ENTREVISTA

Rumaan Alam: «Cualquier arte que esté diseñado para no ofender fracasará»

El escritor estadounidense se convirtió en la gran revelación de la temporada literaria del año pasado en Estados Unidos con la novela ‘Dejar el mundo atrás’, una suerte de distopía tan actual como aterradora que llega ahora a las librerías españolas

El escritor estadounidense Rumaan Alam DAVID A. LANG

Lo verosímil se ha vuelto tan ficticio de un tiempo a esta parte que una de las novelas que mejor define la alienación que todos hemos sufrido en lo que llevamos de pandemia está escrita antes de que incorporásemos la palabra ‘coronavirus’ a ... nuestro vocabulario cotidiano. ‘Dejar el mundo atrás’ causó sensación cuando se publicó el año pasado en Estados Unidos y su autor, Rumaan Alam (1977), se convirtió en un peculiar profeta literario. La novela, que llega ahora a las librerías españolas de la mano de Salamandra , narra cómo las aparentemente idílicas vacaciones de una pareja de neoyorquinos de clase media-alta con dos hijos se transforman, tras una serie de sucesos inexplicables, entre lo climatológico y lo paranormal, en un infierno que definirá la realidad que habitan.

Cubierta de 'Dejar el mundo atrás' SALAMANDRA

Como autor de una novela sobre gente encerrada en una casa mientras el mundo que conocían se viene abajo es usted un curioso profeta...

La casa que aparece en el libro está basada en una casa en la que yo pasaba las vacaciones con mi familia en Long Island. Cuando estaba allí, recuerdo que pensaba que quería escribir sobre esto, pero no sabía qué tipo de historia. Pero la semilla estaba ya plantada, aunque no me senté realmente a escribir hasta principios de 2019.

Es decir, antes de la pandemia.

Sí, antes de la pandemia. Cuando lo escribí, nunca había oído la palabra ‘coronavirus’. Es una extraña coincidencia que se ‘literalizó’ mucho. El libro se publicó en un momento en el que los que tenemos la suerte de tener casas, de tener trabajos que nos permiten quedarnos en casa, empezamos a sentirnos un poco atrapados. Si se hubiese publicado en una realidad diferente, se hubiese leído de manera diferente. Pero describe cosas familiares para el lector durante el último año y medio de pandemia. En realidad, quería que fuera una metáfora útil para hablar del clima, porque todos estamos atrapados en este planeta, a pesar de lo que digan Jeff Bezos y Elon Musk.

Por primera vez, y hablo de la realidad, no de la novela, no tenemos respuestas, ni siquiera líderes que nos protejan...

Eso pienso yo también. Aunque me pregunto si es la primera vez. Cuando el archiduque Francisco Fernando fue asesinado nadie sabía que ese era el principio de la Primera Guerra Mundial. Nunca sabes, hasta mucho más tarde, cómo contar la historia de lo que ha sucedido. Pero estoy de acuerdo con la sensación de incertidumbre que ahora lo impregna todo.

Volvamos a la novela. ¿Por qué un ruido para cambiarlo todo?

Da mucho miedo pensar en un ruido muy grande, y es muy abstracto, sucede y termina. Por tanto, ni siquiera se puede comprobar… Un lector me dijo que pensaba que era una alucinación, que sentía un pánico masivo. Es una manera muy interesante de reflexionar sobre ello. Y parecía un reto divertido: es una manera de escribir sobre un monstruo sin enseñarte nunca el monstruo.

En ‘Dejar el mundo atrás’ hay muchos ecos de Shirley Jackson.

Es muy halagador. Shirley Jackson usó el lenguaje del horror, del miedo, para hacer otra cosa. Hay escritores que escriben sobre monstruos y vampiros solo por diversión, y eso puede ser muy divertido y placentero. Pero hay otros escritores que usan ese sistema de una manera diferente. Y eso es lo que me interesa a mí, usar todo ese material y las convenciones de esa narrativa para contar algo actual de la realidad.

En la novela también hay una reflexión muy profunda sobre la raza y la clase social, cómo esas construcciones determinan la manera en que vivimos nuestras vidas.

Sí. Especialmente en este país. Es la historia predominante en Estados Unidos ahora.

Su padre y su madre se trasladaron de Bangladesh a Washington en la década de 1970. ¿Cómo fue su infancia?

