ARTE
Georgia O’Keeffe, la forja de un mito
El Museo Thyssen abre al público, a partir del día 20, la primera retrospectiva en España de esta genial pintora, la más cotizada de la Historia. Reina del arte moderno norteamericano, fue erigida símbolo y heroína del feminismo
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Iniciar sesiónSiempre libre . Ésa es la máxima que siguió a rajatabla en su longeva vida la pintora Georgia O’Keeffe (1887-1986) , reina indiscutible del arte moderno norteamericano. Un trono del que, 35 años después de su muerte (se cumplían el pasado ... 6 de marzo), no ha sido desbancada. Su misteriosa, enigmática y excéntrica figura nos sigue aún fascinando hoy. Al igual que su deslumbrante obr a . Es la pintora más cotizada de la Historia : ‘Estramonio. Flor blanca nº 1’, de 1932, presente en la exposición, fue subastado en Sotheby’s en 2014 por 44 millones de dólares. Su propietario es el Crystal Bridges Museum of American Art de Bentonville, Arkansas. El Museo Thyssen , que atesora cinco obras de O’Keeffe en sus colecciones, le dedica, del 20 de abril al 8 de agosto , la primera retrospectiva en España , organizada junto con el Pompidou de París y la Fundación Beyeler de Basilea (museos adonde la muestra viajará después), en colaboración con el Georgia O’Keeffe Museum de Santa Fe. La ambiciosa exposición, comisariada por Marta Ruiz del Árbol, rastrea toda su trayectoria a través de 90 obras , cedidas por más de 35 museos y colecciones privadas, especialmente de Estados Unidos.
Pero, ¿cómo es la mujer parapetada tras el mito? Sus antepasados, irlandeses por parte paterna y húngaros por parte materna, fueron parte de esos colonos que llegaron a Estados Unidos en busca de la tierra prometida. Georgia nació en Sun Prairie (Wisconsin) , un nombre premonitorio (pradera soleada): el sol no sólo se coló a raudales en sus lienzos, también fue tostando y arrugando su piel, que al final de su vida semejaba los surcos de la tierra del sudoeste que tanto amó. Una vida nómada que le llevó a su particular conquista del Oeste : de su Wisconsin natal a Virginia, Chicago, Nueva York (Manhattan y Lago George), Carolina del Sur, Amarillo y Canyon (Texas) y Nuevo México (Taos, Rancho Ghost y Abiquiú). El suyo fue siempre un viaje de vuelta a esa tierra donde vivió al final de su vida y donde murió a los 98 años. Fue su paisaje : riscos y montañas de formas inverosímiles, colores deslumbrantes, el sol abrasador, la luz diáfana, el viento implacable, colinas rojizas abrazando un cielo inmenso, el carácter místico y trascendente de esa tierra y los indios nativos que vivían en ella. Allí fue libre como en ningún otro lugar. «Cuando llegué a Nuevo México supe que era mío. Nunca había visto nada así, pero encajaba conmigo exactamente».
Consiguió tener un lenguaje personal, propio, muy reconocible , aplaudido y celebrado por crítica y público. Siempre siguió su camino, alejada de escuelas y modas. ¿Qué hace tan original y moderna su pintura? Su gran sensibilidad para retratar el paisaje, pinta obras evocadoras y de gran sensualidad; su valentía estética, maestría técnica, audaz e intrépido empleo del color (su paleta es deslumbrante), su dominio de la acuarela... Pionera de la abstracción, en la que hay emoción y ternura, pero también dolor y soledad. Dicen que sus lienzos, de gran belleza, intimidad y serenidad, son reconocidos instintivamente por las mujeres, pero provocan extrañeza en los hombres.
Voluptuosas flores (lirios, amapolas, estramonios), en primer plano, ampliadas, que tanto se han asociado a la sexualidad femenina (ella siempre negó las connotaciones sexuales en su obra); formas biomórficas, colinas rojizas ondulantes, agrestes y áridos paisajes con cielos y horizontes infinitos; los rascacielos de Nueva York, huesos de reses muertas (cráneos, pelvis, cornamentas), conchas y piedras, cruces de penitentes... pueblan sus trabajos. Y una puerta, la del patio vacío y silencioso de la casa de Ubiquiú, que siempre le fascinó y obsesionó. «Estoy siempre intentando pintar esa puerta, sin conseguirlo nunca del todo. Es un maleficio».
