ENTREVISTA
Remedios Zafra: «La lentitud es subversiva porque favorece algo en crisis: la concentración»
La escritora publicó este año ‘Frágiles: Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura’, ensayo en donde incide en los vínculos entre la tecnología, la precariedad y los desajustes mentales
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Iniciar sesiónLa entrevista con la escritora Remedios Zafra tuvo, una vez más, su porcentaje de experimento. Se partió de unas primeras preguntas por mail a su artículo en ' Isegoría ', la revista sobre filosofía moral y política del CSIC, titulado: ' ¿Fin de ... la intimidad? La (im)posibilidad de un mundo sin párpados. La intimidad conectada '. Y continuó con más preguntas sobre su nuevo ensayo ‘ Frágiles: Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura ’, en donde desarrolla las tesis del texto antes mencionado y continúa la senda de su afamado ‘ El entusiasmo ’, premio Anagrama en 2017 y que aparejó su nombramiento como una de las 100 mujeres más influyentes de España . En sus obras se ahonda en los vínculos entre la tecnología, la precariedad en los trabajos creativos y los desajustes mentales.
- En ‘Frágiles’ ha tratado de responder, durante tres años, a esta pregunta: «¿Dónde queda la esperanza cuando las vidas parecen sentenciadas por la ansiedad y la precariedad»?
Hay preguntas que siguen abiertas por mucho que pensemos en ellas. Forzar una respuesta rápida habría sido un engaño. Este acompañamiento (que fue el libro) esquivaba tapar lo que nos inquieta con respuestas rápidas como esperanza envasada, promesas improvisadas o botones que te permiten cambiar de escena, de estado o de canal y hacerte sentir bien. Tres años puede parecer mucho tiempo y lo es pues soy muy lenta pensando. En este intervalo he seguido conversando con muchas personas que me planteaban situaciones similares a las de esta periodista y me compartían sus experiencias, la mayoría a través de mi correo. Esta preocupación coincidente en una multitud de personas que no se veían entre ellas tiene para mí que ver con la esperanza.
- Derivado del ‘fast-food’ o el ‘fast-fashion’, ¿son los tiempos del ‘fast-thinking’?
Solo hay que mirar los contextos académicos. La cuantificación como valor que se sobrepone al resto empobrece otras formas de decir y pensar, daña a los trabajos que buscan profundizar o hacer de otras maneras antes que acumular números. Pasa también en el contexto digital, donde las lógicas aditivas movilizan a las personas a acumular seguidores o 'likes' en busca de ese capital simbólico que es la visibilidad canjeada después por influencia o dinero. Me parece que ceder al valor que propicia la audiencia y la acumulación despojadas de interior, sombra y conflicto dibuja un mundo grotesco que da poder y altavoz a versiones estereotipadas y superficiales que benefician a un determinado poder y sistema económico. El ritmo laboral del mundo contemporáneo incentiva a producir y exponerse a cada rato. Cuando todos hablan y pocos escuchan se propicia el ruido y el monólogo de quienes solo se ven a sí mismos como ante un espejo.
- Estamos en un mundo conectado con una vida cotidiana marcada por «la ansiedad y la sobreproducción» y bajo la primacía del «presente continuo» digital. Ahora que tanto se habla de enfermedades mentales, ¿vamos hacia el paraíso en la tierra de los desajustes psicológicos?
Si antes de la pandemia la ansiedad ya crecía sin que apenas habláramos de ella como enfermedad, se advierte como ahora y en el tiempo que viene se harán muy cotidianas. Pero ahora, sin embargo, cada vez hablamos más de ello y esto es el primer paso para abordarlo como problema íntimo y social.
El mero gesto de compartir cómo nos sentimos y de pronto identificarnos con otros muchos a los que les pasa lo mismo está visibilizando un asunto grave y muy extendido. El estrés como primer paso de la ansiedad, la depresión y otros problemas psicológicos es en gran medida lo que hay debajo y detrás de la máscara de impostura e hiperproductividad, debajo de esa apariencia derivada de la celeridad que antes comentábamos. Tras la sonrisa congelada de quien busca mantener los ritmos de producción y estar visible para seguir encadenando colaboraciones y trabajos, en muchos casos está la angustia del bucle, del no poder frenar. Como respuesta, la época suele ofrecer soluciones acordes con los tiempos rápidos, botones que apagan y, ante todo, pastillas que rápidamente diluyen lo que perturba. Pastillas que crean adicciones como nueva mochila de dependencia sin haber abordado los estratos que la causan. Las 'enfermedades del alma' no han sido suficientemente valoradas, están infratratadas y son sintomáticas de una época que menosprecia el pensamiento lento, donde la intimidad que favorece autoconciencia se sustituye por ruido, mensajes rápidos e intrusivos, listas de whatsapp y una comunicación epidérmica pero que no descansa, es decir que no deja tiempos ni espacios vacíos para esa autoconciencia, ni tampoco para la escucha real del otro.
