ARTE
Magritte, 'el máquina'. Poderes de la paradoja
El Museo Thyssen saca pecho con ‘La máquina Magritte’, una de las mejores antológicas sobre el pintor hasta la fecha que ilustra a la perfección sus mecanismos para desactivar las imágenes
Javier Rubio Nomblot
Tras conocer la sugestiva visión del comisario, Guillermo Solana , le pregunto a Charly Herscovici , presidente de la Fundación Magritte de Bruselas , quién es su Magritte. Y frente a ‘La mesa, el océano y la fruta’ (1927), afirma que para él ... ahí está todo el artista.
Es uno de los cuadros más antiguos de la exposición –los más tempranos son de 1926– y en él, esas tres palabras, escritas con esa característica caligrafía de escolar que se encuentra también en ‘La traición de las imágenes’ (1929), designan una hoja, una montaña y una jarra.
Otra cosa misteriosa y maravillosa
René Magritte (Bélgica, 1898-1967) sería un ‘derridiano’ ‘avant la lettre’ –«mi idea es que las reglas lógicas del lenguaje podrían cambiar (sin oposición por mi parte)», escribió– pero, sobre todo, aquel que transforma esos objetos comunes –y sólo esos– en otra cosa, «misteriosa y maravillosa», que diría Breton .
Y lo hace empleando un lenguaje sencillo, una figuración llana y sintética, sobria y efectiva –inspirada en las imágenes comerciales, y no tan distinta de la que desarrollaba su compatriota Hergé –, que facilita el acceso al cuadro a todos los públicos.
Para efectuar esta transmutación se vale de diversas estrategias, que son las que analiza impecablemente, sala a sala, la exposición del Museo Thyssen (una de las cinco mejores que se han hecho nunca de Magritte, según Herscovici).
Antes, decía, Solana le había atribuido también la cualidad de visionario, pero por otra razón : Magritte previó el advenimiento de la civilización de las imágenes (Heidegger, Debray…) , y quiso advertirnos de que entrábamos en esa nueva etapa creyendo aún en la veracidad de las imágenes; conociendo su poder, pero sin sospechar de ellas, desestimando su carácter eminentemente mentiroso y tramposo.
Magritte emplea un lenguaje sencillo, una figuración llana y sintética, sobria y efectiva, que facilita el acceso al cuadro a todos los públicos
Además, en su ensayo ‘Ceci n’est pas une pipe’ (1968), Foucault relacionó a Magritte con el ‘simulacrum’, un mundo hecho de copias sin original. Porque a Magritte se le llegó a reprochar muy duramente –en 1962 el surrealista Marcel Mariën puso su retrato en un billete y habló de la «vergonzosa explotación del misterio»–, precisamente aquello que la exposición quiere reivindicar: la obsesiva vuelta del pintor sobre sus mismos temas, la reiterada realización a lo largo de su carrera de varias versiones de un mismo cuadro: Hay cinco versiones de ‘La traición de las imágenes’, una de ellas en la exposición; veintitrés de ‘El imperio de la luz’...
Tiradas ilimitadas
Esa sería ‘La máquina Magritte’ con la que el comisario inicia su ensayo: «Una máquina universal para hacer cuadros [que con] un manejo muy simple, al alcance de todos, permite componer un número prácticamente ilimitado de cuadros pensantes», reza el texto que el artista firmó junto a sus amigos Colinet, Mariën (quien luego le criticaría), Nougué y Scutenaire en 1950.
«Cuadros pensantes» porque tratan de la propia pintura; cuadros dentro del cuadro que son, como razona Solana, metapintura: «Sus preocupaciones metapictóricas se centran en los mecanismos de representación y de significación, introduciendo en ellos la paradoja para boicotear nuestra fe automática en su identificación con la realidad».
Y para él, Magritte está en algunas de las pinturas más impactantes y mejor situadas de la exposición : ‘La llave de los campos’ (1936), donde los cristales rotos de una ventana retienen el paisaje que tenían detrás, o ‘La bella cautiva’ (1931) y ‘Los paseos de Euclides’ (1955), donde los cuadros de un caballete reproducen exactamente lo que está tras ellos.
«Cuadros pensantes» porque tratan de la propia pintura; cuadros dentro del cuadro que son, como razona Solana, metapintura
Siete salas, pues, para ilustrar otras tantas estrategias ‘magritianas’ destinadas a poner de manifiesto el carácter ficticio y tramposo de toda imagen. En la primera se retrata irónicamente al artista como mago, y destaca en ella otra obra famosa, ‘Tentativa de lo imposible’ (1928), donde se autorretrata pintando mágicamente a una mujer en el aire. En la sala de ‘Imagen y palabra’ está ese fascinante primer Magritte que desactiva tanto los términos como los iconos al eliminar toda correspondencia entre ambos. Y ahí está ‘La traición de las imágenes’. Esto sigue sin ser una pipa , tinta china de 1952. En ‘Figura y fondo’ hay más obras conocidas, como ‘La alta sociedad’ (1965), en la que la silueta recortada de un personaje con sombrero deja ver un paisaje de nubes. En ‘Cuadro y ventana’ se encuentran las pinturas antes mencionadas.
Magritte inició este nuevo camino con ‘Profundidades de la tierra’ (1930): cuatro pequeños cuadros de distintos tamaños y separados entre sí se convierten en ventanas , ya que los espacios entre ellos, la pared del museo, oculta partes del paisaje.
En ‘Rostro y máscara’ se estudia otra característica de la obra magritiana: los personajes retratados de espaldas, que representan al espectador, creándose así una nueva paradoja. En ‘Mimetismo’ están las obras conocidas en las que las figuras tienden a camuflarse, a confundirse visualmente con el entorno, como ‘La gran familia’, de 1965, y su versión más famosa ‘El pájaro de cielo’ (1966), que fue utilizada como cartel por una compañía aérea y ha adornado millones de paredes y carpetas en todo el orbe . Y, en ‘Megalomanía’, las pinturas en las que el acontecimiento que destruye la ilusión de realidad es un cambio de escala, como en ‘La giganta’ (1929), o el famoso ‘La voz de la sangre’ (1959).
Aviso a navegantes: Herscovici le recomendó al Thyssen que renunciara a la exposición porque era un proyecto «imposible»: Magritte es hoy uno de los diez pintores más demandados por los museos de todo el mundo. Aprovechen .
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