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COMUNICADOS DE LA TORUGA CELESTE

La peligrosa idea de Pitágoras

El intento de hacer realidad la «armonía de las esferas» del filósofo griego lleva a Occidente a crear una música de asombrosa complejidad

Representación artística de signos musicales

ANDRÉS IBÁÑEZ

Consideremos a Pitágoras , el primer filósofo, y su idea de la «armonía de las esferas» . Cada uno de los planetas, dice Pitágoras, emite un sonido distinto. Al sonar todos juntos forman una «armonía» conjunta que atraviesa toda la realidad y que nosotros, por una maldición de la costumbre, ya no podemos oír. Seguramente para muchos de mis lectores, que jamás se han planteado estos temas, la idea de sonidos distintos que suenan al mismo tiempo de forma agradable es algo tan manido y evidente como tocar un acorde en una guitarra o cantar Frère Jacques. Pero en realidad no es así. En la música griega jamás se emitían sonidos distintos al mismo tiempo . Algunas veces se dejaba sonando un único sonido al par que la melodía principal, pero la música griega era siempre homofónica: voces e instrumentos cantaban exactamente la misma melodía, por muchos instrumentos y muchas voces que intervinieran en la ejecución. Entonces, ¿de dónde viene esta idea de que varios sonidos distintos puedan sonar juntos al mismo tiempo?

Lo cierto es que la idea tendría consecuencias incalculables. Platón la refleja en sus escritos con pasión de poeta, y las generaciones siguientes buscaron a lo largo de los siglos cómo hacerla realidad. Se tardó mucho, mucho tiempo, hasta que en el siglo XII, en la recién construida catedral de Notre-Dame, se añadieron tres voces a la voz principal y comenzó la andadura de la polifonía occidental . Y llegados a este punto tendremos un pequeño problema técnico. ¿Sólo en occidente, me dirán los etnomusicólogos? La música del gagaku japonés también es polifónica, me dirán, la más antigua que se conoce. Pero en el gagaku las distintas voces no establecen relaciones entre sí: esto es heterofonía, no polifonía. Y ¿qué sucede con las tradiciones polifónicas de Albania, de los Balcanes, de Georgia, esta última la más antigua de Occidente? Yo percibo en la música de Georgia una diferencia entre el estilo tradicional, que todavía todavía hoy se canta de manera espontánea en las reuniones y celebraciones, lleno de choques ásperos y voces que se entrelazan de formas impredecibles, seguramente siguiendo patrones rítmicos y melódicos sobre los que se improvisa, y un estilo más «artístico» que se asimila claramente al lenguaje armónico funcional.

Porque la búsqueda de los músicos de Occidente desde Léonin y Pérotin va claramente en dirección de la armonía. La idea del «contrapunto»: poner un «punto» o nota contra otro de acuerdo con las reglas de la consonancia y la disonancia. Y era lógico también seguir en esto a Pitágoras, que fue, tal como cuenta la tradición, el primero en clasificar los armónicos naturales de acuerdo con proporciones matemáticas justas: la octava, la quinta, la cuarta... El camino estará lleno de descubrimientos: por ejemplo, que no se puede fundamentar esa soñada «armonía» en las quintas, ya que una quinta (DO-SOL) es un intervalo consonante y una proporción matemática perfecta, pero la siguiente quinta (SOL-RE) crea una disonancia con la nota básica (DO-RE), y lo mismo sucede con las cuartas. Pero si vamos a la serie de los armónicos naturales nos encontramos con que las notas DO-DO-SOL-DO-MI-SOL crean, quitando las repeticiones, DO-MI-SOL, una superposición de terceras. Por eso las terceras serán la base de la música posterior, ya que al juntarse crean unidades de otro orden: los acordes. Es decir, la realización de la vieja idea de Pitágoras.

Pero al empezar a pensar por medio de acordes comenzamos a descubrir que en los acordes se producen disonancias, de modo que unos acordes parecen «llevar» a otros. Toda la historia de la polifonía occidental es la búsqueda de estas relaciones de unos acordes con otros, la búsqueda de una sintaxis, digámoslo así, que florecerá alrededor de 1600 en la creación del sistema armónico que conocemos como «tonalidad funcional» , en el que todos los sonidos y todos los acordes posibles se organizan en torno a una nota, que llamamos la «tónica». Es el problema del SÍ bemol, el primer armónico después de DO MI SOL, que crea una disonancia con DO. ¿Cómo resolverla? Digamos que movemos las notas por el camino más fácil y breve para lograr una consonancia: el más breve para SI bemol es ir a LA, el más breve para MÍ es ir a FA, y en cuanto a SOL, puede ir hacia arriba o hacia abajo, de modo que obtenemos DO FA LA, es decir, FA LA DO, el equivalente exacto de DO MI SOL. He aquí la disonancia, la resolución de la disonancia, la modulación, la relación tónica-dominante, la Pavana de las lágrimas de Dowland, y Mozart y Debussy y los Beatles.

En efecto, el intento de hacer realidad la idea de Pitágoras lleva a occidente a crear una música de asombrosa complejidad que tiene siempre la característica de ir «hacia adelante». El pensamiento armónico es narrativo: crea historias, crea la música como historia, la vida como obra de arte, la historia como teleología. El pensamiento armónico es un pensamiento dinámico que se mueve siempre, como una narración, en la línea creciente del tiempo, creando expectativas y resolviéndolas, creando expectativas y posponiéndolas. La música de Occidente va siempre hacia el futuro y se convierte, así, en una imagen del tiempo como cambio y evolución hacia un lugar distinto del que se partió (el paso del acorde DO MI SOL al acorde FA LA DO), logro y conquista, descubrimiento e indagación. He aquí la idea del progreso, la idea de la evolución, el mito del futuro. Porque esto es lo característico de nuestra cultura: que, al contrario de todas las otras que conocemos, tiene la capacidad de evolucionar. Quizá esta capacidad nunca hubiera sido posible sin la maravillosa idea de Pitágoras.

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