LIBROS / FLAMENCO
Granada, 1922: la primera piedra de la poesía de Lorca
En aquel concurso de cante nació el neopopulismo, una corriente que el poeta granadino convirtió en universal a partir del acervo jondo
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Iniciar sesiónLa luna bajó a la fragua con su polisón de nardos el día 19 de febrero de 1922 en el Centro Artístico de Granada. Allí pronunció Federico García Lorca aquella tarde el discurso inaugural del Concurso de Cante Jondo, un capricho de varios intelectuales ... que se lamentaban de la pérdida de pureza del flamenco y se habían conjurado para reabrir las cuevas en las que supuestamente habitaban los verdaderos duendes del cante andaluz. Las vicisitudes del certamen son archiconocidas: ganó el Tenazas de Morón, un cantaor de medio pelo al que se le premió su rudimentarismo, alimentado por la leyenda de que había llegado a Granada desde Puente Genil en burro, y se le entregó un accésit a un chiquillo de doce años que se llamaba Manuel Ortega Juárez, quien a la postre pasaría a la historia como Manolo Caracol . Para que todo fuese más poético, aquel niño distinguido por Lorca , Falla , Zuloaga o La Niña de los Peines por su eco primigenio y anticomercial acabaría siendo uno de los más grandes mitos del flamenco de masas. Pero esa es otra historia. Porque de cualquier manera aquel concurso fue trascendental tanto para el cante jondo como para la literatura española del siglo XX. Fue el germen de lo que hoy conocemos como neopopularismo, cimiento filosófico de la Generación del 27. La relación de Lorca con el género y, sobre todo, con sus creadores a partir de aquella cita del año 22 en su tierra determinó toda su obra posterior y también la de los poetas de su generación. Tanto rítmica como conceptualmente, Federico se agarró a lo que luego él mismo llamaría ‘sonidos negros’ de la gitanería para construir su personalidad artística.
Lorca alzó la voz en el discurso de apertura del Concurso con un alegato que hoy se puede analizar como el sanctasanctórum de su escritura: «¡Señores, el alma música del pueblo está en gravísimo peligro. El tesoro artístico de toda una raza va camino del olvido! Puede decirse que cada día que pasa cae una hoja del admirable árbol lírico andaluz, los viejos se llevan al sepulcro tesoros inapreciables de las pasadas generaciones y la avalancha grosera y estúpida de los couplés enturbia el delicioso ambiente popular de toda España». Con este grito por seguiriya fundó el poeta granadino un flamenco de ida y vuelta con las letras españolas. Su ‘ Poema del Cante Jondo ’, publicado apenas un año antes del simposio granadino, había sido una inmersión lorquiana casi a tientas en un mundo que le atravesó. «Sevilla es una torre / llena de arqueros finos», escribió en los albores de su jondura. Todo en verso corto. Con estribillos. Heptasílabos, tetrasílabos, tan sucintos sus versos como un ay. Y desembocando siempre en el octosílabo para acechar la profundidad hiperralista primero -«Muerto se quedó en la calle/ con un puñal en el pecho./ No lo conocía nadie»- y casi surrealista una década después en el ‘Romancero’ -«La luna gira en el cielo/ sobre las tierras sin agua/ mientras el verano siembra/ rumores de tigre y llama». Todo era tan cantable como aquellas coplas folclóricas que Lorca había rescatado tocándole el piano a la Argentinita en 1931 para ‘La voz de su amo’. Juan Peña ‘El Lebrijano’ fue el primero en ir a su fuente ya en los sesenta metiendo por bulerías los versos del Poema: «Ni tú ni yo estamos/ en disposición/ de encontrarnos». Luego hizo Manzanita el ‘Romance sonámbulo’, «verde que te quiero, verde / verde viento, verde rama…». Y después Antonio Gades y Mario Maya bailaron su teatro de navajas. Y adaptaron el ‘Romance del emplazado’ para que finalmente Camarón lo convirtiera en ‘Leyenda del tiempo’ en pugna con el Amargo.
Manantial nuevo
La aportación lorquiana al flamenco es tan inmensurable que la propia Niña de los Peines, presidenta del jurado del concurso en el que todo se fraguó, creó un palo llamado precisamente así, lorquiana, que luego no prosperó. Pero desde los cármenes de Granada de aquel verano del año 22 brotó un manantial nuevo que invadió irremediablemente a todos los del 27. El duende. Lorca se explicó a sí mismo en la conferencia ‘Teoría y juego del duende’ que pronunció en Buenos Aires en 1933. Ahí fue donde dijo que Manuel Torre, cantaor fundacional, era «el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido» y que a él le escuchó por primera vez la expresión «sonidos negro». Lo había tratado a través de Ignacio Sánchez Mejías , a cuya muerte le dedicó su famosa elegía, y cruzando el «tronco de faraón» que para Federico era la efigie de aquel gitano, definió cada palabra de su vida en esa charla, piedra roseta de su literatura: «Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos». La obra de Lorca mata todo el andamiaje de los versos «para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena», no pide formas, «sino tuétano de formas». Se tiene que «empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, alejar a su musa y quedarse desamparada».
Se puede decir con severidad que el Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922 es la primera piedra de ‘Poeta en Nueva York’ , su oda a los negros, a los hijos del duende: «La aurora de Nueva York tiene/ cuatro columnas de cieno», acabaría cantando Enrique Morente con el mismo fondo y forma de la bulería de la Alhambra. «La luna llegó a la fragua/ con su polisón de nardos…». Lorca quiso rescatar al flamenco de su impureza y lo acabó salvando de su localismo. Pero él se murió sin saberlo.
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