LIBROS
Lucía Lijtmaer: «Hay ciertos lugares a los que ya no voy a expresar mi opinión porque no tengo ganas de que me hagan daño»
La escritora y periodista establece un diálogo silente, muy efectivo y nada efectista, entre Deborah Moody, la primera terrateniente del Nuevo Mundo, y una joven que vive en Barcelona en el año 2014 en su nueva novela, 'Cauterio'
La escritora y periodista Lucía Lijtmaer, fotografiada en Madrid
Son las 11 de la mañana de un viernes cualquiera en Madrid. El ruido en el Café Pavón , pegado al teatro del mismo nombre, es ensordecedor y, sin embargo, entre las muchas voces confrontadas sobresale la de Rigoberta Bandini y su 'Ay mamá' ... . La canción, convertida en espontáneo himno feminista, termina justo cuando Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, Argentina, 1977) se sienta en una de las mesas pegadas a la cristalera. Pura causalidad, pues el motivo de nuestra charla es su nueva novela, 'Cauterio' (Anagrama), en la que la escritora y periodista establece un diálogo silente, muy efectivo y nada efectista, entre Deborah Moody , la primera terrateniente del Nuevo Mundo, allá por el siglo XVII, y una joven que vive en Barcelona en 2014.
—¿Por qué esas dos mujeres?
—No hubo una decisión consciente. Al tratar dos personajes de dos mundos tan distintos, con dos historias supuestamente distintas pero que pueden ser universales, acabas hablando del dolor por el amor, de la necesidad de sanar. Me gustaba mucho que los dos personajes no fueran buenos, que eso es lo que tienen en común.
—Tengo la sensación de que, a veces, en la ficción los personajes femeninos están condenados a ser puros, bondadosos. Pero ellas tienen un punto de maldad muy interesante.
—Sí, sí, son egoístas, traicionan, tienen envidia, celos, sufren y hacen sufrir, roban… Me parece más interesante construir personajes a los que les pasan cosas y no son seres de luz. Detesto la idea de la bondad porque sí, sobre todo relacionada con la feminidad. No me interesa, no me apela.
—En esa ruptura de estereotipos, es curioso cómo 'el candidato', que es el ex del personaje contemporáneo, es un machista. Y no es conservador, es 'el candidato' de la izquierda, del cambio, en aquel año 2014…
—Para mí hubiera sido muy fácil construir a un personaje conservador. Pero la realidad no es esa. La realidad es que las relaciones personales nos atraviesan de todas las maneras a todos. Me parecía más interesante la complejidad de cuál es tu discurso público y cuál es tu ejercicio en privado, que además tiene mucho que ver con el calvinismo. Una cosa es lo que tú digas discursivamente y otra cómo te comportes.
—Yo, como lectora, al pensar en ese 'candidato' de la novela tengo en mente a un personaje público en concreto…
—Yo no pensaba en nadie en concreto, lo que sí tenía claro es que es una especie de ucronía. Tomando como eje lo que estaba pasando en Barcelona en ese momento, la idea de municipalismo, de cambio ciudadano, qué pasaría si estuviera en una relación sentimental. Me parecía interesante construir un presente posible. Y en Barcelona en ese momento estaban pasando esos cambios políticos, con un vocabulario nuevo, con unas relaciones sociales diferentes, con una posibilidad de ascensión social y la esperanza que representaban muchas ideas políticas. También está relacionado con lo que han vivido y experimentado muchas mujeres que conozco. El machismo es transversal.
—¿Esa idea de esperanza, en relación con lo político, ha desembocado en desilusión?
—Yo creo que lo que nos ha hecho a todos es adultos.
—¿También a los políticos?
—A todos. Frente a la esperanza teórica, la practicidad nos vuelve a todos adultos. Y eso implica aciertos, decepciones…
—En la novela también está muy reflejada esa hipocresía, cómo de la teoría a la práctica hay un abismo.
—Es que es un libro que trata mucho la hipocresía, en lo público, en lo privado, en el discurso que nos construimos las mujeres socialmente de lo que tiene que ser el amor, de cómo tiene que ser la intimidad, de cómo tiene que ser la amistad. El personaje contemporáneo se niega a ser socialmente aceptable y dice las cosas que a mí me hubiera gustado decir en muchos momentos de mi vida.
—¿Como por ejemplo?
—Pues, por ejemplo, la escena en la que ella está viendo cómo los demás preparan una paella y tiene fantasías muy violentas. Es algo que yo he pensado en algún momento. Quién no ha pensado, en una entrevista de trabajo o en una situación socialmente muy correcta: y si me levanto y le pego una patada, ¿qué pasaría? Nos sale casi como un súper yo freudiano.
—Es también un relato sobre la amistad femenina, pero realista, con todas sus aristas.
—Claro, porque me parece más honesto construir las cosas desde ahí. La idea de posesión, el egoísmo, lo difíciles que resultan las relaciones humanas... Hay un homenaje a la idea de la amistad femenina, pero también con sus contradicciones, con todo lo que ello implica.
