ENTREVISTA
Richard Kagan: «Al descubrir sus raíces españolas, EE.UU. se descubre a sí mismo»
‘El embrujo de España. La cultura norteamericana y el mundo hispánico, 1779-1939’ es el último trabajo del historiador Richard Kagan. En sus páginas resalta la huella española en la sociedad norteamericana más allá de leyendas
Ignacio Peyró
Tras presentar ‘El embrujo de España’ en el Instituto Cervantes de Londres, el historiador Richard Kagan ha hablado del origen de su libro y de los rasgos que convierten «la fiebre española» en EEUU en algo único: su duración, su vinculación con la propia historia ... americana y su extensión a todas las clases sociales.
¿Cómo surge este libro? Hasta ahora no había habido un estudio tan sistemático y pormenorizado del romance de EEUU con España.
En 1992 comencé a investigar cómo los historiadores de mi país escribían sobre historia de España, y vi que, más allá de la leyenda negra y su opuesto, aún quedaba mucho por aprender. Por entonces estudiaba El Greco y la historia del coleccionismo en EEUU, lo que me llevó a interesarme por el arte del Siglo de Oro español en América a partir de 1890 -una ‘escuela’, según antes se llamaba, que antes había sido muy denigrada. Esa pasión por la pintura española fue una auténtica ‘fiebre del oro’ –con Isabella Stewart Gardner abriendo el camino y otros grandes magnates, como lso Havemayer, Frick o Arhcer Milton Huntington recorriéndolo. Todos estaban desesperados por conseguir obras de Velázquez, Goya, Zurbarán… y El Greco, especialmente buscado por ser considerado un precursor del arte moderno. ¡Un crítico llegó a hablar de una enfermedad llamada ‘Elgrecophilitus…’ !
En todo caso, pronto vi que había otras facetas en ese ‘descubrimiento’ de España por parte de los americanos. Una muy importante era la arquitectura, y podemos considerar que nace a finales de los ochenta de 1800 con la construcción de torres y rascacielos -de Nueva York a Kansas- que imitan a la Giralda. Junto a ello se alzan también hoteles en estilo ‘español’, más bien una mezcla de mudéjar, plateresco y barroco con algún toque mexicano. Ahí se destacó la ciudad de St. Augustine, en Florida, la más antigua del país fundada por europeos. Pero en muy poco tiempo, en California y otras partes del Sur y el Oeste, los arquitectos diseñaron edificios según el ‘estilo de las misiones’ de los españoles, a lo que siguió el ya más elaborado ‘Spanish revival’, mezcla de colonial mexicano y barroco español, que llegó a ser tan popular que un crítico pidió al Congreso que lo considerara ‘estilo nacional’.
Así, al escribir sobre estas cuestiones, poco a poco me di cuenta de que, más que meramente coleccionismo o arquitectura, el fenómeno era mayor, una auténtica ‘Hispanomanía’, una gran moda, una fiebre, como la llamó el pintor John Singer Sargent. Y se expandió pronto, incluyendo la fascinación por la música popular con toque español, la ropa a la española -la mantilla y el mantón de Manila fueron populares en los años diez y veinte del siglo pasado- y también en el Hollywood del blanco y negro –pensemos en la película ‘El Zorro’. Todo esto, en resumen, vi que no había llegado a los historiadores culturales. Consulté con el gran historiador del arte Jonathan Brown y me dijo que adelante, que escribiera sobre ello.
«En paralelo a lo popular, hay un hispanismo académico a partir de 1820»
De la ‘Dutch craze’ a la ‘Japanese craze’, hubo otras ‘fiebres’ que conquistaron América. ¿Qué tuvo de específica la ‘Spanish craze‘?
Tras su Guerra Civil (1865), EEUU se vuelve cada vez más cosmopolita, fenómeno ligado a su emergencia como potencia mundial. Este cosmopolitismo dio lugar a varias fiebres –la holandesa, la japonesa, la otomana, la mexicana en torno a 1930. La diferencia es que la española duró mucho más que las demás -de finales de 1880 hasta la Depresión de los años treinta, sin más paréntesis que la guerra del 98. ¿Por qué? En parte, por lo que Whitman llamó nuestro «elemento español». Hay huellas españolas especialmente visibles en Florida, Texas, California y la mayor parte del Oeste, desde nombres de ciudades a ríos y banderas estatales, sin contar con las arquitecturas vernáculas. Así, si la pasión por Holanda o Japón era importada, la pasión española tenía algo de autóctono. Al descubrir sus raíces españolas, EEUU se descubre a sí mismo, y esto potencia la fiebre.
¿Cómo fue posible esa seducción española tras una indiferencia de siglos y un enfrentamiento bélico en el 98?
