ANÁLISIS
Los límites del humor... español
En tiempos de corrección política, el clásico «de mí no se ríe nadie» se ha convertido en categoría. En España se practica ahora una gracia juvenil, de un hedonismo en zapatillas, intrascendente, desproblematizado. En cualquier caso, nunca fue una cuestión pacífica, como revela el autor en este análisis de nuestro humorismo
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Iniciar sesiónSe ha hablado mucho en España de los límites del humor a raíz de polémicas como la de aquel chiste sobre gitanos de un humorista, los tuits del concejal Zapata, una sátira injuriosa sobre antidisturbios en Cataluña, o las habituales irreverencias performativas sobre ... los católicos.
Sin embargo, la mayor amenaza al humor la sentimos todos desde otro ámbito. Las políticas de identidad y ‘woke’ impulsan desde EE.UU. una nueva susceptibiliad dentro de lo que Andrés Barba (‘La Risa Caníbal’, Alpha Decay) llama «las campañas globales en contra de la legitimidad del humor (…) con ‘argumentos’ totalmente puritanos, bienpensantes y razonables: el respeto a los más débiles, a los desprotegidos, la abolición de los prejuicios (…) el racismo, la homofobia y el sexismo…».
Reírse de una ‘minoría’ se considera un acto opresivo y «no se esgrimen razones ya sino sentimientos, también en la lucha por el poder. Si una idea puede discutirse, un sentimiento solo puede respetarse. Y, en esa dialéctica, la respuesta es sencilla: la risa es siempre una amenaza, una agresión».
Caza mayor
Es el «de mí no se ríe nadie» de toda la vida, pero no por razón de honor, sino por sensibilidad de víctima. El humor español asume dócil ese marco y apenas lo transgrede. Los más famosos humoristas aceptan que su humor ha de ir contra los de arriba , pero, ¿quiénes son los de arriba? Se definió hace años: Aznar, el votante de derechas, el ‘cuñao’, etc.
En EE.UU., sin embargo, la corrección política , el ‘MeToo’ y la cultura de la cancelación han afectado a humoristas como Woody Allen o Louis CK , y la reacción llega también de la comedia. Los mejores, Dave Chappelle o Bill Burr , se han revuelto contra ello. Aquí se imita a los americanos, pero no se hace humor contra el ‘MeToo’ (quizás porque tampoco ha habido propiamente un ‘MeToo’). La intolerancia islamista encontró oposición en la revista ‘Charlie Hebdo’ mientras ‘El Jueves’ titulaba: «Íbamos a dibujar a Mahoma... ¡pero nos hemos cagao!». Surge en otros países la figura, desconocida aquí, del humorista como ‘héroe de la libertad de expresión’, tal como lo definió Michel Houellebecq en ‘La posibilidad de una isla’ (Alfaguara), novela en la que el gran díscolo eligió como alter ego a un humorista.
«Me consideraban un humanista; chirriante, pero humanista», y describe el fácil trámite de la credencial: «Una alusión a los cadáveres de los inmigrantes arrojados a las costas españolas había bastado para ganarme la reputación de hombre de izquierdas y defensor de los derechos humanos».
La risa junto al capital
Houellebecq explica por qué sólo las comedias tenían éxito en Francia: «El reconocimiento artístico, que permitía acceder a las financiaciones públicas y, a la vez, a una cobertura correcta en los medios de referencia, se dirigía sobre todo a producciones culturales que hacían apología del mal ; o, al menos, que ponían seriamente en tela de juicio los valores morales calificados de ‘tradicionales’, en una especie de anarquía institucional que se perpetuaba a través de minipantomimas».
Según Houellebecq, esto reafirmaba a la vez otros valores dominantes, «articulados desde hacía décadas en torno a la competencia, la innovación y la energía más que la fidelidad, la bondad y el deber». El humor como flexibilizador de actitudes incómodamente rígidas . «La mayor fluidez de comportamientos requerida por una economía desarrollada era incompatible con un catálogo normativo de conductas demasiado restringido».
El humorismo actual está en la publicidad, en la voz de los anuncios, ligeramente chistosa y juvenil , y en grandes grupos de comunicación, La Sexta o Movistar. ¡La risa junto al capital! ¡El ‘jijijaja’ del Ibex! El humor nos vende los productos, nos explica las noticias.
