LIBROS
Giorgio Agamben, el recuerdo de haber sido bellos
El filósofo italiano reconstruye sus distintos estudios en Roma, en Venecia... para acercarnos el alma de un pensamiento arraigado en la cultura europea
César Antonio Molina
El estudio, el lugar de trabajo de un creador, conserva el testimonio de ese esfuerzo, pero también es como un pequeño museo muy personal. El estudio es la imagen de la potencia de escribir, pintar, componer. El primer estudio de Giorgio Agamben (Roma, 1942) ... lo heredó del gran novelista italiano Giorgio Manganelli en el año 1967. Estaba en la Piazza delle Copelle número 48. Alrededor de esas fechas, el filósofo romano conoció a Ingeborg Bachmann quien le presentó a Gershom Scholem. Quedó muy impresionado por la sabiduría del escritor judío a diferencia y desilusión que le causó la petulancia de Adorno.
El segundo estudio en la capital de Italia, se lo prestó el pintor español Ramón Gaya. Estaba sito en el Vicolo del Giglio. Corría el año 1978. Al pintor republicano exiliado, se lo había presentado José Bergamín en Madrid. La admiración por este último es inmensa y queda muy bien reflejada en este libro. Confiesa Agamben que fue a través suya cómo descubrió la esencia española. «El pueblo español se murió antes que yo, y ese era el momento más trágico de mi vida: sobrevivir». Y añadía este otro comentario que le sorprendía mucho a su joven amigo: «Mis lecturas fundamentales son Spinoza, Pascal y Nietzsche» «¿Ningún español», le respondió Agamben?. Y Bergamín, burlón como siempre, le añadió: «Estos tres son España». Los vínculos del italiano con nuestro país se ampliaron a través de la Academia de España en Roma donde conoció a los pintores Paco López e Isabel Quintanilla. Aprovecha esta circunstancia para hacer una enjundiosa defensa de la pintura realista y figurativa española contemporánea. También Agamben viajó mucho por nuestras tierras.
Fue a través de José Bergamín, a quien admiró, como descubrió la esencia española
Estudios en Roma y luego en Venecia, las dos ciudades donde ha vivido más permanentemente. Ambos espacios están llenos de libros, cuadros, fotos, postales, manuscritos, carteles y un sinfín de otros objetos. Por ejemplo, están las postales enviadas por Heidegger, así como varias fotos juntos. Se encontraron en el seminario de Lethor en la Provenza, allá por el año 1966. Heidegger murió diez años después. Y de esos mismos días lejanos fotos con René Char. A Heidegger lo describe apacible y severo con ojos encendidos e intransigentes. Con Hannah Arendt, Agamben tuvo una relación indirecta. Le envió a los EE.UU. su artículo «Sui limiti della violenza», publicado por la revista Nuovi Argomenti, y la filósofa exiliada judío-alemana lo incluyó en una nota a la edición alemana de su libro Sobre la violencia.
Deuda
Con Walter Benjamin, el maestro ausente, confiesa Agamben, tiene una deuda intelectual incalculable. Según él, el filósofo judeo-alemán, rompió sin vacilar con toda herencia y con la idea misma de cultura. Simone Weil también ha sido otro referente fundamental de Agamben, como Robert Walser, a quien le aplica esta frase de la filósofa muerta en plena juventud antes del gran desastre de la Segunda Guerra Mundial: «Solo quien ha aceptado el estado más extremo de la degradación social, puede decir la verdad».
Agamben ama los recuerdos y, por eso, se rodea de los objetos que se los traen. Citando a Plotino se pregunta «¿Qué queda del recuerdo de haber sido bellos?». Y más aún, ¿cómo se pueden mantener esos recuerdos? Queda lo que era, lo que merece continuar y durar, lo que está. Queda lo que está bien y lo que está mal y, esto último, ya no puede ser de otra manera. En realidad de nosotros no queda nada. Bueno, rectifica Agamben: encuentros, lecturas, escritos, lugares. A medida que pasa el tiempo, el filósofo -a punto de cumplir ochenta años- comenta que se crea una gran divergencia entre la edad física y la del alma.
«Moby Dick»
Entre otras fotos del pasado histórico está en un lugar preferente la de Melville. Moby Dick , para Agamben, como novela es un fracaso, pero sin embargo es una extraordinaria Suma Teológica herética sobre Dios, solo comparable a la Leyenda del gran inquisidor y la descripción del Diablo de Karamázov de Dostoievski. Califica a Melville como uno de los grandes teólogos del siglo XIX.
Agamben se considera un «epígono», un ser que se genera solo a partir de otros y nunca reniega de esta dependencia. Vive en una continua y feliz epigénesis. Y para seguir autodefiniéndose toma una cita del libro sobre rituales de fundación de las ciudades antiguas de Joseph Rykwert: «El hombre no habita solo en lo abierto del ser, sino asimismo y sobre todo en el paso entre el pasado y el presente, entre los vivos y los muertos, y es gracias a esta morada subterránea que puede no olvidarse de lo abierto».
Este Autorretrato en el estudio tiene mucho de poético porque, además Agamben, como opinaba Wittgenstein, la filosofía solo debería poetizarse. Un filósofo que no se plantee un problema poético no es un filósofo.
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