Se levantaba a las 6 de la mañana y daba largos paseos. Después pintaba. Era su rutina diaria. En esas caminatas recogía todo tipo de souvenirs orgánicos . En la última sala de la muestra en el Thyssen se exhibirán algunos objetos de su taller. Aunque muchas de sus naturalezas muertas son autorretratos, apenas pinta figuras humanas. Sus obras son la expresión profunda de su vida emocional. En cierta ocasión, le aconsejó a su hermana Catherine, también artista: «Pinta lo que sientes de lo que ves» .
Alimentó el culto a su imagen andrógina y excéntrica, minimalista y sofisticada : siempre vestía de negro o de blanco (lucía kimonos, capas, sombreros), recogía en un moño su largo pelo negro, no usaba maquillaje, llevaba zapatos bajos, ropa cómoda... Su rostro, de rasgos fuertes, era impenetrable: ojos oscuros, profundos; una mirada directa, boca grande y sensual. Sus manos, ágiles y afiladas, muy expresivas. Irradiaba magnetismo, seguridad y franqueza. También era frágil y vulnerable.
Inteligente, enérgica, entusiasta, reservada, observadora, reflexiva, solitaria, perfeccionista ( «nunca estoy satisfecha, casi siempre fracaso» ), indómita, orgullosa, obstinada, con una brillante personalidad, pero siempre con un halo de misterio, lejana e inalcanzable, como una diosa, Georgia vivió rodeada de mujeres fuertes : sus abuelas, su madre (le enseñó el gusto por la música –tocaba el violín y el piano– y la literatura), su tía Ollie (trabajaba en un periódico, el ‘Milwaukee Sentinel’), su profesora en Chatham... Tenía tesón y talento. «¡Renunciaré a todo por mi arte!», se propuso. Promesa cumplida. A lo que nunca renunció fue a su apellido por el de su marido.
En la forja del mito O’Keeffe tuvo una ayuda excepcional. La de Alfred Stieglitz (1864-1946), apóstol y pionero de la fotografía , marchante y enérgico defensor de las artistas, que consiguió el reconocimiento de la fotografía como arte. Un rebelde que desafiaba las convenciones estéticas y sociales. Llevó a Estados Unidos la modernidad europea: Matisse, Cézanne, Picasso, Brancusi, Braque, Picabia, Rousseau, Toulouse-Lautrec... Puso en marcha el grupo Photo-Secession, la revista ‘Camera Work’, las galerías ‘291’, ‘303’, ‘An American Place’... Todos ellos, lugares de libertad intelectual y estímulo artístico. Fue Stieglitz una especie de Pigmalión para Georgia : ella era su mejor creación. Su vínculo afectivo hizo florecer su arte. Atractivo, con una personalidad arrolladora, irresistible, impetuoso, vigoroso, fue su mentor, marchante, amante, esposo, pero también su verdugo. La fuerza destructiva de Stieglitz igualaba su potencia constructiva. Se opuso a tener hijos con ella y fueron constantes sus infidelidades (Katherine Rhoades, Dorothy Norman...) Incluso coqueteó con Ida, una de las hermanas de Georgia. Estaba casado con Emmy y era padre de Kitty, que sufría esquizofrenia. La cólera y el dolor de Georgia eran silenciosos, pero sí le afectaron a su salud. Tuvo episodios de crisis nerviosa, ansiedad ...
