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ARTE

Sileno, en pie de guerra

La figura de Sileno, uno de los mejores dibujantes españoles del siglo XX, sirve para repasar desde la gráfica lo que supuso la I Guerra Mundial. La cita tiene lugar en el Museo ABC

Caricatura de Sileno sobre los países neutrales en la Primera Guerra Mundial

FELIPE HERNÁNDEZ CAVA

«Y toda esta locura, toda esta ira, toda esta maldita muerte de nuestra civilización y nuestras esperanzas , se debe a que un conjunto de caballeros dirigentes, de vidas lujosas, la mayoría estúpidos y todos sin imaginación ni corazón, han decidido que esto suceda antes que sufrir, ni uno solo de ellos, el más ínfimo desaire al orgullo de su país». Tal es el balance que Bertrand Russell hace en su « Autobiografía » de aquella Gran Guerra que asoló Europa entre 1914 y 1919, y tal es lo primero que me vino a la mente al contemplar las sobrecogedoras imágenes de esos tres fotógrafos belgas, Brusselle y los Antony , que, como perfecto complemento, el Museo de Brujas ha cedido para esta muestra que tiene un doble objetivo: rescatar la figura del dibujante Pedro Antonio Villahermosa y Borao , Sileno (Zaragoza, 1870-Madrid, 1945), con una cuidada selección de los fondos que posee el Museo ABC, llevada a cabo por su comisario, Víctor Zarza , y al tiempo recordar la historia de aquella contienda exacerbada por los patriotismos mal entendidos, tarea a la que ha coadyuvado con sus explicaciones el profesor Francisco Manuel Muñoz Méndez .

En aquellos días, Torcuato Luca de Tena quiso que su diario mantuviera una línea editorial neutral en sintonía con los gobernantes españoles, pero, en parte por los artículos de Antonio Azpeitia , seudónimo de Javier Bueno y García , y los de Juan Pujol , padeció la acusación de germanófilo, olvidando sus detractores, por ejemplo, el contrapeso que en él jugaban firmas claramente aliadófilas, como las de Azorín o Alberto Insúa .

Gran observador

Sileno era en esos momentos uno de los humoristas más populares del país , gracias en buena medida a la creación de su personaje Gedeón, a menudo acompañado por su sobrino Calínez, para la cabecera de igual nombre , que, tras una etapa autónoma, había acabado por adquirir Luca de Tena. El lector adoraba sus caricaturas, pero adoraba aún más –lo que ya había percibido en la mítica revista «Alegría»– su capacidad para componer unas figuras que eran más que los estereotipos que presidían la obra de otros de sus compañeros y que denotaban una gran capacidad de observación. Y era, además, un sutil colorista, y un maestro en la aplicación de los medios tonos, aunque toda su fuerza residía en la supremacía de una línea semoviente .

Sileno estaba, pues, en su plena madurez, y, por otro lado, su propuesta gráfica distaba mucho de verse amenazada aún por una mayor capacidad de síntesis que empezaba ya a vislumbrarse como tendencia en el horizonte del dibujo.

Su único hándicap para reflejar con ironía ecuánime aquella Gran Guerra (lo que fue su tarea regular en ABC, «Blanco y Negro» y «Gedeón») era su condición de germanófilo, que, aunque atemperada en la selección de las cien piezas escogidas, no escapa a la mirada del espectador cuando ve retratadas las actitudes, más que las efigies, de los ingleses y de los estadounidenses , a los últimos de los cuales, hijo de su tiempo, no había perdonado sus arteras mañas para despojarnos en 1898 de nuestras colonias.

Su único hándicap para reflejar con ironía ecuánime aquella Gran Guerra era su condición de germanófilo

El disfrute estético, en cualquier caso, está garantizado (más que el propiamente humorístico, en general endeble, y a menudo con las claves para su comprensión cifradas por el paso del tiempo, dificultad que resuelven a la perfección las cartelas) y acrecentado por la presencia de una pequeña muestra antológica que da idea de la versatilidad del maestro , con ejemplos de aquel «siluetismo negro» que tan bien ha resistido el paso del tiempo y que más de un dibujante contemporáneo ha reivindicado como una de las propuestas más interesantes de aquellos días.

Pero posiblemente en esa serie sobre la primera de nuestras guerras mundiales, de la que el museo atesora medio millar , está lo mejor de este artista, que, años más tarde, consciente de que su posición privilegiada tocaba a su fin, no dudó en hacerse hueco en las páginas de «Buen Humor», que con tan buen tino dirigiera a los dibujantes de la siguiente generación, los paladines de las vanguardias, que llegaban para arrumbarle ; aunque nunca, hasta su muerte en medio de la otra Gran Guerra, la segunda, para relegarle al olvido.

Si el didactismo no fuese un término de connotaciones espurias, diría que pocas citas como esta cumplen con sus presupuestos de partida: reivindicar plásticamente a Sileno y sensibilizarnos con aquella matanza a partir de la cual el mundo ya no volvió a ser lo que había sido.

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