, que hubiera incluido, sin menoscabo de la tesis, desde el ‘Ensayo sobre la composición de las máquinas’, publicado en París en 1808 por l os españoles A. de Betancourt y J. M. de Lanz , tratado fundador de la ciencia de los mecanismos, hasta las potentes tradiciones tecnológicas de Asia y África, cada vez más reconocidas
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