LIBROS
El periodismo clandestino de Camus, germen de un Nobel
«La noche de la verdad» recoge los artículos editoriales, la mayoría de ellos inéditos en español, que el autor francés escribió entre 1944 y 1947 en «Combat», el periódico de la Resistencia
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Iniciar sesiónEra Albert Camus un joven de dieciocho años cuando al entregar un trabajo en la Facultad de Letras de Argel le pidió a su profesor que fuera indulgente: «Nadie de mi alrededor sabía leer. Tenga eso en cuenta». Así era: la muerte de ... su padre tras ser herido en combate durante la Primera Guerra Mundial, cuando Camus aún no había cumplido su primer año, motivó que su madre se lo llevara a la vivienda de la abuela, en Argel. Allí no había libros porque nadie, ni su madre, ni su abuela, ni sus tíos, sabían leer. Aprendió francés en la escuela, ya que en casa lo hablaban con dificultad, y si pudo acceder a una educación reglada fue gracias a una beca que recibían los hijos de las víctimas de la guerra.
No, Camus no estaba destinado a ser uno de los escritores y pensadores más importantes de Francia durante las convulsas décadas de los cuarenta y cincuenta, premio Nobel a los cuarenta y cuatro años y referente ético de la generación que plantó cara a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y más tarde al comunismo. Pero el camino de la cultura tiene atajos insondables. Dos fueron los desvíos que tomó el autor nacido en 1913 en la Argelia francesa: la biblioteca de su barrio, donde leyó a los clásicos y descubrió su vocación de escritor, y el periodismo, el oficio que lo introdujo en los círculos intelectuales y cuyo desempeño es clave para entender las ideas que plasmaría en obras como El hombre rebelde .
Fue su trabajo como reportero, en concreto el veto que le impusieron por la serie de reportajes «Miseria de la Cabilia», lo que le obligó a emigrar a París
Al reporterismo llegó al poco de entrar en la veintena, mientras escribía su primer libro, El revés y el derecho, en el periódico Alger Républicain. La tuberculosis que sufría le impidió hacerse con una plaza de profesor universitario. Y fue su trabajo como reportero, en concreto el veto que le impusieron por la serie de reportajes «Miseria de la Cabilia», lo que le obligó a emigrar a París recién comenzada la Segunda Guerra Mundial. El Camus que empezó a abrirse paso en la capital francesa venía de romper con el Partido Comunista y, tras iniciarse en la redacción del Paris-Soir y la editorial Gallimard, se unió como editorialista a Combat , el diario clandestino que desde tesis próximas al socialismo dio voz a la Resistencia.
Camus emergió con sus editoriales como un líder moral e intelectual en los años más negros de Francia, durante la ocupación alemana y el horror ante un posible triunfo de Hitler. «La libertad se merece y se conquista», escribió en 1944. «Es combatiendo contra el invasor y los traidores como las Fuerzas Francesas del Interior están restableciendo en nuestra tierra la República, inseparable de la libertad. Es combatiendo como la libertad y la República triunfarán». Una noche, al salir del diario junto a la actriz María Casares, con quien tuvo un romance, para evitar que una patrulla nazi los detuviera ella se tragó el editorial del día que llevaban encima. «El periodismo clandestino es honroso porque es una demostración de independencia –diría Camus–, porque lleva consigo un riesgo».
De aquellos años cuarenta permanecen títulos como El extranjero , El mito de Sísifo y La peste , las obras que publicó entonces, pero de sus escritos periodísticos solo hemos podido leer en español las selecciones que el autor hizo en Crónicas (1944-1953) y Crónicas argelinas (1939-1958) , editadas por Alianza, las notas recogidas en los Carnets y la aproximación de María Santos-Sainz en Albert Camus, periodista (Libros.com). Estos artículos no solo lo consagraron como un «modelo de periodista», señala Santos-Sainz en el libro, sino que en ellos se fraguaron «su pluma, su compromiso moral y su lucidez».
