La guerra como constante y género

Ocurre, por ejemplo, durante la II Guerra Mundial , en la que se hace necesario transmitir fe y optimismo de cara a la resistencia a las tropas nazis y posterior avance sobre Alemania. En ese contexto, viejas gestas militares ‘acuden al rescate’. Junto a esas ‘visitaciones’, el sitio de Leningrado , el campo de batalla y la caída de Berlín, incluso con alguna imagen truculenta de los últimos instantes de Hitler en su búnker , tienen una innegable presencia en la pintura rusa.

Esta exposición anual del Museo Ruso se articula como un pormenorizado itinerario cronológico desde el siglo X, con cerca de 200 obras, por las decenas de guerras en las que Rusia participó para defenderse de sus iniciales enemigos, tártaros y mongoles, como campañas ofensivas de conquista.

No sería exagerado señalar que la pintura de guerra se configura en el arte ruso como un importante género propio en el que confluyen otros como el de Historia , el paisajismo o el retrato . Incluso en los tradicionales iconos, con piezas del XVI expuestas, las contiendas aparecen habitualmente. Numerosas pinturas revelan el conocimiento de los escenarios bélicos y de las condiciones atmos- féricas predominantes. No en vano, muchos de los pintores, como si de corresponsales de guerra se tratara, se desplazaban al frente para trasladar con mayor verismo esos episodios. Un ejemplo lo encontramos en Nikolái Karazin , pintor que atendió al enfrentamiento con los turcos en el siglo XIX. Ante sus cuadros sentimos la hiriente luz del sur y ‘masticamos’ la aridez de los páramos. En el caso de la pintura de Grigori Gagarin , que atiende a la guerra del Cáucaso, en la primera mitad del XIX, asume nociones del Romanticismo triunfante, como lo sublime de los paisajes o la atención a lo exótico.

Los montajes anuales de esta institución tienen en la presencia del arte de vanguardia uno de sus habituales ‘platos fuertes’. Sin embargo, en esta exposición son contadísimas las piezas vanguardistas, pero ello no resta potencia al discurso, lo cual evidencia el nivel y calidad de la propuesta. Dicho esto, debemos señalar la presencia de iconos como ‘Caballería roja’ (1932), de Malévich , y ‘La guerra alemana’ (1914-15), de Pável Filónov , con su personalísimo ‘formulismo’.

Se visibilizan también las consecuencias desastrosas de la guerra. Según avanzamos, además de escenas de violencia y otras abyectas , viajamos desde la melancólica introspección de veteranos de guerra hasta la tragedia de los niños huérfanos que malviven en la calle o los ciegos y amputados que pueblan las ciudades, como ‘Hombre sobre un pedestal’ (1925), de Izail Lizak . Estas imágenes oprobiosas, la verdadera cicatriz y rostro universal de la guerra, saltarían también a las obras de los alemanes de entreguerra, como Grosz o Dix .