LIBROS
María Zambrano ante Pérez Galdos
La filósofa malagueña condensa en unas breves páginas la reflexión más penetrante y sustancial sobre la obra galdosiana
Entre otras obras, María Zambrano es autora de «Claros del bosque»
Enorme acierto este de recuperar los ensayos de María Zambrano sobre Pérez Galdós, al que tantas incidencias y dificultades editoriales le habían impedido llegar con naturalidad al gran público y espolear una meditación más profunda sobre el sentido último de su narrativa. Reunidos ahora por ... el profesor José Luis Mora, junto a una introducción donde se da cuenta de las circunstancias en que fueron escritos y de las tristes peripecias que hubieron de soportar para alcanzar su plena difusión, constituyen una de las más sugestivas aportaciones al actual centenario de la muerte de Galdós. Porque en sus breves páginas se condensa la reflexión más penetrante y sustancial que hasta el momento se ha escrito sobre la obra galdosiana.
Nos recuerda la filósofa malagueña que el pensamiento racionalista no es la única forma –ni la más privilegiada- para comprender la vida y que a su vez la cultura española se ha caracterizado por emplear otras herramientas alternativas para acercarse a ella a través de la emoción estética, el instinto de lo pictórico, la intuición poética o la impresión suscitada por la creación literaria, vías de intelección de la existencia humana que acceden a un conocimiento vedado a los simples razonamientos lógicos. Un ejemplo son las creaciones de Galdós vistas como un instrumento cognoscitivo de primer orden para entender lo humano y alcanzar, a su vez, «un profundo saber de las cosas de España». El tan denostado como elogiado realismo galdosiano trasciende para Zambrano la categoría de un estilo literario circunstancial para pertenecer, en realidad, a un ancestral realismo español forjado, durante siglos, a partir de «la cultura analfabeta del pueblo»
Duras pruebas
Deslumbrante el análisis de Zambrano sobre la multiplicidad de procedencias y la singular síntesis en que desemboca esa cultura realista hispana. Esta es la que garantiza la continuidad del pueblo español que supera las duras pruebas a las que le someten los avatares políticos e históricos, basándose en una fabulosa «riqueza de ingredientes raciales, religiosos y culturales contenidos en el pueblo español. Una pluralidad absorbida en una corriente popular, unificadora de linajes».
Con gran perspicacia, examina esas fuerzas secretas que mantienen la cohesión íntima de nuestro pueblo, a través de Misericordia , con el amor del ciego Almudena, hebreo con rasgos musulmanes, hacia la cristiana Benigna en el submundo madrileño . Misericordia es también la novela elegida por la autora de Claros del bosque para iluminar el sentido último de la narrativa galdosiana y su concepción del ser humano. Éste actúa siempre, en la vida y en las novelas, como una quimera donde se superponen la existencia real junto a los deseos, fantasías e ilusiones irreales que acompañan a cada persona. La confrontación entre lo que es y lo que cree ser, o se aspira a ser, posee para la autora una naturaleza con frecuencia destructiva, hasta el punto de considerarlo un factor «suicida» .
Nos recuerda Zambrano que el pensamiento racionalista no es la única forma para comprender la vida
Esto es lo que le sucede a todos los personajes que rodean a Benigna, con la gran excepción de la propia protagonista. La pensadora malagueña sigue centrándose en el primer ensayo de La España de Galdós en la novela Misericordia no porque pretenda llevar a cabo un análisis exhaustivo de esta narración, sino porque en ella encuentra una perspectiva que hace comprensible de forma íntegra el hilo conductor del conjunto de las creaciones de don Benito desde el que discernir el «centro de la novela toda galdosiana, de su modo de padecer y concebir vida e historia de los españoles».
Recuperando nociones planteadas por Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset, fusionándolas y resignificándolas, se nos hace ver cómo en la vida de todos sus personajes posee más peso lo que imaginan ser que lo que son, así como las grandes fantasías de lo que anhelan ser y nunca alcanzarán materializar. Lo imaginario –como le ocurre al don Quijote cervantino-, ocupa un lugar mucho más extenso y estratégico en sus existencias que los factores verídicos y auténticos de estas. Esa maraña de quimeras personales y colectivas encierra, de hecho, una presencia tan innegable que un relato tan realista como el de Galdós debe darle una particular preeminencia.
