ENTREVISTA
Raúl Zurita: «La poesía no puede derribar una dictadura ni curar la pandemia, pero si se acaba, se acaba la humanidad»
El poeta chileno, último premio Reina Sofía de Poesía y candidato habitual al Cervantes, charla con «ABC Cultural» desde su casa de Santiago, en Chile, y confiesa sentir «pudor» por ser un privilegiado: «Yo nací para luchar por los otros hombres»
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEn los últimos meses, Raúl Zurita (Santiago, Chile, 1950) ha vuelto a acordarse, con la certeza de que el olvido es imposible, de la época, no tan lejana, que pasó preso en un barco tras el golpe de Estado de Pinochet . ... La oscuridad derivada de la pandemia es tan «espantosa» como la que el chileno sufrió entonces, cuando, junto con cientos de compañeros, miraba hacia la escotilla que les mostraba el diminuto pedazo de cielo que habían elegido para ellos. «Ahora no estoy con los dolores físicos, nadie me está pegando una patada, sin embargo la sensación es la misma», confiesa el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en conversación con ABC desde su casa de Santiago, en Chile. Durante aquel tiempo de torturas, aislamiento y soledad, Zurita se sintió «comunicado con los seres que no sabían dónde estaba, que me estaban buscando». Y esa extraña, reconfortante y esperanzadora sensación es la misma que uno experimenta cuando lee su poesía, pura, ancestral y reparadora.
—Qué difícil es sentir alegría en mitad de esta pandemia. Es tanta la desgracia…
—Exactamente, es una sensación casi de pudor. Porque, finalmente, uno está acá, estamos conversando ahora, y, sin embargo, en este mismo momento hay gente que no tiene donde estar, sobre todo en Latinoamérica, donde la cosa es espantosa, es enorme la miseria y la pobreza. Eso es fuerte, es fuerte…
—Y esa miseria ha aumentado con la pandemia.
—Por supuesto, por supuesto.
—¿Cree que tras esta crisis los ricos serán más ricos y los pobres más pobres?
—Eso es lo espantoso. Sin una verdadera explosión social… No se puede, es demasiado evidente la inequidad, en Latinoamérica es una cosa espantosa. Yo creo que un Gobierno no se puede medir por lo bien que están los que están bien, porque los que están bien, están bien. La medida para un Gobierno es cómo están los que están realmente mal. Yo prefiero mil veces una sociedad más pobre, pero más igualitaria, que esta sociedad tan absolutamente ostentosa, pero solamente para unos pocos.
—¿Es la apatía uno de los signos de este tiempo que nos está tocando vivir?
—Puede ser. Cada persona lo profesa de una manera tan peculiar… Para mí, es un poco una angustia, angustia por este temor a la muerte que nos toca, y que es una muerte silenciosa. Hay seres que mueren totalmente aislados, sin nadie que les dé la mano, que les consuele… Eso que dicen de los latigazos de Dios… Ahora, la muerte es silenciosa, no te deja lugar a un sueño, no te deja nada. Eso es terrible. Por supuesto que es tonto tenerle temor a la muerte, porque es algo que nos sucede inevitablemente, pero esta muerte… No, no, no, es terrible. Ojalá que esos seres humanos crean que están rodeados de sus seres queridos esos últimos segundos, porque, si no, la vida no tiene sentido.
—Y, ante eso, ¿cómo ser optimista? Si es que se puede ser optimista, claro…
—(Largo silencio) Bueno, el único optimismo posible es que, si esto pasa, seamos un poco más comprensivos, un poco más buenos, un poco más generosos, un poco más solidarios. Ojalá que nos demos cuenta de que hay tantas cosas que no significan nada, que no son nada. Ojalá que seamos un poquito más profundos, un poquito más hondos, ojalá... El optimismo acá es muy estrecho, pero sin ese optimismo, aunque sea un hilito muy delgado, la única salvación sería el suicidio. Sin embargo, nos seguimos levantando, nos levantamos y nos volvemos a levantar, por el sueño de un día nuevo. Sin el sueño no puede vivir nadie. Uno puede aguantar veinte horas sin agua, pero no puede vivir cinco minutos sin una ilusión.
—Eso también es gracias a la esperanza, que es lo último que perdemos.
—Ojalá. Si no es así, tiene que venir algo y borrarnos de la faz del planeta. Los seres humanos se han hecho tanto daño los unos a los otros… Es casi inconcebible, las concepciones más feroces... Que alguien esté escribiendo un poema maravilloso y lo esté haciendo en Auschwitz… Son cosas tan brutales en la Historia. Es posible pensar que no nos hayamos ganado el derecho a la supervivencia.
—Dicen que usted devolvió a la poesía el aliento épico y la grandeza. ¿Qué le parece asociar la épica con la poesía?
—Uno no está en el lugar de valorar lo que hace, porque siempre está en un terreno como oscuro. Alguien que escribe poesía no sabe bien por qué lo está haciendo, es realmente una fuerza muy misteriosa, las voces te ocupan y uno empieza a hablar una lengua extraña, una lengua que no es la misma que uno usa. ¿Qué es más épico que un segundo de la vida de todos los seres humanos? ¿Qué es más épico que mirar a los ojos a otro ser humano? Épica en ese sentido: el roce de dos manos que reflejan toda la historia del mundo.
