LIBROS
Gabriel Albiac nos sumerge en la centuria del terror y las distopías
En ‘La trilogía de fin de siglo’ del filósofo y escritor valenciano hay acción, pasión atormentada, naufragios, vidas rebeldes y vidas rotas
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Iniciar sesiónLo advirtió ese enorme escritor que fue Guillermo Cabrera Infante : «las utopías terminan en etiopías», pero por lo que se ve, se lee y se percibe, mucho caso no le hicieron. El siglo XX, al menos en su primera mitad, fue el siglo del ... terror, de los asesinatos en masa, de las persecuciones políticas y los exilios, y creador, ‘malgre lui’, del Totalitarismo. Muchos creyeron, ilusos, que con la Revolución Francesa se acababa con el Absolutismo, y, en cierto sentido, así fue. Lo que tras la bendita Ilustración pocos podían adivinar es que la miseria moral, el crimen político sistemático, las purgas ideológicas y el destierro más cruel surgiera en el siglo del vértigo, del progreso, de las vanguardias artísticas; el siglo, ay, de las masas.
Qué tres soberbias historias se recogen en esta ’ Trilogía’. ‘Últimas voluntades’ (1998) narra un naufragio, el de una generación tan supuestamente romántica y revolucionaria que llegó a pensar y dictar que bajo el pavimento de París, sería por mayo de 1968, estaba el mar. No, estaba el infierno, los restos de un naufragio, pero había que seguir viviendo. Es lo que ocurre. La prosa de Gabriel Albiac (1950) posee un valor no meramente literario, las palabras adquieren un sentido mayor, una trascendencia que es deudora, quizá, de un autor que conoce a la perfección, Baruch de Espinosa (Amsterdam 1623-La Haya 1677): «las palabras forman parte de la imaginación», porque «la sintaxis es una cuestión moral» (Paul Valèry).
Diálogo con el lector
Imaginación y moral son términos compatibles. La trilogía como narrativa plantea un profundo y amenísimo diálogo con el lector, el lector del siglo, que sigue la huella trazada de una generación. Albiac es, al mismo tiempo, un relator y un intérprete : «los fogonazos los inventa más tarde la memoria.» Una memoria caprichosa con los errabundos personajes, Richy y Lola, de esta primera entrega que buscan en un programa de radio nocturno el emblema de un laberinto personal, la salida de la utopías hacia la mera supervivencia. Menudo negocio.
‘Palacios de invierno’ (2003) posee una prosa rotunda, los diálogos, excelentes, próximos, emergen de unos seres que se han convertido en extranjeros de sí mismos, que todo lo han traicionado, que han visto como el demoledor paso del tiempo arrasa con la máscara. Que pareciera cómo recuerdan aquello del pintor Francis Bacon: «Todas las mañanas cuando al afeitarme me pongo delante de un espejo, me digo: Mira cómo trabaja la muerte en esta cara.»
Vibra una visión del mundo, una perspectiva hacia las cosas y las gentes
La trilogía se cierra con ‘Blues de invierno’ (2015), cuando irrumpe el siglo XXI, en un tiempo y un espacio que muestran el terror con una nueva máscara, la presentación de unos tiempos en los que el azar, el destino, el presente marcan a fuego la existencia. Si el pasado ya ni siquiera es una invención, sino un juego de falsedades; si el futuro, como es obvio, no existe, ni nunca existió y si los paraísos artificiales (con sus nuevas incorporaciones tecnológicas) son el refugio para contar los días, aquí Yuki y Yanna son, también, la metáfora de un mundo, de una sociedad anestesiada hasta el delirio.
Acta de defunción
De nada sirvió la inteligencia, porque como bien advirtió el cineasta Claude Chabrol: «la inteligencia no tiene nada que hacer frente a la estupidez: la inteligencia tiene límites, la estupidez, no.» Si un hecho distingue la imponente obra narrativa de Gabriel Albiac es su dimensión reflexiva . En las tres novelas hay acción (mucha), hay pasión (atormentada), hay naufragios, hay vidas rebeldes y vidas rotas, es el acta de defunción de un tiempo y de un lugar, más allá de una generación, porque cada generación es una anécdota que solo con el implacable paso de los siglos se convierte en categoría. Vibra en cada página una visión del mundo, una perspectiva hacia las cosas y las gentes, una arquitectura literaria sólida y sugestiva poco habitual en la narrativa en español actual. Lo que hace de Albiac un autor extraordinariamente singular y, por ello, en estos días sombríos, particularmente atractivo.
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