Peter Sloterdijk habla en ‘Crítica de la razón cínica’ (Siruela) de cómo los chistes funcionan en la conciencia colectiva «como un sistema de drenaje -regulando y equilibrando-, como un miniamoralismo regulativo, generalmente aceptado». Junto al cinismo provocado por la decadencia de la ideología, observa otra cosa: una «jovialidad», un «humor que ha dejado de combatir» .
Esa jovialidad no combativa, que emite por las televisiones constantes ‘minipantomimas’ o ‘miniamoralismos’ , nos remite no solo a la docilidad cultural, sino a la idea misma de humor oficial, incluso de humor de Estado, algo ni mucho menos nuevo.
Humor oficial
Paul Johnson (‘Humoristas’, Ático de los Libros) contaba que las ciudades-estado griegas heredaron una tradición de humor profesional , con teatros permanentes en los que no solo se representaban tragedias, también comedias. Pero fue en Inglaterra cuando el negocio del entretenimiento se desarrolló «en torno a la Oficina de Festejos, departamento del Estado creado por el rey Enrique VII» como centro de la industria profesional del espectáculo bajo un funcionario permanente. De allí saldrían las compañías donde Shakespeare desplegó su genio.
En el bloque soviético también hubo humor oficial, periódicos satíricos estatales como el ‘Krokodil’ en la URSS, donde la burla jamás alcanzaba a los dirigentes .
Fue la TV3 del pujolismo la que recurrió aquí al humor para satirizar a lo carca/facha/español y el modelo saltó a Madrid a través, entre otros, de los ‘late night’, un género importado de EEUU. donde se ha acreditado como forma de politización atractiva para los jóvenes, efectiva y con sesgo de izquierdas. Buenafuente o Broncano , por ejemplo, hacen un humor ideológicamente situado (‘Coronavirus, oé’).
También se importan los ‘stand up’, monólogos , y va desapareciendo, como lo hiciera el astracán o el sainete , nuestro chiste popular, que empezó a decaer en algún momento de los año 90. Jordi Costa (‘Una risa nueva’, Lengua de Trapo) nombra a sus geniales verdugos: Arroyito y Pozuelón de Faemino y Cansado matan el chiste, el Juan de la Cosa de Ángel Garó hace el antichiste y Chiquito de la Calzada lo deconstruye.
El chiste, demodé, es incluso subversivo. Los de mariquitas o gangosos de Arévalo no se admitirían. El gangoso desapareció tomando la voz del propio cómico (Pedro Reyes, Faemino...).
El meme
Con la pandemia vivimos ya el humor del meme y echamos de menos la risa en grupo , la oralidad y expectativa del chiste, que era mejor que el propio chiste.
No se trata solo de los géneros. El espíritu mismo del humor cambia y bebe de corrientes anglosajonas. Hay un hiato, una salto generacional que ya se observa. El humor tras la guerra civil fue el de ‘la otra generación del 27’, Jardiel, Neville, Mihura o Tono , y ‘La Codorniz’ reina hasta la Transición y ‘Hermano Lobo’ . La televisión presenta su propia genealogía del gag: la manzana de Tony Leblanc , el teléfono de Gila , el vaso de agua de Tip y Coll , la empanadilla de Martes y Trece , y entre los 80 y 90 cambia algo: no es solo la descomposición del chiste, también lo berlanguiano (Azcona, más ‘Codorniz’) o el humor surrealista y aun rural de José Luis Cuerda ceden el paso a lo almodovariano, la comedia urbana madrileña, y la nueva españolada de Torrente , Álex de la Iglesia o el ‘Airbag’ de Bajo Ulloa .
El humor de hoy es la seriedad de mañana , pero en la evolución actual del humor hay un tono que se va perdiendo, algo propio, desazonado, tremendista a veces, que estaba en Berlanga y que Berlanga no llamaba humor negro por parecerle inglés. «Es humor español, de la picaresca española. Desde Quevedo a Buñuel pasando por Goya y Solana ».
¿Cabe hablar, por tanto, de un humor español?
