CÓMIC
Ana Penyas: «Siempre encuentro en el pasado las claves para entender el presente»
Tras triunfar con su primer cómic, la valenciana Ana Penyas regresa con «Todo bajo el sol», una historia sobre cómo el turismo ha afectado al Levante español
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Iniciar sesiónCon su primer trabajo, «Estamos todas bien» , Ana Penyas (Valencia, 1987) arrasó, llevándose todos los principales premios que se otorgan en España, incluyendo el Premio Nacional de Cómic de 2018. No solo fue la primera mujer en ganar ese galardón, sino la persona más ... joven en lograrlo y la única que lo ha obtenido por su obra de debut. Tal comienzo fulgurante podría haberle pesado, pero demuestra que no es así con su segundo trabajo, «Todo bajo el sol» (Salamandra Graphic). A través de la historia de una familia, Penyas explora cómo el monocultivo turístico ha afectado al Levante, llevándose por delante otros estilos de vida y marcando un futuro del que es difícil escapar.
¿Qué le llevó a escoger este tema para su segundo cómic?
Estaba ya muy candente, no era solo una cuestión de movimientos sociales, sino que ya estaba en los periódicos: los conflictos con los cruceros en Barcelona, la subida de alquileres por Airbnb, las «kellys»… Pero decidí no tratarlo desde el presente, sino hacer un porqué, un cómo hemos llegado aquí. Y de ahí salieron otros temas, así que creo que no me ha quedado un libro que solo trate del turismo, sino que ese fue el punto de partida.
Y supongo que se ha encontrado con que la pandemia ha hecho esta cuestión aún más relevante, porque nos ha hecho preguntarnos qué queda si falla el turismo.
Claro, qué queda en un país donde se ha apostado muchísimo por esto. Mal, la cosa queda mal. Es un callejón sin salida, porque ya te han puesto tanto en esa situación que, claro, la gente quiere trabajar, pero es pan para hoy y hambre para mañana.
Tanto «Estamos todas bien» como «Todo bajo el sol» parten de la memoria para entroncarla con el presente. ¿Cree que esto va a ser una constante en su carrera?
Entiendo que sí. No es que me plantee partir desde la memoria, sino que empiezo un tema y para comprenderlo leo cosas sobre el pasado. Y siempre encuentro en él las claves para entender el presente. Me es inevitable poner el pasado como protagonista, porque sin eso me parece que falta comprensión. Incluso con una persona, si no vas hacia atrás, no la comprendes del todo.
Algo que me ha encantado en este cómic es como va usando los «souvenirs», piezas de una memoria impostada y comercial que se han convertido en parte de nuestra memoria real.
Eso también tiene una relación con «Estamos todas bien», el uso de los objetos para narrar. En un principio este cómic se iba a llamar «Souvenir», pero nos llevaba mucho solamente al turismo. Como cada capítulo tiene un tema bastante diferente al anterior, sobre todo al principio, me volví a sujetar a que los objetos iban a hilar esas historias.
«Mi estilo ha evolucionado desde mi anterior cómic, porque yo voy aprendiendo a dibujar mientras dibujo»
¿Cómo ha escogido los puntos temporales concretos que toca en la historia?
Lo decidí estructurar así porque al principio tenía otra historia. Me apunté a un curso en casa de Jorge González , otro autor de cómic, e íbamos los lunes a que nos ayudase con los guiones. Allí me inventé una historia que luego deshice por completo. Empecé a ver que había cosas que quería contar: el tema de la Ruta del «bakalao» era uno que tenía clarísimo, igual que lo de L’Horta. Y esos temas que quería contar empezaron a ser tan dispares que la familia fue el otro asunto que me sirvió de hilo conductor para convertirlos en una historia lineal. Al principio, me había centrado solo en un sitio, en el pueblo costero, pero noté que me faltaban cosas que suman al entendimiento de la cuestión y que no tienen nada que ver. Cosas que había visto o vivido, como el Imserso, que me parece muy entrañable. Tampoco quería caer en demonizar todo.
Hablando de la familia que protagoniza la historia, en «Estamos todas bien» la familia que aparecía era la suya. ¿Le ha resultado muy distinto el proceso creando una familia ficticia?
Es lo que más me ha costado, inventarme desde cero a unas personas. Los hijos podrían estar más inspirados en gente que conozco, o en mí misma; es una generación que conozco. Pero para los demás he tenido que hacer un ejercicio de caracterización, darles personalidad, pensar quiénes eran. Ha sido muy bonito, pero estaba más insegura, porque lo que yo había hecho con Estamos todas bien tenía que ver con lo documental y en este caso me estaba inventando a mucha gente sin basarla en concreto en nadie. Por ejemplo, el padre de la familia se parece al personaje de «La piel quemada» , la película de Josep Maria Forn sobre la emigración de los andaluces que se fueron a construir edificios por la Costa Brava. Y otros se me parecen visualmente a alguien y tomo eso como punto de conexión, pero sus personalidades me las he inventado.