Sí, ese 'paraíso' que sugiere está en ciernes, en él la mayoría estaremos dopados o adormecidos, confusos sobre como afrontar lo que nos perturba, quizá más solitarios y enganchados a las pantallas pero productivos y muy probablemente dependientes de fármacos, mientras los haya. Urge valorar y transformar ese posible destino.
- ¿Ser antisistema hoy es ir más lento?
No sé si antisistema o altersistema, pero en la lentitud no solo hay contrarrelato sino oportunidad de cambio. Quiero decir que si la celeridad favorece la inercia que tiende a repetir lo que ya tenemos, es imposible reflexionar o imaginar si no ralentizamos el ritmo. Las respuestas rápidas tienden a ser respuestas entrenadas y anticipadas y esto dificulta innovar y favorece seguir igual, a lo sumo cambiando lo epidérmico. La lentitud me parece una respuesta subversiva, en tanto rompe los ritmos de producción y favorece algo que está en crisis: la concentración, la capacidad de abordar las cosas deteniéndonos en ellas, buscando su sentido, su mejor versión, su hacer ético. Justamente de esto adolece la 'cultura rápida' donde la ropa y la comida son claros ejemplos. En ellas compramos una apariencia, algo rápido y barato, obviando las formas de producción y precariedad que las sustentan. También pasa que esa lentitud que para los precarios supondría ser antisistemas, es el privilegio que tienen quienes hoy disponen del control sobre sus propios tiempos, privilegio que suele venir unido a un trabajo estable y dinero.
- «La vida no me anima a escribir y me lo dificulta a cada rato». Pero las dificultades le han brindado inspiración. ¿Es su obra un señalamiento de la racionalidad económica como principal motor del mundo?
En mi obra hay un claro señalamiento a un mundo donde el poder político y ciudadano está subordinado al poder económico. Un poder que no busca mayor igualdad y justicia social sino el enriquecimiento y privilegio de quienes tienen ese poder. Las estrategias para mantener esta situación son sofisticadas y se valen de la vida en las pantallas. Visibilizarlas nos ayuda a resistirnos y a buscar maneras de cambiar esa fuerza que busca normalizarse, pero que en su posibilidad de ser intervenida tiene también su talón de Aquiles. El tecnocapitalismo que domina el mundo digital se crece con el individualismo competitivo y productivo. Tiene además una estructura idónea para que el 'yo' sea protagonista pues para la mayoría, las puertas de entrada a Internet son las redes sociales donde nuestro nombre protagoniza el universo online. Los mantras capitalistas del 'hazte a ti mismo' y del 'si tú quieres, puedes' dan de comer a este entramado que enfatiza al individuo como 'emprendedor de sí mismo', acentuando esa responsabilidad personal como clave para el triunfo en la vida. Tener más o menos likes, como tener más o menos seguidores, moviliza allí donde el sujeto se exhibe en la red. Esto pasa paralelamente al riesgo de aislamiento social y a la pérdida de redes de apoyo que se privatizan o desaparecen. La angustia vital crece paralelamente a la ansiedad.
- ¿Está en peligro la humanidad de la humanidad?
Mediamos con otros a través de teléfonos y pantallas. Llamamos para consultar o solicitar servicios y nos atienden máquinas, cuando llegamos a las personas suelen andar igual de saturadas que nosotros, pero ruegan la puntuación más alta porque de eso depende su continuidad laboral precaria. Pareciera que la empatía queda impedida por una coraza de prisa en algunos casos, de impostura en otros. Pero esto suele pasar a los precarios o a los ansiosos que, por separado o en conjunto, son la mayoría y son además los mediadores de los servicios (educación, salud, atención a usuarios…). Cuando de pronto alguien se detiene a escuchar de veras, o nosotros a ellos acontece algo intenso y valioso, una sincronía humana. El ejemplo de las redes sociales vuelve a ser interesante cuando aleccionados en ellas las personas se vuelven estratégicas pues saben qué funciona en qué situación. Eva Illouz plantea una idea que me parece importante sobre lo fácil que es pasar de lo emotivo a lo estratégico en las redes, y lo difícil que es volver de lo estratégico a lo emocional.
- Si Airbnb propició que comercializáramos con nuestras casas (aunque, luego, acabaran en ello multipropietarios), ¿las redes sociales potencian el comercio de nuestro 'alma'? ¿La idea es un horizonte de 'comercio total' de todos los aspectos de la existencia?