Tuve una infancia muy cómoda y muy feliz. Cuando era pequeño era un gran lector, siempre estaba leyendo, siempre. Y creo que hay una relación muy clara entre mi realidad de adulto y eso, porque todavía es así como veo el mundo. Siempre estaba mirando, leyendo y observando. Y ahora también.

Fue al prestigioso Oberlin College. ¿Fue allí donde decidió que quería ser escritor?

Lo decidí cuando tenía cinco años. Solía escribir novelas, historias de misterio, cuando era muy pequeño. Aprendí a leer muy pronto. Siempre supe lo que quería hacer. Pero es muy difícil transformar ese conocimiento en una profesión. Después de la universidad trabajé en revistas y en la industria editorial durante mucho tiempo. Hasta que un día una amiga que también es novelista me dijo: «Nadie te preguntará nunca, nadie te invitará nunca a escribir. Si quieres hacerlo, tienes que hacerlo». Pensé que tenía razón y lo hice. Y es cuando cambió mi carrera.

¿Y cómo le ha influido ser padre, cómo ha determinado la paternidad su trabajo como escritor?

Nunca escribí un libro hasta que tuve hijos. Tener hijos aumentó mi ambición y me hizo tener muy claro que quería intentarlo. Me pareció muy clarificador, fue una de las mejores partes de mi vida artística. Me encanta hablar de esto porque la gente pocas veces pregunta a los padres. Hay muchos grandes escritores que tienen hijos, y pocas veces les oyes hablar de su relación entre su gran obra y el ser una persona que tiene una familia. A menudo se les pregunta sobre eso a las grandes escritoras que son madres. Es algo curioso. Estoy casado con un hombre, por lo que en casa las tareas de los niños recaen sobre los dos por igual. Sé lo que es tener que llevarles a la feria de ciencias en el colegio, y luego, traerles a casa, darles de comer, preparar el almuerzo para mañana, acostarles, sentarte y mirar las notas de tu editor.

Ha dicho que siempre ha sido un gran lector. ¿Qué autores le influyeron a la hora de convertirse en escritor?

Es muy difícil responder a esa pregunta, porque creo que la influencia es muy complicada... Hay libros y escritores que han significado mucho durante gran parte de mi vida adulta, como Lorrie Moore, a la que leí por primera vez en el instituto. Tu relación con esa capacidad de sorprenderte cambia cuando envejeces, pero sigue ahí. Lo que más gusta de leer es que la biblioteca es infinita, y en cualquier momento puedes encontrar algo que cambia tu manera de pensar. Cuando hablas con gente y dice «Nunca he leído Moby Dick» o «Nunca he leído el Quijote», y se siente mal por eso, siempre pienso que no debe sentirse mal, porque nadie puede leerlo todo, es imposible, y siempre está ahí esperándote. Simplemente vas a la biblioteca, y está ahí, esperándote.

Tenemos mucho tiempo.

Exactamente.

Cuando publicó su primera novela, hubo críticos que se sorprendieron de que un retrato de la amistad femenina como ese pudiese estar escrito por un hombre homosexual bangladeshí y estadounidense. Y algo parecido sucedió con la segunda. De hecho, un entrevistador le preguntó: «¿Es usted una mujer en realidad?»

La tarea del escritor es usar su imaginación y proyectarse hacia otros lugares. Pero también creo que, en este momento, en gran parte de la ficción contemporánea parece derrumbarse el espacio entre el escritor y la ficción. Hay escritores que hacen esto como un juego o muy conscientemente. Ben Lerner, Patrick Modiano y Rachel Cusk son grandes ejemplos. Se novelizan a sí mismos y son capaces de encontrar algo destacable. Pero creo que no todo el mundo es capaz de hacer eso. Sin embargo, creo que en toda la escritura estás atrapado en tu mente. Por tanto, la ficción, independientemente de lo lejos que se aleje de uno mismo, siempre va a ser reveladora, siempre va a ser autobiográfica. Ni siquiera podemos probar que cuando yo miro al cielo y tú miras al cielo vemos el mismo color. Nuestro sentido objetivo del mundo está atravesado por nuestros cuerpos y por nosotros mismos. Y eso siempre va a estar en el trabajo que producimos.

¿Por qué hay tantos escritores ahora interesados en contar sus propias historias y en usar esa voz entre la tercera y la primera persona?

