ENTREVISTA
Mercedes Monmany: «Lo mejor de Europa renace una y otra vez»
Más de un centenar de grandes escritores exiliados de la pasada centuria pueblan este ambicioso trabajo de la ensayista y crítica literaria
Estos son todos los países del mundo en los que hay dictaduras
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Iniciar sesiónClaudio Magris ha definido a la ensayista, traductora, editora y crítica literaria Mercedes Monmany como «un halcón que todo lo ve con su agudísima vista». Y matiza el gran escritor italiano: «Sin embargo, a diferencia de los depredadores rapaces, a Mercedes la mueve el ... amor, un amor extraordinariamente generoso por los autores y las obras que descubre y de los que se enamora». En efecto, esos rasgos que Magris destaca en Monmany se aprecian en toda su producción. Por ejemplo, en ‘Por las fronteras de Europa’ y en ‘Ya sabes que volveré’, y ahora en su nuevo y monumental trabajo, con el que, señala, «he completado una especie de ‘trilogía europea’».
¿Qué le llevó a escribir ‘Sin tiempo para el adiós’?
Trata un tema que es de toda una vida, un asunto que siempre me obsesionó. Igual que el hecho de las fronteras, y detrás de ellas todo lo que tiene que ver con Europa, que para mí es una especie de suprapaís, junto al mío propio, España. Y el fenómeno del exilio, de los desterrados, expatriados o emigrados, en silencio y como clandestinamente, me fue acompañando cada vez más.
Encierra un enorme acervo de lecturas. ¿Es su obra más ambiciosa?
No lo sé. En cada libro invierto esfuerzo y dedicación. En este caso, fui leyendo y juntando un gran número de volúmenes que formaron una parte importante de mi biblioteca. Por otro lado, conocí a exiliados, españoles, pero también balcánicos, cubanos, sirios o iraníes y siempre me asombró cómo fueron capaces de construir una vida a partir de cero, cómo convivían con ese desgarro insoportable de no poder volver a su tierra. Todo se abandonaba de un día para otro, sin tiempo para el adiós, para las despedidas. Y sin fecha para el regreso.
«Donde existe tiranía, hay exilio. Pero los totalitarismos no logran acabar con la cultura, con el espíritu creativo»
¿De los numerosos personajes abordados, más de un centenar, tiene alguno preferido?
Más que de personalidades, me gusta referirme a momentos, a encrucijadas del destino que todos ellos atravesaron, y que me emocionaban cuando tenía que condensarlas. Ahí estaría, por ejemplo, el instante desolador de la muerte de Antonio Machado en Collioure. Lugares familiares de mi infancia y de mis veranos en casa de mi abuela francesa. Yo vivía en Barcelona y ella al otro lado de la frontera, en Cerbère, y desde pequeña oí hablar, hay que decir que con espanto por quienes lo hacían, del Camp d’ Argelès, donde encerraban despiadamente a los españoles republicanos que emprendieron el éxodo al final de la Guerra Civil.
¿Cuál protagoniza la historia más trágica, conmovedora...?
Reflejo situaciones que encogen el corazón. Como cuando Walter Benjamin, cansado de huir, enfermo, temiendo ser detenido por la Gestapo, pero sin perder las formas ‘de otros tiempos’, aparece de madrugada en una pequeña buhardilla de la localidad marina de Port-Vendres. Allí se aloja su ‘pasadora de frontera’, Lisa Fittko, que ayudó a muchos exiliados a pasar a España, para luego embarcarse en Lisboa hacia Estados Unidos, y le dice: «Estimada señora, le ruego que perdone la molestia, espero no haber llegado en un momento inoportuno». Fittko no sale de su asombro, como comenta en sus memorias: el mundo se estaba hundiendo pero la cortesía de Benjamin permanecía inalterable. También me emocionó especialmente el encuentro en un tren de dos de las más grandes glorias de exilio ruso, Anna Ajmátova, representante mítica del exilio interior, y Nina Berbérova, del exterior. Ajmátova, tomando de las manos a Nina, le dice: «¿Por qué no vino antes?» y Berbérova ante la figura imponente que era Ajmátova, no sabe qué contestar y le dice tímidamente: «No sabía si debía hacerlo».
