LIBROS
Una historia farmacológica de la literatura
¿Cuál es el kilómetro cero de la melancolía, la depresión o la ansiedad? ¿Qué registro hay de sus farmacopeas?
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Iniciar sesiónAlfonsina Storni se arrojó al mar. Poco antes de quitarse la vida, Alejandra Pizarnik llamaba al diario ‘La Nación’ para preguntar por su obituario. Sylvia Plath sufría de trastorno bipolar , también Virginia Woolf. La primera se suicidó metiendo la cabeza en un ... horno; la segunda se arrojó al río Ouse con los bolsillos de su abrigo llenos de piedras. Después de una intensa terapia de electrochoques, Hemingway se mató de un disparo y Cesare Pavese acabó con su vida tras ingerir dieciséis envases de somníferos.
Existe una historia clínica de la enfermedad en la literatura. En ella están las claves que permiten comprender la ocultación del malestar o, lo que es peor, la aplicación de tratamientos equivocados o diagnósticos erróneos que acaban por hundir a quienes padecen un desequilibrio. Durante siglos el trastorno bipolar no tuvo nombre ni diagnóstico y, sin embargo, hay pruebas de su existencia. Lo padecieron Tolstoi, Balzac, Faulkner, Tennessee Williams, Juan Ramón Jiménez o José Agustín Goytisolo.
Manía, obsesión, depresión, delirio, melancolía... Llamaron a la enfermedad de muchas formas, sin acertar en ninguna ocasión y, por lo general, con desenlaces trágicos . El 30% de los pacientes bipolares se suicidan, así lo ha asegurado el escritor y crítico literario Rafael Narbona , quien dedicó su novela ‘Miedo a ser dos’ al suicidio de su hermano.
Farmacia literaria
¿Dónde comienza algo parecido a una historia de la afección psiquiátrica? ¿Cuál es el kilómetro cero de la melancolía, la depresión o la ansiedad? Y, sobre todo, ¿qué registro hay de sus tratamientos y farmacopeas? Desde la antigüedad, determinadas plantas han servido para tratar desequilibrios emocionales. Los romanos, prescribían las aguas termales y sales minerales para estabilizar los estados de ánimo, mientras que se atribuye a los egipcios la prescripción de opio, cuyo uso para la sedación atraviesa toda la historia de la humanidad hasta llegar Edgar Allan Poe o Thomas de Quincey.
Además del láudano, durante el siglo XIX se empleó el litio en el tratamiento de la manía y la depresión, así como en otras psicopatologías, gracias a sus propiedades como estabilizador del estado de ánimo. A lo largo del tiempo, el litio se mantuvo en distintas modalidades. El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante lo consumió y hasta Emmanuele Carrère habla de los efectos beneficiosos que tuvo en el tratamiento para la bipolaridad de la que fue diagnosticado.
Giros patológicos
El francés da buena cuenta de sus afecciones en ‘Yoga’, un relato de su propio descenso a los infiernos: desde los tratamientos con ketamina y morfina hasta los ‘electroshocks’. «Todos somos bipolares. Alternamos alegría y tristeza, euforia y desánimo, cielos claros y nubarrones oscuros. Pero hay personas en las que esta alternancia natural toma un giro patológico: las subidas son más altas, las bajadas más profundas, y la vida se convierte en una montaña rusa», asegura el Goncourt.
De la melancolía de XIX a la depresión del XX y la ansiedad del XXI. Del opio y el hachís de al Prozac, el Tranxilium y Velafaxina, también el Spiron, Zyprexa o Quetiapina. No hay fármacos suficientes para tanta angustia y cada cual se salva del naufragio como puede. La poeta venezolana Hanni Ossot dio cuenta de ello en uno de sus poemas más conocidos: «Una pastilla/ dos pastillas/ tres pastillas/ seis pastillas/ Dayamineral/ Carbonato de Litio/ Haldol/ Neubión/ Oranvit/ Rivotril 2 mg/ ¿y el médico? (…) La enfermedad es el vivir/ la única/ La enfermedad es el cuerpo/ y las pastillas no sirven de mucho/ Sólo sirve el alma/ haciendo cuerpo/ y el cuerpo haciendo alma». Un botiquín de palabras como grajeas.
Pacientes crónicos
El nacimiento de la psicofarmacología moderna se remonta a 1952 con el descubrimiento de los neurolépticos, conocidos comúnmente como antipsicóticos, y que se aplicaron en los tratamientos de esquizofrenia. Durante esa misma década se desarrollan los primeros agentes antipsicóticos, ansiolíticos. y antidepresivos, o los que se conocen como de primera generación. Muchos de estos medicamentos cayeron en desuso, por sus limitaciones y efectos colaterales. Un recorrido por la historia clínica de la literatura pone de manifiesto hasta qué punto pudieron evitarse muchos sucesos trágicos con un diagnóstico correcto o una medicación adecuada. ¿Pudo un mismo fármaco haber conducido a Plath y Foster Wallace al mismo y terrible desenlace? Con décadas de diferencia, ambos seguían un tratamiento parecido. Plath se quitó la vida en la cocina de su casa y Foster Wallace colgándose de una viga. Ella tenía 30 años, él 46, pero había abandonado la medicación unos meses antes.
Tras la muerte de su padre, Juan Ramón Jiménez comenzó a mostrar signos de depresión. Fue ingresado en el sanatorio madrileño del Rosario, según reconstruye el psiquiatra González Duro en su ‘Biografía interior de Juan Ramón Jiménez’. El escritor desarrolló un cuadro de ansiedad, desasosiego e insomnio. Aunque la depresión era recurrente y casi crónica, tuvo al menos seis episodios agudos que encajarían, según González Duro, en un diagnóstico de trastorno bipolar. No fue el único que lo padeció.
Pedro Casariego Córdoba (Pe Cas Cor) tuvo una vida breve y fulminante, A los 37 años se arrojó a las vías del tren, aguijoneado por un cuadro de esquizofrenia. José Agustín, el mayor de los Goytisolo, se precipitó por la ventana en 1999 tras sufrir durante años de un trastorno bipolar, y también el poeta y traductor Alfonso Costafreda, adicto a los somníferos y los tranquilizantes, se quitó la vida en Suiza, en 1974. Leopoldo María Panero desarrolló un principio de esquizofrenia en la cárcel de Carabanchel e intentó suicidarse en varias ocasiones.
La sedación como negocio
Hasta qué punto determinadas afecciones han sido abordadas con tratamientos inadecuados, insuficientes o incluso contraproducentes. Según aborda en su ensayo ‘Sedados’, publicado y traducido al español por la editorial Capitán Swing, el médico James Davies asegura que en Gran Bretaña casi una cuarta parte de la población adulta toma un medicamento psiquiátrico al año, un aumento del 500% desde el año 1980. A pesar de eso, ni remiten las patologías ni mejora su tratamiento. Davies plantea la existencia de un capitalismo farmacológico. Se medica en exceso, para sobrellevar consecuencias de las dificultades vitales, pero no para sanar una afección biológica o neurológica. Abundan intervenciones farmacéuticas frente a las terapias basadas en la conversación y la prestación psicológica social. «Al sedar a sobre las causas y soluciones de su angustia –asegura Davies– se ha distraído a las personas de los verdaderos orígenes de su desesperación, y ha favorecido resultados principalmente económicos».
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