—Bueno, es que tenemos derecho a ser contradictorias…
—Usted dirá. Es que somos personas. Esta novela es una ficción, con todo lo que ello implica, con la posibilidad de describir las emociones humanas en todas sus complejidades y contradicciones. Detesto la idea de personajes modelos, modélicos o moralmente aceptables.
—¿Y el protagonismo de Deborah Moody se debe a que para usted es un modelo?
—No, fue porque era un personaje más interesante y menos conocido. Primero pensaba hablar de Anne Hutchinson, pero para los estadounidenses representa la idea de gran víctima, y tenía ganas de escribir una historia donde no fuera únicamente una víctima de sus circunstancias.
—¿Qué piensa de la idea de la mujer como víctima?
—Bueno, es un sintagma tan amplio… Tampoco querría decir 'la mujer como heroína'. Parece que siempre hay que asociar a las mujeres con una sola cosa y no con una dimensión mucho más poliédrica. Las mujeres pueden ser víctimas, heroínas, pueden ser lo que se les antoje o lo que les pase o a lo que estén sometidas socialmente en su momento. Parece que necesariamente siempre estemos hablando de las mujeres como un colectivo, cuando somos la mitad de la población.
—La parte histórica de la novela transcurre antes de los juicios de Salem, pero se ve el germen de aquello. ¿Cuáles son ahora los juicios de Salem?
—No creo que existan. Creo que hay una manipulación de ese proceso histórico constante para hablar de cazas de brujas cuando en realidad no estamos viviendo un contexto como ese. Me parece que quien argumenta alrededor de las cazas de brujas ha leído muy poca Historia.
—Y eso me lleva a pensar en la cancelación, tan manoseada.
—Es que para mí la cancelación es un espejismo, no es algo que pase. Claramente no es algo que creo que pase en España.
—Eso mismo me dijo Joaquín Reyes hace unos meses.
—Me alegro de que alguien que se dedica a lo que se dedica diga eso. Además, Joaquín es una persona muy inteligente y sabe lo que se juega cuando uno hace un discurso público en nuestro contexto social. No hay cancelación en España.
—Es que al final se termina usando la cancelación como arma arrojadiza…
—Sí, creo que es un problema de redes sociales. Tenemos unas redes sociales muy violentas, en las cuales los tiempos son muy rápidos y donde todo se usa como arma arrojadiza. Pero no creo que se pueda hablar de cancelación en España en el mundo cultural en absoluto.
—Hablando de eso, ¿por qué hay a quien le molesta tanto la palabra feminismo?
—Pues no lo sé. Sé que cada vez que hablo de esto en una entrevista luego tengo 'trolls' durante día y tengo que silenciar mis redes. Cualquier titular relacionado con feminismo se ha convertido en un acto de violencia para la mujer que se expresa públicamente. Claramente tenemos un problema social.
—¿Hasta el punto de que alguien se plantee quedarse en silencio, no dar ese titular?
—Yo no me dejo de expresar. Pero hay ciertos tipos de lugares a los que ya no voy a expresar mi opinión, porque no tengo ganas de que me hagan daño, es así de sencillo.
—Y de humano.
—Tenemos derecho a protegernos de cualquier agresión del tipo que sea. Respeto profundamente a las mujeres que se van de los espacios públicos porque no pueden más. Hay muchísimas compañeras del mundo de la comunicación que ya no se expresan públicamente en redes por la violencia que sufren, y creo que estamos mirando para otro lado como sociedad cuando pasa eso. Es tremendo que cualquier mujer, del espectro político que sea, que esté en el espacio público sufra constantemente agresiones y las estemos viendo. Es aterrador, a mí me preocupa muchísimo, sobre todo cómo nos hemos acostumbrado a que ciertas mujeres dejen de hablar.
—¿Qué piensa cuando escucha 'violencia intrafamiliar'?
—El lenguaje es una cosa muy importante en el discurso público, nos construye como sociedad, y calan y se instalan palabras que generan ideología. Hay que ver qué ideología generan y cuán violenta es.
—¿Qué le pareció que en Madrid hubiera dos manifestaciones el pasado 8-M?
—Bueno, me pareció sintomático de los tiempos. De todas maneras, el feminismo nunca ha sido unívoco ni monolítico.
—¿Pero debe serlo?
—No, yo creo que no, por eso se habla de los feminismos. Ha habido diferentes olas, diferentes reivindicaciones, ha habido disenso. Lo que pasa es que a diferencia de otros movimientos sociales, ha sido muy transparente en sus disensos, y eso me parece honesto.
—¿Quiénes son los 'ofendiditos' de ahora? ¿Siguen siendo los mismos que cuando usted publicó aquel libro en 2019?
—Pues no sé… ¿Quién se ofende hoy? Todo el mundo. La cuestión es cómo se articula. Si ahora escribiera 'Ofendiditos' no sé si lo llamaría 'Canceladitos', pero claramente es una conversación que seguimos manteniendo. Ese libro lo escribí en 2018 y está muy vigente la idea de la ofensa, del derecho a réplica, de cuál es la conversación pública de masas que mantenemos como sociedad… Me sigue interesando. Lo que pasa es que ahora hay menos caretas que antes.