Nada más terminar la guerra, en EEUU se acuña la frase «perdonar y olvidar». Igual que América romantizó la cultura de los indios tras imponerse a ella, también iba a sublimar la de su último rival imperial en el Nuevo Mundo, España. Las raíces de esta fascinación pueden rastrearse hasta los ‘Cuentos de la Alhambra’, de Washington Irving, auténtico retrato de «la España soleada», y también puede encontrarse en la historiografía decimonónica de Prescott, quien contribuyó a crear la imagen de una España valiente que había llevado la civilización y la religión a las Américas. Por supuesto, hoy muchos tienen una opinión más crítica de la España imperial en su proyección americana, pero la visión de esa ‘España fuerte’ parecía anticipar lo que los americanos mismos estaban haciendo al conquistar el Oeste. Esa idea, la de que la historia de España era una especie de precursora de la historia de EEUU, llega hasta el Capitolio, con el monumental lienzo de W. H. Powell. ‘Hernando de Soto y el descubrimiento el Mississippi’. En definitiva, se consideraba que la historia de España era parte de o parte consustancial de la historia americana, y eso siembra el terreno a la fiebre española.
«Fue en lugares como Nuevo México donde los terratenientes de origen mexicano empezaron a llamarse a sí mismos ‘españoles’»
Sí, el ‘embrujo’ afectó a todas las clases sociales. Los ricos -aún hay testimonio- vivían rodeados de Antiguos Maestros del arte español y en mansiones construidas en estilo español. Y a las clases medias y bajas, los promotores les vendieron la idea de vivir en su propio ‘castillo en España’. Había una urbanización de bungalows a las afueras de Nueva York llamada Muelle de Sevilla, y los grandes almacenes Sears vendieron ‘kits para la casa’, para que esta estuviera decorada al modo de Sevilla o Barcelona.
Lo que pasa con la arquitectura ocurre con todo lo demás. La obra del historiador Prescott fue muy popular, y aún lo fue más Washington Irving, que tanto influyó en los escritores de viajes que describían España como un lugar en el que los americanos, que vivían apretados en ciudades, podían encontrar sencillez, pasión y pintoresquismo. Esa ‘España soleada’sería protagonista de éxitos como el libro de Helen Hunt Jackson, ‘Ramona’, el segundo más vendido del siglo XIX en EEUU, que ofrecía una visión romantizada de las misiones españolas. Y aunque no fuera una realidad tan dulce como la narrada, esa es la versión que también iba a dar el cine, cuya primera época fue abundante en mujeres a lo Carmen y héroes a lo Zorro.
En paralelo a lo popular, hay un hispanismo académico a partir de 1820, con las clases de George Ticknor -que después escribiría una muy leída ‘Historia de la Literatura Española’- en Harvard. Consustancial a este hispanismo culto fue la fundación de la Hispanic Society of America en 1904 por parte de Huntington: aun cuando tuviera gran éxito en algunas de sus exposiciones, como la de Sorolla, lo más importante era su trabajo con académicos y eruditos.
Curiosamente, este hispanismo culto tuvo poco que ver con la gran demanda por aprender español que tuvo lugar a comienzos del siglo XX, de la mano del interés económico del panamericanismo -la nueva atención de Estados Unidos a Sudamérica y América Central, con el Canal de Panamá como hito más destacado. De igual modo que los profesores de italiano y francés se quejaban de este auge del español, Huntington se quejaba de que el español que se estudiaba no era literario sino solo dirigido a los negocios. En todo caso, el estudio del español arraigó. Y es curioso que Theodore Roosevelt lo llamara «lengua universal» en Madrid en 1914 -el mismo hombre que había combatido a los españoles en Cuba.
Parece que, de alguna manera, la visión de EEUU sobre España está inevitablemente ligada a lo que llaman mundo «latino»…
Durante la mayor parte del XIX y comienzos del XX, para la mayor parte del mundo anglosajón, «español» señalaba a un hablante de la lengua, fuera ibérico o de América Central o del Sur. Es lo que hoy suelen llamar «latino» o «hispánico». Curiosamente, fue en lugares como Nuevo México donde los terratenientes –los llamados «ricos»- de origen mexicano empezaron a llamarse a sí mismos «españoles» para distinguirse de los braceros. Para ellos, España y lo español fue una marca de orgullo, y decían descencer de los conquistadores. Lo mismo iba a ocurrir en California, donde festivales, música y arquitectura quisieron recrear los «viejos días españoles» -subrayando lo español frente a lo mexicano. Después se tachó esto -con razón- de racista, pero es importante recordar que palabras tan amplias como «latino» sirven hoy para suavizar las diferencias que llegó a haber antaño entre la población hispánica en EEUU.
Paul Fussell afirma que EEUU se hizo abrazando la herencia de quienes llegaron a la Costa Este (el Mayflower, para entendernos) y negando la hispánica. ¿Ha ido cambiando esa percepción?
Durante la última generación, la Academia ha revisado críticamente la idea de que los EEUU nacen en Nueva Inglaterra. Ya en el XIX, como explico en mi libro, hay quien lo discute, subrayando la influencia mexicana y española en el Sur y el Oeste –tanto en su economía como en su sociedad. Aun así, todavía tenemos que aprender mucho de ese «elemento español en nuestra nacionalidad», que decía Whitman. Se han hecho cosas, ahí están los esfuerzos para realzar el perfil de Bernardo de Gálvez –que, aun así, todavía debe colocarse a la altura del Marqués de Lafayette-, por ejemplo. Pero soy optimista: la historia de EEUU se está reescribiendo. El Mayflower no se va a hundir, pero la herencia española, como predijo Whitman, está haciéndose cada vez más presente, en parte por la presencia creciente de personas de origen hispánico en el país.
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