—¿Se pasan los poetas mucho tiempo dentro de sí mismos?
—En lo uno y en lo otro paso el mismo tiempo, porque, para mí, el afuera es tan importante… Lo que miro, lo que siento, lo que veo tan doloroso a veces… No me gusta esa especie de poesía autista que sólo habla de sí misma. Como si en los últimos setenta años en la Tierra no hubiera pasado nada. Yo creo que la poesía tiene que dar cuenta del afuera. Somos abismos que se corresponden con todo. Cuando uno ve las rompientes, es como una metáfora de las pasiones humanas, como una correspondencia.
—¿Y cómo está ahora su interior?
—Mi interior está un poco desolado con todo lo que está pasando, pero también con una situación de un privilegio que no sé si uno se lo merece. Yo estoy bien, estoy con mi mujer y sobrevivimos bien, porque, si dos personas se quieren, todo está bien. Pero, al mismo tiempo, siento cierto pudor, porque yo no nací para ser un privilegiado en ningún plano, yo nací para estar al lado de los otros hombres, para luchar por los otros hombres y para darme la mano con los otros hombres. Y me da un poco de vergüenza, me siento un poco culpable… Es difícil.
—Con su poesía rompió las fronteras, pero no sólo las de su país, sino las de sí mismo; consiguió que su experiencia personal tuviera carácter universal. ¿Para eso sirve el arte?
—Yo creo que sí. Si uno es capaz de volcarse hacia sí mismo, pero sin autocompasión, que es un vicio terrible, y sin falsa solidaridad. En el fondo, es como si todos fuéramos metáforas de lo mismo, todos tenemos el mismo temor a la muerte… Somos tan semejantes, y vemos a nuestros hermanos tan monstruosos, a los Pinochet… Es como si el poeta en este mundo tuviera que ser la primera víctima, pero también el primer victimario, el primero que entiende el mal. La poesía no puede derribar una dictadura, no puede ahora curar la pandemia, pero si se acaba, se acaba la humanidad. La poesía representa la esperanza, el sueño por el nuevo segundo que viene, por el nuevo minuto que viene cuando todo se derrumba.
—¿Esas son las batallas que se libran con el arte?
—Yo creo que sí, porque el arte es también el testimonio de una derrota tremenda. El arte no es pintar cuadros, ni escribir bonitos poemas, sino hacer el mundo algo más decente de lo que es, si no, es un gran fracaso. A mí me gustaría que dejaran de existir las razones por las que uno escribe poesía, porque esas razones son muy amargas. Lo que sucedió en Chile con los desaparecidos, ojalá nunca hubiera tenido que escribir de eso, porque significaría que esas cosas nunca sucedieron. El mundo está feo, está mal, y costaría tan poco hacerlo un poquito más solidario…
—¿Las heridas llegan a cerrarse?
—Hay un verso de Nicanor Parra, que es un poeta que yo quiero mucho, que dice: «Las arrugas no son cicatrices». Y yo creo que no hay que confundir. Yo no creo que las heridas se cierran. Hay que seguir viviendo, pero hay que conservar la memoria, hay que recordar, sí, claro que sí, no nos olvidamos de nada, absolutamente de nada, es imposible olvidar. Yo me acuerdo de todo, de todo, de todo.
—Si los gobernantes defraudan a su pueblo, le decepcionan, ¿qué papel le corresponde al artista?
—Creo que no hay un papel que le corresponda a un poeta. En el momento en el que le pones un papel, es una coacción. No puedo imponerle a nadie una misión, porque sería una coacción, y ahí entran los fascismos. Con una misión en el arte nunca se hubiera podido escribir el «Edipo». Es tanta la pluralidad del arte, hay tantas formas, casi infinitas, aunque haya gente que haga un arte o una poesía que a mí en lo personal no me guste o no me interese, pero yo no les puedo imponer que hagan otra cosa.
—A sus 70 años, ¿cómo asume su vejez, cómo la afronta?
—La vejez es algo tan inevitable, tan interesante y tan espantoso al mismo tiempo. Hay algo fuerte en esa vuelta a la tierra, porque uno va volviendo a la tierra: polvo eres y en polvo te convertirás. Hay algo que es apasionante, aunque parezca muy loco lo que le digo, hay algo que es muy, muy fuerte, muy profundo. A mí me atrae, me gusta, cómo uno se va apagando y se va apagando…
—¿Por qué siente eso?
—Porque el gran temor son las vidas insípidas, para mí. En cada segundo de la vida hay algo increíble. La vejez te trae una serie de cosas que es imposible que las experimentaras antes. Yo tengo 70 años, pero me parece que tengo cinco, no porque me crea joven, pero de repente me toco un hueso, y es el mismo hueso que me toqué cuando yo era chico. Me toco debajo de la cara la calavera y es la misma.
