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LIBROS

«Mañana tendremos otros nombres», cuando el amor (no) acaba

El Premio Alfaguara ha recaído en «Mañana tendremos otros nombres», donde Patricio Pron disecciona una ruptura amorosa, y nos adentra en el galanteo virtual

El escritor argentino afincado en España Patricio Pron Isabel Permuy

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Parece una curiosidad que dos de nuestros mejores escritores de una edad parecida, Isaac Rosa y Patricio Pron, publiquen con una diferencia de pocos meses novelas que tienen como trama la ruptura de una pareja. Ocurría en «Feliz final» con Rosa y se convierte en motivo central de «Mañana tendremos otros nombres», la novela con la que Pron ha obtenido el Premio Alfaguara, que viene consiguiendo todavía algunas concurrencias dignas de interés, como el caso. No cometeré la descortesía, que sería injusta para ambos escritores, de comparar sus novelas. Solo diré que las dos tienen calidad literaria , pero que las dos han estado, según me parece, a una altura algo menor de la trayectoria anterior de sus autores. Sí me interesa discurrir por la posible causa de que sea así, cuando se trata de dos de nuestros mejores novelistas.

No hay tema más difícil que el amor y las desavenencias que llevan a una pareja a despedir su vida juntos. Resulta casi imposible aportar en cualquier tratamiento de este asunto novedades sobresalientes. Es más fácil que haya reconocimientos de lugares comunes que avanzadilla en el conocimiento de zonas no exploradas. He de admitir, hablando ya de la de Patricio Pron, que me han interesado dos cosas en las que la novela brilla.

Aguda mirada

La primera es el sabio manejo de los discursos psicológicos de los dos protagonistas, Él y Ella (así los nombra), que en ningún momento pierden especificidad, ni en el punto de vista femenino ni en el masculino. Pron tiene una aguda mirada, casi se diría que es lo proverbial de su estilo literario, y la aplica distinguiendo con particular sutileza los pensamientos de Él y de Ella. Quizá tal sutileza sea deudataria de que ha evitado las estridencias ; no hay grandes choques, ni escenas, ni discursos contrapuestos. El lector agradece que los aspavientos, tan habituales en escritores menos experimentados, hayan quedado ausentes.

El bisturí de Patricio Pron es fino, ni siquiera está interesado en explorar las causas de que una relación amorosa termine. De hecho, en esta novela ese punto de partida, tan radical, es tenuemente enunciado, como si Ella, que es quien tiene la iniciativa de la separación, quisiera decirnos que la rutina es la peor de las batallas por ganar en una relación según pasan los años. Otra particularidad de su novela, que también me ha aparecido notable, radica en que el pivote de su interés no sea la relación matrimonial.

Supervivencia

Se centra en la administración de los meses posteriores, es decir, el contenido de la novela no resulta finalmente el matrimonio, sino las formas de supervivencia de ambos una vez se ha roto. Es el menudeo de cómo administrar la libertad por cada uno lo que da a esta novela su pauta. El sustantivo «menudeo» lo he escrito a propósito, porque es quizá el talón de Aquiles que grava algo su trama. Habría agradecido un número de páginas más reducido, ya que no ha sabido siempre superar el inconveniente de la reiteración. Varias veces se especula sobre temas y situaciones muy semejantes, cuyos matices nuevos no terminan de ser suficientemente necesarios para que el lector no acabe echando en falta una tensión que hacia la mitad de la novela ha visto decaer. Remonta luego, en los dos ejemplos de Brasilia (para Ella) y de la relación con M (para Él), pero hay que pasar una vaguada.

Otro punto atractivo, quizá sociológicamente el más afortunado, lo tiene la influencia que en el sistema de relaciones personales, y especialmente en los encuentros y formas de galanteo, ocupan las redes sociales, pero también las aplicaciones virtuales específicas que los facilitan, con final casi siempre bastante desdichado.

Esto el lector lo celebra y beneficia la calidad del libro, nada proclive al curioseo o banalización de un asunto más difícil de manejar de lo que aparenta al principio. Entiendo la idea de universalización pretendida al dar únicamente las iniciales de unos nombres, o definir a los personajes como Él y Ella. Pero admito identificarme más cuando en una novela se llaman Carmen, o qué se yo, Ramón. A lo universal puede llegar la novela desde lo particular y suele ser mejor cuando así ocurre (con excepciones como K).

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