Benito Pérez Galdós
Sin salirnos de Misericordia , podemos poner como testigo al caballero Frasquito Ponte, sin recursos para vivir y que pernocta en infames colchones del inframundo madrileño, pero que se presenta maquillado y teñido al ama de Benigna, doña Francisca Juárez y a su hija Obdulia, como asiduo de los grandes salones aristocráticos donde se codea con la nobleza, l os más eminentes políticos y los más acaudalados financieros . Este autoengaño les permite sobrevivir a los tres, pues mientras comenta con todos los detalles de una fábula los alimentos ofrecidos, la exhibición de vestimentas a la última moda parisina, las intrigas y los agudos diálogos poco menos que alucinados de don Frasquito, los tres personajes se olvidan del hambre que pasan, del tedio de sus días y de la vergonzosa frustración que les hace ocultarse a la mirada de los demás.
Universos quiméricos
Las ficciones que se inventa el ama de Benigna, doña Francisca, sobre sí misma resultan tan estrambóticas que sus conocidos «solían añadir al nombre familiar algún mote infamante: doña Paca la tramposa, la Marquesa del Infundio». Sus hijos, Antoñito y Obdulia, habitan sus propios universos quiméricos. No es acertado etiquetar a Pérez Galdós como un naturalista que se limita a describir y catalogar su realidad social, pues le concede más importancia a este cosmos salvaje e inclasificable de imaginaciones subjetivas y creencias colectivas instaladas en el eje de lo humano. En cuanto no constituyen ilusiones realizables, sino sueños que paralizan una acción pragmática para salir de la sima en que están varados.
Es por esto que María Zambrano juzga este laberinto de autoficciones como un ingrediente autodestructivo y suicida en sus vidas. No es necesario hacer un gran esfuerzo para comprobar que esta es una constante crucial en los personajes de las restantes novelas galdosianas, l a Isidora de La desheredada , el Máximo Manso de El amigo Manso , el Alejandro Miquis de El doctor Centeno , la Rosalía Pipeón de La de Bringas , la Eloísa de Lo prohibido, Ángel Guerra, Tristana, Nazarín... y un inmenso etcétera, donde habría que dejar sitio a la innumerable mayoría de nuestras existencias.
«Misericordia» es la novela elegida para iluminar el sentido último de la narrativa galdosiana y su concepción del ser humano
Para María Zambrano, lo que singulariza a Misericordia , y le otorga un carácter revelador, estriba en que su protagonista, B enigna, Nina, nunca se autoengaña ni elabora un futuro fantasioso al que aspirar: «Nina, contrariamente a don Quijote, recibe sobre sí misma la novelería que le viene de los demás y del ambiente que le ha tocado en suerte vivir. Y todo, tan novelesco a veces, lo “desnoveliza” cuanto puede. Ella sola resiste el empuje de la fantasmagoría que arrastra a quienes la rodean. Todos están viviendo una novela, y Nina solamente vive la vida. Y aquí comienza Nina a servirnos para descubrir la condición de estos personajes y aun del personaje de novela».
Benigna, o Nina, en efecto, al librarse de estas fantasmagorías se encuentra en situación de afrontar la durísima precariedad real, y así socorrer a Frasquito Ponte, o dar de comer lo mínimo para subsistir a sus superiores doña Francisca y doña Obdulia. Y a la vez, al desechar cualquier entelequia novelesca, hacer más visible la de los demás, cuya sustancia como personajes observa y analiza con extraordinaria profundidad la autora de Claros del bosque .
«Un milagro realista»
Enfocado así su ensayo, llama la atención que la pensadora, en sus largas meditaciones en el exilio sobre Galdós y la peripecia española, no tuviese en cuenta lo que podríamos denominar «la fantasía creadora» de Benigna. Porque ella también fabula para mentir a su señora y justificar sus prolongadas ausencias en las que ejerce de mendiga profesional, actividad que oculta. Para enmascararla, se imagina la casa de un sacerdote, don Romualdo, pura invención de Nina para preservar su estrategia. La excepcional sorpresa de la novela es que ese clérigo don Romualdo fantaseado por la criada, aparece un día hecho realidad para traer las riquezas de una herencia tanto a Frasquito Ponte como a doña Francisca, abundancia de dinero que tendrá, por cierto, consecuencias fatales para ambos.
¿No ha reparado Zambrano en que aquí hay una fantasía creadora, con un sesgo prodigioso? ¿No ha concedido Galdós a Nina la facultad de hacer un milagro sin pretenderlo, considerándola una santa en la mendicidad, más auténtica que las veneradas en los templos? «Un milagro realista» lo ha bautizado con total acierto Germán Gullón y, sin duda, este don Romualdo, como antes Máximo Manso, es el precedente más inmediato del existencialista Augusto Pérez nacido en Niebla de la pura imaginación de Miguel de Unamuno.
Más allá de este último aspecto, una meditación de María Zambrano de esta categoría, eleva a gran altura el examen de la obra de Pérez Galdós, por encima de trivialidades y polémicas sustentadas en menudencias intrascendentes.