Parecía inevitable que se conocieran. Fue en 1908. Ella tenía 20 años. Él, 44. Le interesaba Georgia como mujer y como artista. Sentía auténtica devoción por su trabajo: «Es lo mejor, lo más sincero y lo más puro que ha entrado desde hace mucho en la ‘291’. Ella es el espíritu de la ‘291’, no yo. Mente y sentimiento clarísimos, espontánea y extraordinariamente bella, llena de vida, grandiosa ». Expuso sus obras (hizo su primera exposición individual en 1917), la tomó como musa para sus fotografías (le hizo más de 300 retratos) y se casó con ella. Mantuvieron una profusa relación epistolar , la mayor conocida entre dos artistas: miles y miles de cartas, algunas de hasta 40 folios. La colocó en un pedestal. Tomó el control de su tiempo, de su cuerpo, de su intimidad. Ella temía perder su independencia, necesitaba alejarse de él para sobrevivir. Lo hacía todas las primaveras. Fue como ‘un cisne cautivo’ , dice Roxana Robinson en su gran biografía de Georgia O’Keeffe (Circe).
Su vida independiente fue un ejemplo para el feminismo de los 60 y 70 , que la tomó como un símbolo. Era su heroína . Hasta llegaron a pintar una ‘Última Cena’ con Georgia O’Keeffe en lugar de Cristo. Ella apoyó el feminismo, la liberación de la mujer, defendió la igualdad de géneros (escribió una carta a Eleanor Roosevelt reprendiéndole por oponerse a la Enmienda de Igualdad de Derechos), el derecho al voto, pero nunca fue una activista. Vivió siempre de rodeada de hombres (Arthur Macmahon, Alfred Stieglitz, Paul Strand, Ansel Adams, John Poling, Juan Hamilton...), pero también de mujeres fuertes, independientes, inteligentes, que fueron amigas, compañeras, asistentes: Anita Pollitzer, Maria Chabot, Jerrie Newson, Mabel Dodge, Doris Bry, Virginia Robertson... Atraía a ambos sexos. Cuenta Roxana Robinson que Frida Kahlo coqueteó con ella. Se ha especulado mucho sobre su bisexualidad , pero ella nunca habló en público de ese tema.
Atrapada entre el Este y el Oeste, entre la gran ciudad y el mundo rural, entre el deber y la necesidad, entre la culpabilidad y la liberación, conoció en vida el éxito, la fama y el reconocimiento . Fue la primera artista en exponer en solitario en los grandes museos de Estados Unidos. En 1943 se celebró su primera antológica importante en el Art Institute de Chicago. Le siguieron muestras en el MoMA (1946), el Metropolitan (1958) y el Whitney (1970). Ya a una avanzada edad comenzó a viajar fuera de Estados Unidos: Oriente (China y Japón), Francia, Marruecos, España. Estuvo diez semanas en nuestro país en 1953 y 1954 . Visitó el Museo del Prado en dos ocasiones, le gustaba mucho. Le entusiasmó Perú, pero Roma le parecía extremadamente vulgar. Las vistas desde la ventanilla de los aviones le permitió captar a vista de pájaro los surcos de los ríos. Admiraba a Kandinsky, a Goya , el arte oriental... Pero no quiso conocer a Picasso . El final de su longeva vida quedó empañado por su pérdida de salud (se quedó casi ciega y sorda) y la presencia de Juan Hamilton , un joven 60 años menor que ella. Tenía una dependencia absoluta de él; controlaba su vida, su obra y sus bienes, gracias a un poder notarial. Se especuló con que se habían casado. Perdió sus amistades, la aisló de todo y de todos. Demandas, pleitos, sobornos a museos, varios testamentos y codicilos... Hamilton se convirtió en su albacea y heredero. El legado de O’Keeffe ascendía a decenas de millones de dólares en obras y bienes. Su familia llevó a Hamilton a los tribunales. Finalmente, firmaron un acuerdo.
El aura de hermetismo que la rodeaba, su vida en el desierto, su rechazo al mundo artístico de Nueva York, el celo por sus obras (nunca las regalaba y, si lo hacía, tras su muerte pedía a sus familiares que se la devolviesen)... Todo ello contribuyó a crear el mito. Al final de su vida legiones de admiradores peregrinaban a su casa de Abiquiú. Pintores, escritores, músicos... le llevaban ofrendas, cual diosa en su altar, buscando su bendición. Pero ella siempre huyó del mito O’Keeffe : «Me presentan como una criatura fantástica que flota en el aire y se alimenta de nubes. Cuando la verdad es que me gusta el bistec, y poco hecho, además».
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