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LIBROS

Handke y Europa en su Edad Media: una epopeya moderna

Peter Handke, Nobel de este año junto con Tokarczuk, no es un autor fácil. «La ladrona de fruta» es su último trabajo dentro de una extensa obra

Peter Handke durante la rueda de prensa de la entrega del Premio Nobel
Mercedes Monmany

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Existe una línea bastante constante de la literatura en lengua alemana, desde el suizo Robert Walser al austriaco Peter Handke, pasando por el añorado y desaparecido prematuramente W. G. Sebald , nacido en Baviera, aunque fallecido en Norfolk, Inglaterra, de autores que unen a su escritura y pensamiento «en movimiento» el deambular, el recorrer caminos , el emprender paseos por sendas, riberas, valles, bosques, montañas, prados o «vegas» (como se dice en español en la última, y de nuevo magnífica, novela de Peter Handke ).

Este es el tema de fondo, un largo paseo (más que un viaje convencional propiamente dicho) emprendido por un personaje, una mujer, en «La ladrona de frutas». Como siempre sucede en gran parte de las novelas de Handke, la trama es mínima . Se trata de observar la vida cotidiana, el lento discurrir de las cosas, los detalles más nimios y «los sucesos más insignificantes», en una especie de tiempo y espacio suspendido, al que Handke insufla magistralmente siempre una profundidad insondable y resplandeciente, con alguna que otra referencia, aunque sea indirecta, a la actualidad , a versos y poemas o a la descripción de personajes. Sucesos mínimos que «no solo son dignos de ser transmitidos sino que, literalmente, piden y gritan ser contados y legados a otros; sucesos que traspasan fronteras».

Así lo explica el narrador que inicia su historia por una simple «señal» (una picadura de abeja en un día de verano). Una señal que parece decirle: «Es hora de que te pongas en camino, aléjate del jardín y la región, vete, ha llegado el momento de marchar ». Una admonición, «ponerse en marcha», que sienten también muchos de los personajes de Walser. ¿Quién no se acuerda, por otro lado, del arranque de «Los anillos de Saturno» de Sebald?: «En agosto de 1992, cuando la canícula se acercaba a su fin, emprendí un viaje a pie a través del condado de Suffolk, al este de Inglaterra, con la esperanza de poder huir del vacío que se estaba propagando en mí». Muchos narradores de Handke que se ponen en marcha sienten un día «que ya no pueden soportar a la gente alrededor de ellos y sienten la necesidad de emprender el camino y desaparecer».

Silencio amenazante

El momento histórico en el que este narrador (e l mismo Handke, aunque no se presente como tal ) siente que «tiene que partir», tomando el relevo inmediatamente la protagonista, Alexia, llamada desde siempre, en broma, más que a causa de algún delito consumado, «la ladrona de fruta», es poco después de los salvajes atentados de París de 2015 . Un «silencio amenazante» se ha extendido por toda la región de «la bahía de nadie», nombre que le da Handke al lugar donde vive, en las cercanías de París. Se ha propagado «como la onda expansiva de una catástrofe mundial». Un silencio «horrorosamente paralizante y mortal», a pesar de no ser «audible, visible o palpable» en ese preciso momento, domina todo y «se ha hecho evidente». Evidente, para quedarse, para estar ya siempre entre nosotros. Entre los europeos, no sólo los franceses.

Como sucede en gran parte de sus obras, la trama es mínima. Se trata de observar la vida cotidiana

Un día, desde su piso cercano a la Puerta de Orléans, dejando atrás Île-de-France, Alexia se pone a recorrer la Picardía francesa para llegar al encuentro con su madre -«la banquera», que ya aparecía en la obra de Handke «La pérdida de la imagen o Por la Sierra de Gredos»- en una celebración familiar. No será la única de sus obras a las que Handke haga referencia. También estará otro de sus mejores libros, «El año que pasé en la bahía de nadie» (1994), protagonizado por su «alter ego» Gregor Keuschnig, así como la primera de sus novelas, con la que debutó a los 24 años, «Los avispones».

Místico contemplativo

Por la ribera del Viosne, por el Vexin, hasta Chars, Alexia se va cruzando en su camino con distintos personajes -una maestra retirada que quiere comenzar una novela policiaca, el dueño de un Café de l’Univers en decadencia, un hombre que busca a su gato, un joven repartidor de pizzas- así como un gran número de animales, desde mariposas, mirlos, faisanes, hasta un perro o un cuervo que la acompañarán brevemente.

Los paisajes, descritos minuciosamente, a la manera de un poeta o un místico contemplativo, parecen haberse detenido desde la misma Edad Media («de no haber sido por los raíles del tren»). Hay sin cesar en el relato de Handke un tiempo suspendido metafísicamente, un «hoy-como-en-aquel-entonces». No es casual que nombrara a su novela «la última epopeya» y que se refiera repetidas veces al poeta épico del siglo XI Wolfram von Eschenbach. Para él, como ha dicho muchas veces, estas epopeyas poseen «una dramaturgia soberana, mucho más libre y aérea que la novela del siglo XIX». Es decir, que la novela fundamentalmente realista.

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