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LIBROS

«Los poderes de la oscuridad» y «Algo en la sangre», el vampiro que surgió del frío

Drácula nunca pasa de moda porque es un mito del terror. De ahí que se prodiguen secuelas, como «Los poderes de la oscuridad», y biografías de su autor, como «Algo en la sangre»

Bela Lugosi en el mítico «Drácula» (1931), de Tod Browning
Rodrigo Fresán

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Si todo el asunto no estuviese aquí tan exhaustivamente documentado, podría llegar a pensarse en «Los poderes de la oscuridad» como en una novela de Thomas Pynchon , una canción de They Might Be Giants, o una película dirigida por Wes Anderson junto a los Coen . Un delirio. Pero no: esta Makt Myrkanna -en el original islandés- y presentada ahora al mundo entero luego de más de un siglo como «versión perdida de Drácula» es algo cierto pero no del todo serio. He aquí el producto febril de un tal Valdimar Ásmundsson -fundador y propietario del periódico «Fjalkonan»- quien leyó la obra magna de Bram Stoker de 1897 y decidió traducirla y serializarla tres años después en sus páginas. Y en algún momento, el islandés decidió «vampirizar» a Drácula y hacerla suya.

Leyendas nórdicas

Lo hizo de una manera muy extraña y con modales de temprana «fan-fiction» pirata: redujo su tamaño pero expandió las partes que más le gustaban (el viaje de Jonathan Harker, aquí Thomas, novio de Mina, aquí Wilma, a Transilvania es tres veces más largo y conserva su formato de journal); prescindió a continuación de lo epistolar (eliminando buena parte del hipnótico encanto de la novela con -maniobra genial- su multiplicidad de voces escribiendo sin parar acerca de un monstruo al que se ve poco y nada) cambiándolo por un vulgar narrador omnisciente; añadió una buena dosis de mitos nórdicos corporizados por unos simiescos nosferatus; redujo el rol de Van Helsing y sus comandos hasta lo insignificante (pero creó unos detectives victorianos investigando el macabro hallazgo de torsos en el Támesis); no dio noticias de Renfield (pero el Dr. Seward enloquece); y prescindió de dos de las novias-vampiras subiendo la temperatura corporal de la que quedó (una «sobrina» del Conde de quien se insinúa que tal vez sea... ¡Josefina Bonaparte!) anticipando las muy escotadas adaptaciones cinematográficas de la Hammer.

La sensación es la de escuchar a alguien que te cuenta algo que no le sucedió a él como si le hubiese sucedido y, por lo tanto, reclamando plena libertad de añadirle todo lo que se le ocurra. De pronto, los acontecimientos se precipitan (mucho); y, superado el tramo rumano, la acción se acelera como si Ásmundsson se hubiese aburrido de todo el trámite. El resto de la acción ocupa apenas cuarenta páginas con dicción de sinopsis y prosa mecánica. Y el Conde muerde y se vuelve polvo luego de -omnipresente en Londres- dar fiestas donde intenta convencer a la alta sociedad de la necesidad de derrocar al gobierno e instaurar un reinado darwinista que se adelanta a los muy graciosos pastiches/mash-ups vampíricos de Kim Newman. ¿O tal vez fue que Ásmundsson trabajó con una versión previa enviada por el propio Stoker? Lo cierto es que importa poco y nada.

Aparato de notas

Así, lo recomendable es primero leer el texto y recién después, el inmenso e intenso y un tanto patológicamente obsesivo y casi davidfosterwallaceano aparato de notas (incluyendo desde un extraño prefacio del propio Stoker hasta planos del castillo) del investigador Hans Corneel de Roos y descubridor en 2014 (luego de rumores de su existencia desde 1986) de este rara vespertilio (murciélago) más que un «rara avis». Puede ignorarse sin culpa el prefacio del bisnieto-accionista Dacre Stoker (bisnieto de Bram y, en el 2009, coautor culpable junto a Ian Holt de esa imperdonable atrocidad que fue la secuela «Drácula, el no muerto») quien aventura que todo «fue orquestado por Bram». En resumen: un «hijo de la noche» que desafina mucho pero cuyo canto, aún así, resulta fascinante por todas las razones incorrectas. Como la islandesa Björk.

La vida de Bram Stoker . Y, si luego de lo de Ásmundsson/De Roos se quiere morder aún más, ahí está la total «Algo en la sangre», definitiva biografía de Stoker a cargo de David J. Skal y subtitulada con impiadoso cariño como la vida de «el hombre que escribió Drácula». Porque lo cierto es que (alcanza con leer su novela con momia feroz o su novela con dama fatal y gusano gigante) Stoker no fue un gran escritor . Pero sí hizo Historia como idiota «savant» imaginador de un libro genial (aunque muchos aventuran que fueron varios los editores y hasta un «ghost-writer» quienes mejoraron un manuscrito más bien anémico) que ha trascendido lo estrictamente literario para fundar y erigir un mito inmortal y siempre sediento.

El folletín más gótico

Aquí, de nuevo, la vida más bien melancólica y reprimida de Stoker (su infancia en cama, su casi adicción al actor Henry Irving, inspirador directo de ya-saben-quién pero al que el personaje le resultó «un espanto») añadiendo detalles novedosos como su correspondencia con Walt Whitman y una perfecta recreación de tiempos en los que los males de la sangre, las pestes, y la seducción por las ciencias ocultas producían la sensación de estar viviendo dentro del más gótico de los folletines. Acompaña a Stoker (y a Ásmundsson, en una larga nota al pie donde Skal propone diferentes soluciones a su misterio) un nutrido ejército de figurantes de primer nivel como Charles Darwin, Sarah Bernhardt, Philip Burne-Jones, Arthur Conan Doyle, Jack El Destripador y un Oscar Wilde del que Stoker heredó novia/esposa y quien no dudó en definir a Drácula como «tal vez la más bella novela de todos los tiempos». Aquella que -en sus primeras páginas- da la bienvenida al viajero y al lector con un «¡Bienvenido a mi casa! ¡Entre libremente y por su propia voluntad... Marche sano y salvo, y deje algo de la felicidad que trae consigo».

El más expeditivo Drácula modelo Ásmundsson, en cambio, se limita a un «¡Bienvenido! ¡Entre libre y felizmente!».

Y de nuevo -felices y libres- entramos.

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