Creo que algunos escritores llegan a eso naturalmente, orgánicamente. Pero también creo que hay un poco de cautela en la cultura en este momento sobre el ejercicio del poder inherente al hecho de ser un artista y ejercer ese poder responsablemente. Los grandes escritores de la historia han sido todos blancos, y podían escribir sobre todo porque crearon la narrativa del mundo. Ahora, la relación entre uno mismo y el mundo es diferente y más tensa. Es complicado escribir sobre el otro. Por tanto, en cierta manera, es más seguro quedarse en uno mismo, porque no se ofenderá a la gente, es más seguro. Aunque a mí me empieza a parecer un poco anticuado, y me interesa cada vez menos.

Ha mencionado la posibilidad de ofender a la gente. ¿Qué opina de la llamada ‘cultura de la cancelación’?

Las artes siempre tendrán la posibilidad de ofender. Cualquier arte que esté diseñado para no ofender probablemente va a fracasar, porque tiene que implicar algún tipo de riesgo o de táctica por parte del autor. Tenemos un problema con el hecho de leer sin entender lo que se supone que tiene que hacer el arte. Hay una necesidad del arte de dramatizar las partes más feas de la realidad. Si escribes un libro en el que un hombre viola a una mujer, el libro no está adoptando una postura moral sobre la violación. Parte del problema de esta conversación es que confunde la intención de las obras artísticas, y hay un punto en el que la gente lee con mala fe. Hay un problema de comprensión, de lectura. Pero pienso que este momento pasará. Parece un pánico moral. Hablo de esto con otros escritores, si es seguro o cómodo o aconsejable si no eres transgénero escribir sobre la experiencia de alguien que lo es, si eso está permitido, si es si es cruel... Se reduce a algo que es muy difícil de calibrar, que es la intención. Algunos artistas trabajan de buena fe y algunos escritores trabajan de mala fe. La complejidad de esta conversación está relacionada con la capacidad de los lectores de comprender qué es buena fe y qué es mala fe.

Hablando de eso, ¿qué piensa del 'movimiento de las voces propias', que defiende que el autor y su protagonista compartan identidad?

Creo que es un intento de buena fe, e inteligente, de corregir un problema muy generalizado. No es erróneo decir que necesitamos libros de personas negras, latinas, asiáticas, que describan su propia experiencia. Pero, al mismo tiempo, necesitamos que nuestros escritores y nuestros artistas tengan la licencia de imaginar abierta y ampliamente. Necesitamos que nuestros grandes escritores tengan la libertad de intentar algo. La tarea fundamental del artista es imaginar a través del cuerpo, a través de uno mismo. Nuestro sentido de lo que está permitido cambia a lo largo del tiempo, y eso está bien. Cuando ves los cuadros de Gauguin y piensas que la mirada hacia el otro es cruel o sexualizada, colonial, no significa que ya no tengamos que mirarlo, solo significa que podemos enriquecer nuestra comprensión de lo que miramos. Lo complicado es que la carga recae sobre los hombros del lector y del pensador.

Tras la muerte de George Floyd, escribió: «Contar a los niños las noticias parece un acto de abuso infantil, no hacerlo también lo parece». Como padre de dos niños negros, ¿cómo habla a sus hijos del racismo?

Es una pregunta complicada. En primer lugar, creo que mi afirmación se aplica a los padres de hijos de cualquier color, porque una parte de la responsabilidad moral es que todos los padres tienen que tener estas conversaciones con todos los hijos. Por tanto, tengo la responsabilidad de hablar de eso. Intento que sea natural y que tenga sentido, y con George Floyd en concreto fue un punto de colisión cultural particular en el que tuvo sentido decir que eso sucedió y estuvo mal. Fuimos a una manifestación para las familias de Black Lives Matter. Es algo complicado porque ningún padre quiere romper el velo de la inocencia que es la infancia, porque es muy breve y muy corta. Ese periodo de inocencia es muy breve. Pero tienes que hacerlo, sería un fracaso moral no hablarles de eso.

¿Es optimista?

No mucho. Escribí este libro en un periodo de pesimismo profundo, no solo personalmente, sino culturalmente, relacionado con Donald Trump. Aún no hemos salido realmente de ello. Era imposible ser optimista políticamente, culturalmente, existencialmente en ese momento. Fue un momento muy nihilista en este país. Por eso no soy muy optimista. Me siento psicológicamente mejor ahora que Trump no está sentado en mis hombros como lo estuvo durante años. Ojalá que el liderazgo político en este país o en el mundo estuviese en manos de gente de 40 años en vez de gente de 80 años. La mayoría de jóvenes están dispuestos a hablar de cosas de las que los adultos no están dispuestos a hablar, ya sea la identidad de género o el clima.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios