Jorge Fernández Díaz - CONTACTO EN BUENOS AIRES
Cuando Victoria conoció a Virginia
«Es extraordinaria, más novelesca que sus novelas», escribió Victoria Ocampo de Virginia Woolf. Sintieron una gran fascinación la una por la otra
Jorge Fernández Díaz
Tocada con un gran sombrero adornado de plumas, Virginia Woolf llegó una tarde a una exposición de Man Ray , y su amigo Aldous Huxley le presentó allí a una sudamericana «muy madura y rica» que visitaba Londres: Victoria Ocampo ... . Hoy parece mentira, pero Buenos Aires fue alguna vez la capital iberoamericana de la cultura . Y ese extraño milagro -luego largamente corroído por una decadencia aún más amplia que todavía no tocó fondo- se lo debemos en parte a aquella reina sin corona que utilizó su abultada fortuna en impulsar los talentos locales y atraer a los grandes artistas del mundo. En sus 'Testimonios' y 'Memorias', la mayor de las hermanas Ocampo -la menor es la gran Silvina y se casó con Bioy Casares - describe sus encuentros y experiencias con Valéry, Cocteau, Callois, Camus, Tagore, Ortega y Gasset, Gómez de la Serna, Lacan, Ravel, Stravinsky, Gabriela Mistral y Simone de Beauvoir . Pero en el flamante 'Victoria, paredón y después', un ensayo lleno de sutilezas que le dedica la poeta y ensayista Ivonne Bordelois , se describe minuciosamente el magnético y contradictorio vínculo que la gran dama argentina tejió con la autora de 'Orlando'. Otras dos mujeres las acercaron: la legendaria librera de 'Shakespeare and Company' - Silvia Beach - que le recomendó a Ocampo la lectura de Woolf, y más tarde la española María de Maeztu , pionera de la causa del feminismo. Cuando finalmente Victoria conoce a Virginia, le escribe una carta a María: «Es extraordinaria, más novelesca que sus novelas». Y agrega: «Me ha preguntado hasta el infinito sobre mi vida, mi país, mi infancia, todo con una pasión y una curiosidad totalmente impersonales… Me quedo en Londres por ella, me fascina porque tiene todo lo que yo no tengo y porque tengo todo lo que ella no tiene».
Cuando Virginia la recibe en su casa de Tavistock Square , Victoria le lleva de regalo una suntuosa caja de orquídeas . No dejará nunca de hacerle esa clase obsequios, y Virginia llegará a sentirse abrumada por ellos. «Hablaba menos de lo escrito que de lo vivido -narra la visitante-. Era lo opuesto a un Borges , a quien le cuesta salir del radio de la literatura, y que si se desvía de ella no la pierde jamás de vista».
Pronto comenzarían los desencuentros soterrados . En principio, el doble desfasaje entre una tradición literaria copiosa, y una más débil y en formación, y entre una narradora consagrada y una desconocida surgida del frío que editaba la revista 'Sur'. El episodio más risible sucede cuando Woolf le envía una carta de despedida y la anima a que le relate su regreso a esa patria exótica . «Virginia se imagina que yo llegaba a una ciudad en que nubes de las más espléndidas mariposas nos persiguen, mientras que jóvenes soberbiamente bronceados y de indumentaria tropical toman bebidas frescas en los jardines bajo quitasoles de vivos colores», ironiza Victoria. Intenta desengañarla en vano, pero aquel cándido cliché -aquel prejuicio europeo acerca del «color local»- permanece en la cabeza de Virginia, quien una tarde desapacible de octubre recibe en su casa a dos mensajeras misteriosas con un paquete que deben entregarle en mano: es una caja de «mariposas sudamericanas» , enviadas por aquella remota mujer que la veneraba, pero que quizás también se estaba riendo un poco de ella.
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