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CINE

Scherezade en Portugal

El cineasta luso Miguel Gomes invoca a la narradora por antonomasia para que nos cuente en su recién estrenada trilogía «Las Mil y Una Noches» historias de la actual crisis económica en las que la ficción es menos delirante que la realidad

«El inquieto», primera parte de esta trilogía, teje múltiples y dispares historias en un solo tapiz

HILARIO J. RODRÍGUEZ

Como Sherezade, Miguel Gomes cuenta historias en « Las Mil y Una Noches » (2015) que más que interpretar la realidad, la posponen. Aunque los escenarios suelen ser naturalistas, aparecen como espacios alternativos donde los hechos y las ficciones se mezclan , en un punto no muy distinto del que ocupa Portugal geográficamente, al borde de Europa y el océano al mismo tiempo, con un pie en el presente y otro en solo Dios sabe dónde. ¿«A saudade»? ¿El futuro? Esa especie de indeterminación, gracias a la cual todo se vuelve posible, permite a las imágenes no tomarse demasiado en serio a sí mismas, mezclando gallos acusados por cacarear antes de tiempo y perros felices en medio de multitudes desesperadas, jueces que lloran al dictar sentencias condenatorias y parados dándose un baño para recibir el año nuevo, sin que en ningún momento olvidemos la capacidad negociadora de la ficción y el documental, el drama y la comedia, el periodismo y la literatura, para huir de las limitaciones de cada uno por separado y ampliar la capacidad meditativa de todos a la vez .

Fernando Pessoa consideraba al portugués un ser cosmopolita, demasiado incómodo como para conformarse solo con ser portugués. Si trasladamos esa apreciación al terreno cinematográfico, podríamos considerar «Las Mil y Una Noches» una película cosmopolita , realizada a partir de un libro de libros, rodada en diferentes países en régimen de coproducción, con una visión caleidoscópica de la crisis económica, los «rescates económicos» de la Comunidad Económica Europea y nuestra extraña forma de vida de un tiempo a esta parte. Las diferentes fuentes, no obstante, se centrifugan en torno a Portugal, convirtiendo a la periferia en centro pero sin caer en el provincianismo y proyectando un eco de nosotros mismos, vivamos donde vivamos , rodeados unos y otros por la misma onda expansiva de un relato, el capitalismo, al que no le ha importado tomar el desvío del absurdo y condenarnos de paso a nosotros a ser parte de ese absurdo.

Estire de autor

Portugal hasta los años 80 apenas produjo cine, me refiero a que allí se hacían menos de diez películas anuales, por su escasa capacidad para hacerlas rentables en el mercado doméstico y por su nulo impacto en el mercado internacional. Eso fue malo y bueno. Malo porque seguramente frustró muchas carreras singulares y bueno porque así el país no convirtió el cine en un vehículo escapista y popular , para simple consumo masivo. Bastantes películas eran de autor, mejores o peores, y en sus imágenes había un componente más meditativo que manipulador. De esa tradición, en cuya nómina se pueden incluir a Manoel de Oliveira, Joâo César Monteiro, Paulo Rocha, Pedro Costa, Teresa Villaverde o Joâo Canijo , sale también Miguel Gomes . Una nómina tan intimidatoria como la que Irlanda ha producido en el terreno de la literatura, producida tanto por las limitaciones territoriales y económicas como por la necesidad de burlarlas a través de la imaginación , leyendo o viendo películas extranjeras (que en Portugal ni siquiera se doblan).

De estirpe dandi, cultivado y seductor al mismo tiempo, Miguel Gomes se introduce en «Las Mil y Una Noches» , primero presentándose a sí mismo mientras medita sobre el cierre de los astilleros en Viana do Castelo y más tarde como operario en las atracciones de un paseo marítimo, proyectando la ironía de Alfred Hitchcock y la melancolía de Jacques Tati , quizás para marcar el círculo cinéfilo donde puede verse atrapado un cineasta antes de encontrar una solución a cómo rodar una película sobre la crisis sin caer en ciertas simplificaciones . Su huida, con los miembros de su equipo persiguiéndole, es una advertencia de cuanto viene a continuación, difícilmente previsible, caótico si uno no se detiene a meditar en torno a su lógica compositiva pese a las diferencias entre las tres partes de la trilogía, y en cualquier caso un meteorito cuya estela seguirá dando de qué hablar dentro de muchos años .

El cine político no tiene nada que ver con la ideología, sino con la voz, con su pluralidad y con sus contradicciones

Tres periodistas (dos de ellos en paro) fueron encargados por Miguel Gomes para que rastreasen e investigasen noticias acerca de la crisis en la prensa portuguesa . No tenían que ser directas, críticas, ni siquiera meditativas, podían ser transversales, anómalas, excéntricas. Lo importante era que describiesen, entre todas ellas, un estado de ánimo. Así, cada vez que algo llamaba la atención del director luso, éste se desplazaba con su equipo para rodar. ¿Qué? El plan era rodar sobre la marcha, improvisar, recrear, interpretar... Pero ante todo intervenir . Intervenir con intenciones disparatadas a veces aunque siempre manteniendo una distancia prudencial, eso que llamamos ética, para no convertir el cine en una máquina apisonadora. Como cuando el rodaje se concentró en la historia real de un matrimonio que se había suicidado y Miguel Gomes quiso buscar un edificio distinto donde pudiese recrearlo sin perturbar al resto de los vecinos, hasta que se dio cuenta de que quizás eran los vecinos los que podían permitirle rodar en el escenario real , si ellos se presentaban ante la cámara de una forma real, mientras él recreaba la posible historia de los fallecidos.

Tejedora de historias

Tres películas en una, tres movimientos, tres actitudes, tres reacciones. Un sinfín de historias imposibles que, sin embargo, dan voz a un coro de voces, reales y ficticias, que juntas quieren describir la realidad . Pero ¿cómo conseguir que el público se las crea? La respuesta para Gomes estaba clara: solo si las cuenta Sherezade ( Crista Alfaiate ). Ella en «Las Mil y Una Noches» contaba historias porque quería aplazar la muerte, en la película cuando interviene lo hace para dejar claro hasta que punto las historias ya casi resultan ridículas y poco imaginativas al lado de lo que sucede. Ante el tapiz que despliega la narradora, el cineasta luso se convierte en su visir, en su primer oyente , que la escucha «inquieto», « desolado » y « embelesado », tal como lo describen la diferentes partes de la trilogía.

Según «Las Mil y Una Noches» de Miguel Gomes, el cine político no tiene nada que ver con la ideología sino con la voz , con su pluralidad y con sus contradicciones, y al mismo tiempo con la resistencia común contra lo real. Para él, el libro en que se inspiró (en realidad una historia de historias, escrita por un sinfín de dedos que trabajan –acaso sin saberlo– con un único fin) demuestra que una colectividad siempre da forma a una sinfonía nacional . Eso es, más o menos, la primera parte de la trilogía, en la que se explora la multiplicidad. También pueden ser las contradicciones de La Ley, firme contra aquello contra lo que lucha e incapaz al mismo tiempo de entender la severidad de sus veredictos. Algo que puede intuirse en la segunda parte, la más turbia y dolorosa de la trilogía . Y, por último, podría ser esa comunidad absurda que adiestra pájaros para un concurso de canto, como si estuviesen reclamándole a nuestra existencia la poesía que parece haber desaparecido del paisaje cotidiano y que, pese a todo, nunca nos ha abandonado. Esa comunidad, de espaldas a la lógica, con la cual se acaban los argumentos de una película y una sociedad cuya última alternativa es compartir un sueño .

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