La elección de los espacios en los que transcurre la historia parece muy deliberada, en especial la del barrio en el que vive la familia.
El barrio es el que más conozco. El proceso de gentrificación es el que he visto en directo y con una consciencia. Cuando se empezó a nombrar la gentrificación -aunque era algo que ya pasaba antes- yo tenía veintipocos años y estaba ya metida en movimientos sociales, así que reflexionaba sobre ello. Me interesan estas zonas, que se repiten en los cascos históricos de muchas ciudades, zonas que se han degradado especialmente. Me apetecía poner el foco ahí, donde había mucho trabajo sexual, donde la heroína pegó fuerte. Y L’Horta, concretamente, es un espacio muy reconocible para mí, porque vivo en un barrio de Valencia que está al lado. Es un espacio que me es familiar, aunque no sea propio. Y el otro espacio principal se basa en Cullera, pero podría ser cualquier sitio. Aunque no quería que fuera un Benidorm, porque es un caso muy concreto, con su propia idiosincrasia y su propio urbanismo. Quería algo que fuera reemplazable por muchos otros sitios.
Supongo que gran parte del trabajo del cómic sería el de documentación sobre cómo fueron cambiando esos espacios, sobre todo para esas viñetas maravillosas que se repiten en cada capítulo mostrando los mismos lugares a través del tiempo.
No tanto para los cambios en esas viñetas, porque esos cambios eran sumar edificios, buscar los coches apropiados y cambiar las vallas de publicidad para ver qué anuncios representaban mejor la época. E inventarme los anuncios, porque tampoco son exactamente reales. El escenario del barrio está muy basado en la tesis que acaba de presentar un amigo mío. Así que la transformación de ese barrio está muy documentada. L’Horta es más fácil, porque está más congelado en el tiempo y me he basado mucho en el documental al que hago referencia en el cómic, «A tornallom» . Y para el pueblo que se convierte en ciudad costera es también un proceso de ir sumando edificios que me he inventado. La primera foto sí que está basada en una foto de Cullera que encontré, pero a partir de ahí voy sumando por pura imaginación. La estampa que hago en el capítulo del 2017, que es la última vez que se ve esa panorámica, me la he inventado, pero es totalmente realista.
Respecto a los anuncios, es curioso que en la página de créditos esté el «copyright» del balón de Nivea, que es la típica imagen que todos relacionamos con un día de playa.
Claro, el balón de Nivea funcionaba con todo. Funcionaba como «souvenir», como recuerdo colectivo. Yo no recordaba que pasaban avionetas por las playas arrojando los balones y me pareció una estampa maravillosa, así que tenía muy claro que quería esa imagen concreta.
«No quería caer en demonizar todo lo relacionado con el turismo»
Se nota mucho la evolución gráfica desde «Estamos todas bien» hasta este cómic. ¿Cuál le parece el mayor salto que ha dado en ese aspecto?
Por un lado, el color. También la complejidad de la imagen, la cantidad de elementos distribuidos en el espacio. Ahí noto que hay un salto. Antes, hacer ese tipo de imágenes tan abigarradas me hubiera costado mucho más tiempo. Ahora no es tan plano. En «Estamos todas bien» estaba aprendiendo a dibujar, así que en las viñetas ni levantaba la vista ni la bajaba, es un cómic muy basado en los rostros, en primeros planos. Y aquí varío mucho más. Es una evolución porque yo voy aprendiendo a dibujar mientras dibujo. En «Estamos todas bien» me pasó que de lo último que hice a lo primero no tenía nada que ver y tuve que retocar las primeras páginas. En este, al tener ya un poco más de bagaje, no hay tanta diferencia.
Algo muy destacado es la cantidad que recursos que empleas en una misma página: dibujo, «transfer» de fotos, «collage»… ¿Qué le lleva a incluir cosas tan dispares?
Con el «transfer» es una mezcla entre que me gusta mucho el efecto y que es muy documental, hace que la gente pueda reconocer cosas. Aunque sean cosas que me esté inventando, si cojo una foto de un coche y la transfiero, ya es más realista. Hay que reconocer que me soluciona espacios muy complejos, pero, a la vez, también es algo estético.
Forma parte de una generación que viene de la autoedición, de festivales como Tenderete o Graf. ¿Eso le ha marcado de alguna manera?
Creo que sí. «Estamos todas bien» y otros proyectos que empecé, los hice muy a mi bola, no con la lógica de si alguien me lo iba a publicar. Aunque nadie lo quisiese, yo lo iba a hacer. Tener ese impulso sí que tiene que ver con la autogestión y con saber que hay espacios en los que puedes presentar tu trabajo aunque no esté bajo el paraguas de una editorial.
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