«La pensadora española María Zambrano señala que el desterrado, y ella lo fue, arrastra una inconsolable orfandad»
Es un dilema que planea, sin excepción, dramáticamente, por encima de las más vitales decisiones a las que los intelectuales y escritores exiliados, de cualquier género, se tienen que enfrentar, tarde o temprano. Salvo en el caso de los españoles, pues una gran mayoría se instala en países hispanoamericanos, en otras lenguas europeas la disyuntiva permanece. Como es sabido, Nabokov se convierte en un gran maestro de la lengua inglesa. Sin embargo, los polacos Gombrowicz y el Premio Nobel de Literatura Czesław Milosz, el húngaro Sándor Márai o el rumano de nuestros días Norman Manea, jamás renunciarán a seguir escribiendo en la lengua en la que se criaron. Una lengua que, como dice Manea, alejada de su lugar natural, se convierte en una especie de «lengua nómada», en una casa que se lleva consigo siempre, como el caracol transporta su vivienda. Como él explicará, ninguna de las lenguas de su emigración se transformará en lengua de su interior, de su «corazón». Algo muy importante para un escritor. También lo dice Sándor Márai: el problema de todas las emigraciones es en qué medida asimila el desplazado el idioma de la comunidad que lo acoge, en detrimento de su lengua materna.
Recuerda usted que Stefan Zweig confesó: «Para mí la unidad europea era algo tan natural como respirar». ¿Qué pensaría el escritor austriaco de la Europa de hoy?
A pesar de todas las dificultades, Europa es un espacio de libertades y derechos adquiridos, donde impera la ley, las garantías jurídicas y la democracia. Zweig estaría orgulloso. Fueron los grandes humanistas de aquellos tiempos sombríos los que lo hicieron posible. Sin embargo, hay que recordar que Europa nunca ha estado exenta de esa oscura tendencia de reproducir ruinas y catástrofes periódicamente, de forma suicida. Guerras, conflictos étnicos y religiosos, dictaduras... Al mismo tiempo, lo mejor de su fortaleza siempre ha renacido una u otra vez, es decir, la rebelión humanista contra la barbarie. La eterna lucha de ‘Calvino contra Castellio’, del despotismo contra la libertad, como dejó escrito Zweig en su ensayo memorable, de vigente lectura aún hoy. Y creo que en la construcción europea no podemos permitirnos ignorar todo acerca del vecino que tenemos al lado, o no tanto. Conocer es amar. Muchas buenas obras literarias nos ayudan a ello.
«Mantener su lengua o escribir en la del país de adopción planea dramáticamente en los refugiados»
En el trasfondo traza la cuestión de los totalitarismos, causantes de tantos exilios…
Sí, donde existe tiranía hay exilio. Sin embargo, y es lo que intento transmitir, los totalitarismos no logran acabar con la cultura, con el espíritu creativo. En el exilio no tenía por qué detenerse. Se trataba de un ejército sin armas donde la palabra vivía en la verdad. Era, como dirá Vaclav Havel años más tarde, «el poder de los sin poder». Por eso, en ese combate sin cuartel se admitían mal las ‘deserciones’. Cuando Stefan Zweig se suicida en Brasil, este hecho conmocionó, pero fue una noticia muy mal recibida en la comunidad de los emigrados antinazis. Algo que ahora nos parecería cruel, no compadecerse ante un ser humano que sufría lo indecible, pero que en esa época fue entendido como un gesto de derrota frente a los enemigos, que lo celebrarían.
Thomas Mann, también exiliado, condenó su decisión...
Juzgó a Zweig con gran severidad: «¿Acaso pensaba que su vida era un asunto puramente privado?». Pasados los años, se disculparía por su dureza. Pero entonces todo se jugaba prácticamente en un frente de batalla donde no se consentían ‘huidas’.
Entre los españoles se ocupa de Chaves Nogales, María Zambrano...
Chaves Nogales como Zambrano y tantos otros que emprendieron el éxodo, estaban atrapados en feroces totalitarismos. Zambrano, para mí la pensadora con páginas magistrales sobre el exilio, habla del exiliado como ese «desconocido» radical y absoluto, que arrastra una inconsolable orfandad.
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