Nunca fue una cuestión pacífica. La misma posibilidad de nuestro humor se ha negado. Unamuno hablaba de ‘malhumorismo’. No teníamos la suavidad de la ironía helénica o francesa. Ni la finura mediterránea ni el ‘humour’ inglés. Para Wenceslao Fernández Flórez , el ‘Quijote’ era un isla sin precedentes ni consecuentes, un milagro que él explicaba por unos orígenes gallegos, y por tanto celtas, de Cervantes , que inspiró más en Inglaterra que aquí. Lo nuestro es Quevedo, risa que «muerde, cose, despedaza». También para Max Aub : «Aquí carecemos de humor. A veces me pregunto cómo Cervantes pudo ser español».
Según Max Aub, «aquí carecemos de humor. A veces me pregunto cómo Cervantes pudo ser español»
Antes de Berlanga se intentó una formulación del humor español por quien, a su manera, recogía aquel tremendismo pero suavizado, intelectualizado. Ramón Gómez de la Serna dio la clave en ‘Importancia y gravedad del humorismo’: «Gracia sin rictus no es gracia para nosotros. Tiene que hacerse daño el gracioso, que quejarse, que hacernos daño. ¿Qué es eso de la descarada alegría sin aprensiones últimas?».
«El humorismo español está dedicado a pasar el trago de la muerte , y, de paso, atravesar mejor el trago de la vida. No es para hacer gracia ni es un juego de enredos».
El español es maestro en el ‘morir habemus’ y el humor es «consuelo de lo problemático invariable». Nos tenemos que morir, y el supremo humorismo brota ante la tumba , o «en ese trozo de calle que va del teatro a la funeraria».
«El humorismo español es la manera trascendente de suspirar sin incurrir en la cobardía del suspiro» .
Palabra clave: trascendente; y se fija un canon: Arcipreste, picaresca, Cervantes, Quevedo, Gracián, Góngora y Goya, que deja en sus aguafuertes «el léxico y estilo del humorismo español». Si nuestro humor es una manera trascendente, ¿qué humor puede haber donde ya no hay muerte, y ni siquiera sepelios? En una sociedad que oculta la muerte (¡ Quique San Francisco ‘invisibilizado’ en el anuncio!), sin ella, sin ese gusanillo dentro, ¿cómo puede ser español el humor?
Es otro límite que sentimos. Se hace ahora un humor juvenil, de un hedonismo en zapatillas, intrascendente, desproblematizado. Un humor que surge de modelos extranjeros, herederos, según Jordi Costa, de Monty Phyton , Jacques Tati o Woody Allen . El posthumor o la Nueva Comedia. El territorio paródico de Mel Brooks , Los Simpson , el nihilismo de Seinfeld , la autoparodia de Larry David . Un humor que tiene a Andy Kaufman , que no nos toca nada, como referente y va detrás del humor hacia algo que no es la risa, que es también la postrisa.
Nueva comicidad
Se intentan definiciones de esa nueva comicidad. Pudiera ser lo que surge del fracaso de la seriedad, el ‘camp’ risible de hablar en serio; el humor como colisión de la estupidez y la inteligencia ( Guillem Dols ); la ‘sorpresa intelectual’ de Macedonio Fernández , o como lo define Dario Adanti : «El humor como representación sintética de la dinámica del fracaso», que es añadir ciencia física a lo de Wenceslao: «La sonrisa de una desilusión». Pero… ¿Y lo último?
El humor se ‘posmoderniza’ con Muchachada Nuí (lo siempre-joven) o las ‘ideas’ de Miguel Noguera , estupendos, pero sin ese rasguño de profundidad que estaba en Chumy Chúmez o en ‘El Verdugo’.
El humor actual es el de una España desdramatizada, eternizada en su juvenil desempleo, anglosajona, a la vez protegida y sin remedio, lejana ya y ajena a la Celtiberia que reunió Luis Carandell en chistes como este: «En una madrugada de invierno, unos guardias llevan conducido a un campesino por la llanura solitaria. Van a fusilarlo en un paraje alejado del pueblo. Marchan en silencio, pero de pronto, el campesino se lamenta: “¡Qué frío hace!”. Y contesta uno de los guardias: “Pues, ¡y nosotros que tenemos que volver…!”».
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