—Publicó «La vida nueva» en 1994, y lo hizo con cierta euforia por dejar atrás la dictadura y, sobre todo, a Pinochet. Pero me temo que los años siguientes fueron muy decepcionantes…
—Fueron una gran decepción. Nada de lo que pensé que iba a ser el mundo cuando tenía 18 años es lo que ha sido el mundo, nada de lo que yo pensé que sería Chile después de la dictadura de Pinochet ha sido Chile. Pero la decepción forma parte de los seres que somos. A algunos nos tocó el papel de soportarlo.
—¿Cómo se sobrevive con esa decepción?
—(Silencio) Con mucha pequeña ilusión. Sin ilusión, nos asfixiamos, siempre hay algo, en una mirada, en un cruce de buses, siempre hay algo por lo cual mantenerse vivo. Hay una frase de «Purgatorio»: «La vida es muy hermosa, incluso ahora». Incluso ahora que está todo derrumbándose, hay algo que es maravilloso, es terrible y es maravilloso. Cuando se pone plana es un aburrimiento fino.
—¿Qué le parece la literatura que se hace ahora?
—Hay una poesía del yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, que en general no la soporto, en general no la soporto. No la soporto porque es superficialmente dura, es literatura en el sentido penoso que tiene esa palabra. La poesía del yo la verdad es que me aburre, no la condeno, ni siquiera. Afortunadamente no soy crítico literario.
—Creo que le gusta mucho Anne Carson…
—Sí, me gusta mucho, la respeto mucho. Tiene una frase increíble; una vez estaba en una cosa de feministas y le preguntaban que qué pensaba de esta cosa y de tal otra, esta cosa de confundir la biografía con las obras, tan planamente, y les contestó: «Menos mal que no sabemos nada de la vida de Platón» (ríe). Es una mujer muy inteligente, una gran poeta.
—Y, ahora, a nivel humano, con todo lo que estamos viendo y viviendo, ¿no tiene la sensación de que nos adentramos, cada vez más, en esa peligrosa oscuridad del alma?
—Yo creo que sí, creo que sí (lo dice con tristeza), creo que nos vamos adentrando en la oscuridad.
—¿Cree que vivimos una época de regresión?
—No lo sé, no lo sé… Hay algo que estamos haciendo muy mal y es tan grande lo mal que lo estamos haciendo con esta pandemia… Nosotros también lo hemos hecho mal, no sé si hemos encontrado un sentido de la vida, del futuro, del sueño… Si todos fuéramos seres más o menos hondos, no temeríamos a una muerte donde no hay nada posiblemente, nada más. Si fuéramos más sabios podríamos enfrentar de mejor manera todo esto.
—Si algo ha demostrado esta pandemia es que somos una humanidad y hemos de actuar en consecuencia.
—Somos una humanidad, eso es lo que más cuesta entender. Somos una humanidad, aunque no nos guste, lo somos. Hablábamos de los monstruosos hermanos nuestros, hermanos nuestro monstruosos, monstruosos, pero ya de una maldad y una crueldad infinita… Es como una familia, finalmente.
—Pensar que somos familia de monstruos como Pinochet estremece…
—Estremece, estremece, pero lo somos, no vinieron de la nada. Hay algo en el mundo que crea a estos personajes. No echemos las culpas solamente a estos personajes, veámonos nosotros mismos un poco en ellos. Ellos son como las encarnaciones de muchas pequeñas pulsiones que están en todos. Todos podemos ser más o menos así, aunque no lo veamos. Veámonos en nuestras propias pulsiones, en nuestra propia miseria, en nuestro egoísmo.
—Creo que es un gran lector de la Biblia. ¿Qué encuentra en ella?
—Una pureza que se ha perdido. Cristo fue un gran revolucionario: ama a tu prójimo como a ti mismo, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra… Es impresionante. Los Evangelios tienen una pureza y una nitidez... A mí me maravilla. Pero no es lo único que me maravilla, también me maravilla Dostoievski.
—¿Qué fue de las utopías, dónde se nos quedaron?
—Las utopías… Bueno, estamos de tumbo en tumbo, de fracaso en fracaso, de decepción en decepción. Ahora, si se pierde el horizonte finalmente utópico, si se pierde eso, lo hemos perdido todo. Si se pierde la ilusión de que, no obstante, es posible construir el paraíso, aunque todas las evidencias que tengamos, todas, nos digan que es una estupidez, sin embargo, es posible. Es tan simple, finalmente, es una cosa tan simple: tú ves una foto de una madre con su hijo masacrado en brazos o ves a los tipos que están cruzando el Mediterráneo que se ahogan… Sería tan simple como que esa bomba nunca cayó ahí, o que ese chico no hubiera estado ahí jugando al fútbol, o que esos tipos no hubieran tenido que salir corriendo de su país… Son cosas tan pequeñas… Si se sumaran todas esas cosas pequeñas, una a una, eso sería el paraíso.
—¿En qué sociedad cree Raúl Zurita?
—En una sociedad sin clases sociales, en donde el único respeto que haya sea el respeto por el conocimiento, no por otra cosa.
—Pues ojalá alguna vez esa sociedad sea posible…
—Ojalá... A lo mejor algún día alguien lo verá.
Noticias relacionadas
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete