Arquitectura: Punto y seguido

La por muchos celebrada «muerte de la crítica» nos ha dejado sin herramientas para construir un andamiaje de pensamiento que responda de forma valiente a las necesidades del presente. Sin embargo, se constata cómo aquella impostura con la que se reaccionó en los inicios de la crisis, la denuncia de la fiesta de la disciplina hecha justamente por los que habían fomentado y disfrutado de ella con más gusto, fue el primer signo claro de la actitud escapista con la que se afrontó la situación . Aquello ha derivado en otra igual de mentirosa, montada para tiempos de austeridad, en donde ya no se exaltan edificios icónicos, sino populistas preocupaciones sociales, «performances», instalaciones…

Se escribe en abundancia sobre arquitectura, pero para decir menos. Las voces parecen multiplicarse gracias a las redes, sin embargo, cada vez son más fútiles y, lo que es peor, contradictorias. Si la apertura de canales de opinión y diálogo tenía que haber servido para pluralizar y hacer activo el debate, el efecto ha sido el contrario: se ha impuesto la frivolidad vanidosa de los opinadores instantáneos y el narcisismo de los contadores de historias que pretenden convertir sus autobiografías en argumentos de reflexión.

Paradójicamente, se asegura que la crítica ha desaparecido o es inútil, mientras ha sido convertida en el nuevo producto/fetiche para el «marketing» académico: abundan maestrías, congresos y seminarios dedicados a enseñar cómo inventar nuevas formas de hacer crítica sin que parezca que de sus contenidos forme parte inculcar la necesidad de un conocimiento que sea la base desde la que esa crítica sea emitida.

Medios e individuos se han «hooliganizado». Sirva recordar aquellas soflamas vertidas antes del verano jaleando un supueste «triplete español 2015»: las tres instalaciones efímeras firmadas por Andrés Jaque (PS1), Izaskun Chinchilla (en Governor’s Island, Nueva York) y Selgascano (Serpentine Gallery de Londres) y que protagonizaron el periodo estival. Se trataba sólo de recuperar aquel absurdo triunfalismo de tiempos recientes. Como si fuera innecesario reflexionar acerca de su valor, de qué aportaban realmente esos proyectos dentro de un contexto de situación extremadamente delicada para la arquitectura en España.

Y, confirmando que este estado de vacío y deriva persistirá y que el populismo mediático se consolida para seguir anulando las aspiraciones de reconfigurar una arquitectura alejada de imposturas y fantasías frívolas y narcisistas, ahí queda el anuncio del nombramiento de Alejandro Aravena (director de ELEMENTAL y un adalid del filantrocapitalismo) como director de la intelectualmente paupérrima Bienal de Arquitectura de Venecia de 2016.