La noche de la verdad , editado por Debate, después de que en abril de 2020 Penguin Random House se hiciera con los derechos de la obra de Camus, viene a cubrir esta laguna. El volumen comprende todos los textos que el premio Nobel escribió y los que se le pueden atribuir con seguridad en Combat , donde trabajó como editorialista y redactor jefe hasta que pasara a manos de Henri Smadja y el diario perdiera su esencia: en total, 138 editoriales y 27 artículos, la mayoría inéditos , que publicó entre marzo de 1944 y junio de 1947. También incluye varias piezas aparecidas en 1948 y 1949.
En los artículos periodísticos de Camus se fraguaron «su pluma, su compromiso moral y su lucidez»
« Combat –escribió Camus en uno de sus últimos artículos– se creó para que unos cuantos hombres, dentro del respeto a los matices de opinión que los diferencian, se unan en el ejercicio de la crítica libre». Desde estas páginas la Resistencia se enfrentó con fiereza al fascismo –«La neutralidad ha dejado de ser posible»– y llamó a la insurrección frente al régimen de Vichy: «No somos nosotros quienes hemos elegido matar. Pero nos han puesto en la tesitura de matar o de ponernos de rodillas».
Camus compartía con Orwell la obsesión por la palabra exacta –«Vivimos una época en que no hay más habilidades que el valor y el lenguaje claro»– y con Chaves Nogales la entrega sin reservas al ideal democrático. «Es posible que no exista un régimen político bueno, pero no cabe duda de que la democracia es el menos malo», escribió en 1947, seis meses antes del famoso discurso de Churchill . Así había hablado Chaves Nogales en La agonía de Francia (1941): «Hasta ahora no se ha encontrado un sistema de gobierno más perfecto que el de una asamblea deliberante, ni hay otro régimen de selección mejor que el de la libre concurrencia: es decir; la paz, la libertad, la democracia».
La verdad –«No hay descanso en la verdad»– era un compromiso inquebrantable y el periodista debía ser, en primer lugar, un hombre de ideas. Y solo después «un hombre que se encarga a diario de informar al público de los acontecimientos del día anterior, un historiador sobre la marcha». Ya reivindicaba hace ocho décadas la ética de la objetividad ante las tentaciones amarillistas –«El público no quiere eso. Se le ha enseñado durante veinte años a quererlo»–, advertía de que no se podía informar bien si se hacía con prisas y celebraba que durante la Resistencia hubiera surgido un nuevo periodismo que había dejado de depender de la ideología del propietario.
La noche de la verdad exhibe un pensamiento en construcción. La relectura de algunos de esos editoriales, señalaría unos años después en el prefacio de Crónicas , le provocaban incomodidad y tristeza, pues de la guerra y la posterior reconstrucción de la paz mundial salió con algunas ilusiones perdidas. En las páginas de Combat , como principal editorialista, confrontó con el marxismo y el cristianismo, se postuló en favor de un socialismo liberal antes de unirse de manera decidida a los movimientos anarquistas, pasó a oponerse a la pena de muerte, después de apoyarla, denunció la connivencia de los Aliados con la España franquista y mantuvo posiciones ambivalentes sobre la cuestión de Argelia o la bomba atómica.
«Son estas, como ya se habrá dado cuenta todo el mundo, unas consideraciones deliberadamente intelectuales»
«El razonamiento es típico de Camus: se horroriza ante una realidad atroz sin ofrecer una alternativa plausible –apunta Manuel Arias Maldonado en el prólogo–. ¿Reside aquí una de las razones de su éxito?». Lo que en realidad ocurría es que en el mundo de la posguerra, cuando ya se empezaba a hablar del «telón de acero» y la competencia entre partidos se iba intoxicando, había que escoger entre ser víctima o verdugo, un dilema que Camus resolvió negándose a elegir, en estos artículos y en los que escribió en L'Express en los años cincuenta. El suyo era el mundo de las ideas. «Son estas, como ya se habrá dado cuenta todo el mundo, unas consideraciones deliberadamente intelectuales».
La muerte le llegó en un accidente de tráfico rodeado de todo tipo de teorías conspirativas a los 46 años, un 4 de enero de 1960, antes de que el «aliento de la mediocridad» tuviera tiempo de marchitar su leyenda.
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