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ENTREVISTA

Juan Baraja: «Mi interés por el tiempo me ata a la fotografía analógica»

La nueva hornada de fotógrafos españoles tiene en Juan Baraja un referente. La Fundación Cerezales (León) condensa buena parte de sus series, cocidas a fuego lento

Baraja, revisando placas en su estudio GUILLERMO NAVARRO
Javier Díaz-Guardiola

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Esta de Juan Baraja (Toledo, 1984) en la Fundación Cerezales es una de tantas exposiciones que el covid-19 retrasó. Sin embargo, es probable que sea de las pocas a las que la espera le ha sentado bien y no ha aturdido a su autor. Porque Olvidados del tiempo (el título ya es una premonición), que empezó siendo una invitación a documentar los espacios de su edificio y que ha terminado mostrando un grueso importante de las series fotográficas del artista, habla de espera, de tiempo detenido, de pausa ... Del interés de Baraja por la foto, por la arquitectura, por la luz.

La arquitectura no le interesa tanto per sé como por las maneras de habitar que determina. ¿Me equivoco?

Me interesa como elemento, como espacio. Puedo poner como ejemplo series como «Hipódromo», que no se refiere a un espacio habitado o habitable, pero donde me fijo en el entorno, en la luz, y cómo esa luz lo transforma. Porque también me interesa la arquitectura como «material», como conjunto de formas. Así ocurría en «Sert-Miró», un trabajo sobre detalles. Me atraen los elementos constructivos, cómo un edificio es un conjunto de piezas en las que unas encajan en otras.

¿Por qué fotografiar arquitecturas y no construirlas?

Me habría gustado ser arquitecto. Pero creo que me fascina más recorrer la arquitectura, sentir qué sensaciones transmite. Si la fotografío es porque tiene mucho que ver con mi ritmo de trabajo: yo utilizo una cámara de gran formato y eso precisa ritmos muy lentos. El retrato siempre me ha dado pánico porque con él siempre tienes que dirigir a alguien que tiene un gesto. La arquitectura «no se queja»: te da tiempo, te lo regala para pensar cada toma, para ver cómo funciona en ella la luz.

Es cierto que la luz en su obra es un «material» asociado, qué duda cabe, al tiempo.

La luz me sirve como guía para destacar en la arquitectura cómo se van componiendo los espacios. Vuelvo a «Sert-Miró»: el taller del pintor en Mallorca es un edificio blanco, mediterráneo, que dependiendo del momento del día, torna a rosas, a azules... En «Catedrales», el uso de la luz es más romántico, atendiendo a chorros que entran por una ventana y que convierten estos entornos industriales en espacios casi religiosos... En mi trabajo hay un deseo, por una parte, por controlar la luz, por ser consciente de cómo una foto hecha con una exposición da unos resultados, y por otro, el estar abierto a sorpresas.

¿Se enfrenta uno igual a la arquitectura anónima («Catedrales») que a la de autor («Sert-Miró» o «Aguas Livres»)?

Son proyectos muy distintos. En los últimos he tendido a fotografiar edificios concretos, que me interesan por algo: el taller de Miró, construido por su amigo Sert, por el tipo de arquitectura, igual que el de Aguas Livres, en Portugal: me enamoré de él cuando lo descubrí haciendo otro proyecto. «Catedrales» es de los primeros conjuntos, cuando me interesaban más las tipologías.

Imagen de la serie «Catedrales» (2009-2012)

¿Necesita en todos los casos que sus series se dilaten en el tiempo?

No. Tengo trabajos que han «durado» una mañana. «Alzado de una escalera», que el coronavirus ha «sacado» de esta exposición, se ejecutó en cuatro horas. Otros, como «Catedrales», sí que han necesitado años, tres en ese caso, pero porque había que viajar mucho, tramitar permisos...

¿Es la suya fotografía documental?

No lo sé. Hay proyectos que son más documentales. Lo fue «Norlandia», en el que no había una idea previa, sino que nació cuando desecho una tesis que sí que había preparado porque no funcionaba sobre el terreno. Y así pasé de fotografiar una fábrica de pescado a sus trabajadores. Quizás otras series, como «Utopie abitative», en el que estoy sumido ahora, es documental, pero con un gran peso del trabajo de autor, con una mirada abstracta.

¿Y el interés por la fotografía analógica?

Tiene que ver con el tiempo, con un ritmo de trabajo. También trabajo con digital, pero generalmente para encargos. Hay proyectos que puedo tardar un año en revelar. Eso me gusta: que la placa quede guardada. Y me gusta la metodología que lleva hacerlas así: montar la cámara, nivelarla, ponerla a cero... Todo forma parte de un ritual que invita a pensar la imagen. Con esta cámara no se me ocurriría plasmar una carrera de caballos.

Disfruta con la claridad compositiva, con el orden y la armonía de las propuestas.

De hecho, es con lo que más disfruto, componiendo una fotografía. Es otro de los deleites de la cámara analógica, con la que creas una imagen invertida, de forma que pierdes el referente de vista y comienzas a trabajar con planos, líneas, luces, dentro de un cuadro, lo que se convierte en pura composición.

En «Norlandia», como mencionó, se ocupó por vez primera del retrato. «Me siento incómodo con él», ha dicho.

Sí. Pero es que yo soy bastante tímido. Y siempre he querido fotografiar a las personas como fotografío la arquitectura. Con una cámara de placas pueden pasar diez minutos desde que preparas hasta que disparas. De hecho, hay un momento en el que dejas de ver la escena. Un tiempo en el que te relajas tú y se relaja el modelo, lo que no da pie a que el retratado salga «con cara de foto». Disparas mientras miras a los ojos. Eso no pasa con una réflex.

Su estatismo no casa bien con los tiempos actuales. ¿Le convierte eso en un «artista a contracorriente»?

Creo que no. No... No lo sé. El trabajo es así. No sé trabajar de otra manera... Yo no tengo prisa. He esperado diez años a tener una exposición como esta. Voy haciendo...

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