Antropológicamente a mí me parece un claro punto de inflexión. Es una idea que tomo de Umberto Eco que llama la atención sobre la protección de lo íntimo y privado como algo común en la mayoría de las culturas (incluso en quienes han estado sometidos a otros, la intimidad latía como ese tesoro inapropiable que solo pertenece a cada uno). Lo llamativo ahora no es solo que no se cuide, sino que se incentive lo opuesto, ser vistos, exponer lo privado y lo íntimo como forma normalizada en una cultura-red.
Lo que de este escenario me parece más relevante es la posibilidad de diferenciar cuándo esas fuerzas de exposición son internas y vienen de las propias personas (y aquí habría interesantes ejemplos de cambio social y político) a cuando son incentivadas por el mercado, animando a compartirlo todo, a dejar huellas, rastros, fragmentos de 'yo' buscando visibilidad o simplemente queriendo socializarse como marcan los tiempos. Porque la intimidad es un bien muy preciado para quien quiere rentabilizarla haciéndola estadística y pronóstico, es decir primando el mundo en red como un mercado. La base del capitalismo contemporáneo es el comercio total, donde las personas no están excluidas. La exhibición del yo se ha convertido en base de las redes sociales. Un yo hablando a un muchos, un yo en un atril contando en pocos caracteres su visión del mundo y compartiendo sus fragmentos de vida. Es una estrategia impecable para las industrias digitales que ofrecen un contexto en apariencia de encuentro y comunicación cuando además y muy especialmente generan nuevas dependencias y logran que los productos (los sujetos) vengan a ellos, que los necesiten. El escaparate digital es un escaparate de 'yoes' donde la intimidad es un valor añadido. Pero mi impresión es que esa intimidad tiende progresivamente a blindarse. Los conectados aprenden que hay cosas que no se pueden ni se quieren compartir, y comienzan a hacerse una máscara que les permita resistir, bajo la apariencia de vida íntima que todos intuyen que es vida impostada. Se ve claramente en las lógicas que predominan en los 'influencers' y posiblemente esta también sea la llave de su futura crisis, la falta de credibilidad, la vida convertida en máscara.
- El crítico cultural Mark Fisher escribió: «En los años 70, el aburrimiento era un gran problema. El aburrimiento era un vacío existencial y un desafío para todos nosotros: ¿por qué nos permitimos aburrirnos? Considerando que somos animales que vamos a morir, aburrirse era un escándalo moral de proporciones descomunales. Pero ahora el aburrimiento es un lujo que ya no podemos darnos, nuestros teléfonos no nos lo permiten». ¿Estamos en la fase de la humanidad del ultraentretenimiento?
Hoy el aburrimiento está en riesgo, hoy el aburrimiento está estigmatizado. Teniendo una pantalla a muchos les resulta insoportable no usarla, no perder los ojos en ella. Los tiempos del no hacer, del vagar por las esquinas, de holgazanear están boicoteados por las pantallas y si los toleramos es como descanso para después ser más productivos. Pero esos tiempos importan, porque nada se puede mover cuando las cosas están abigarradas o los tiempos planificados al minuto. Los vacíos permiten mover las cosas de sitio, mirarlas de otra manera, curiosear, imaginar, sorprendernos. Y es frente a este horror vacui contemporáneo que el aburrimiento adquiere un nuevo valor como incentivo de tantas capacidades humanas que adormecemos por las pantallas. En relación a este tema, pienso en algunos colegios de Silicon Valley donde emplean pedagogías que descartan que los niños usen ordenadores ni wifi. Colegios donde se educan los hijos de muchos de los actuales líderes tecnológicos.
- 'Likes', 'retuits', impacto, audiencia... En la vida real, al hablar unos con otros, no aparece un público que valora qué nota merece cada pregunta que, por ejemplo ahora, le estoy haciendo. ¿Esta normalizada vida digital con jurado que puntúa qué disonancias conllevará?
Mientras hablamos no, pero seguro que, cuando salga publicada, esta entrevista puede ser puntuada de alguna manera. La vida/obra publicada es siempre ahora vida/obra calificada y puntuada, competitiva como forma de mantener los ritmos de operacionalización y producción del mercado y, como efecto, la ansiedad que lo sostiene. Claro que un sistema muy apoyado en la cuantificación es fácilmente hackeable, no solo por la intervención y manipulación tecnológica, sino porque rápidamente se advierte el pacto que supone para quien puntúa bien esperar una puntuación equivalente, es decir retroalimentarse bajo una implícita ley de reciprocidad y agrado. Y creo que este entorno dificulta la argumentación y la crítica. La argumentación por la celeridad que nos lleva a quedarnos en el titular acerado, la crítica porque puede romper la cadena de complacencia y reciprocidad que alimenta los 'likes'. No olvidemos además que los vínculos con otros son necesarios para seguir activos en los contextos precarios, donde el agrado suma y el conflicto resta, de forma que se favorecen críticas más epidérmicas que no nos comprometan demasiado. Hay quien se vale de ello para oscilar al lado opuesto y convertir el enfrentamiento en marca, otra forma de singularizarse y lograr audiencia. Pero estos dos casos que te comento son polos de un gradiente, el de la inercia y el del posicionamiento radical. En los lugares intermedios queda la crítica reflexiva que probablemente no tendrá números muy altos pero que es imprescindible para reivindicar otros criterios de valor.
- Tanto las derechas como las izquierdas trabajan la red a destajo.
A mí me parece que la política contemporánea se ha visto damnificada por una instrumentalización de las redes que tiende a convertirla en espectáculo y audiencia. Pienso que ha habido conciencia de ello especialmente tras lo vivido con Donald Trump. Coincido con esto que comenta de que distintas ideologías pueden igualarse en la red cuando independientemente de lo que dicen, su estilo, su forma de poder, es llamativamente parecida, es decir son incapaces de practicar lo que predican porque el altavoz y los medios están viciados, e incentivan lo de siempre: la voz más alta, la arrogancia de quien busca poder y no ayudar a gestionar lo colectivo, a buscar lo mejor para la comunidad. La fácil deriva hacia posiciones polarizadas es llamativa en redes que no están pensadas para debatir. Claro que la forma es parte del discurso y si hubiera más autocrítica muchos de los que valoran la confianza que la ciudadanía ponemos en la política trabajarían por hacer las cosas de otras maneras. Debiera ser posible recuperar honestidad, consenso y bien colectivo por encima de la pelea enquistada y quizá para ello haya que pensar en qué medida determinados medios contribuyen a unas u otras formas de hablar y de escuchar. Creo que precisamos detenernos a pensar en las formas y redes que empleamos, pero también menos egos y más cuidados, más nobleza y autocrítica,
- En 'Frágiles' recuerda lo difícil que es responder a: «¿Cómo estás?»
Por mucho tiempo he experimentado situaciones incómodas atribuyéndole a esta expresión un interés más allá de la cortesía. Pero es posible la sorpresa y de vez en cuando alguien te pregunta en serio “¿cómo estás?” y llega a ser emocionante.
- Reivindica la ola feminista tejida en internet. Ahora parece que en España, con la Ley Trans, se ha agrietado la unidad del movimiento. ¿Cómo lo ve?
El conflicto forma parte de la diversidad que caracteriza al feminismo, no hay que evitarlo ni esconderlo. El conflicto es una fuente de aprendizaje. Sería sospechoso que no lo hubiera porque lo que hace grande al feminismo (como plural) no es la homogeneidad sino la solidaridad. A mí me parece esencial el avance en derechos que ser recogen en la Ley Trans, y empatizo y procuro entender los temores de algunas feministas, pero creo que el tiempo ayudará a conciliar y respetar discrepancias y diferencias porque lo que nos une está por encima y es lograr un mundo socialmente más igualitario siendo humanamente diferentes.
- «¿Se puede ganar sobre el sufrimiento de otros?», se pregunta. Y considera que la victoria, que implica derrotar y vencer, «debería cambiarse por cuidado mutuo». Añade: «La vida no es una competición ni una guerra, tantos siglos hablando de héroes, batallas, perdedores y culpables. Resulta agotador y estúpido». ¿Está ahí el germen del mal?
No sé si hay un único germen pero a mi me parece que uno de ellos sería este. Ese modelo donde el triunfo es siempre piramidal e individual y no colectivo, un modelo asentado en el dominio de unos pocos que a lo largo de los siglos se han parecido llamativamente. Creo que ese predominio de la influencia del más fuerte, del que emplea como método el lenguaje bélico o violento, como si no tuviera miedo a morir, ha sido algo que ha caracterizado nuestra historia y ha subordinado a quienes estaban al cuidado de otros y si tenían miedo a perder las vidas de otros. Y sí, me parece parte de los males de nuestra sociedad pero al mismo tiempo es algo que puede ser cambiado. Y creo que, aunque solo sea como tentativa, debiéramos darnos la oportunidad de experimentar con otras formas de gobernanza donde los estudiantes o los trabajadores no zancadilleen a los de al lado porque se asiente la idea de que solo hay lugar para unos pocos, donde la preocupación por los otros sea educada. Lo que hemos vivido con la pandemia es un claro ejemplo de que lo que nos salva como humanos son los cuidados, la sanidad pública, la ciencia, la solidaridad y que harta indeciblemente la batalla estéril de quienes usan sus diferencias para generar odio y no para enriquecer consensos.
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