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ARTE

Fernando Botero: «No quiero ser cronista de los males de la humanidad, no es mi oficio»

Es uno de los artistas vivos más caros del mercado del arte. Por sus personajes «gordos» lo conocemos. Empezó a pintar muy joven y lo sigue haciendo a sus 86 años. El colombiano recuerda aquel pasado y habla sobre el presente

Fernando Botero, durante la entrevista, en la galería Marlborough de Madrid Ignacio Gil
Laura Revuelta

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Hemos quedado a las 11.30 de la mañana en la galería Marlborough de Madrid, donde hasta finales de este mes expone su obra más reciente, que en poco (o en nada) se diferencia de la anterior, y de la anterior a la anterior: toros, mujeres desnudas, alegres escenas de calle, bodegones... Fernando Botero (Medellín, Colombia, 1932), es fiel a ese estilo que le ha hecho famoso y por el que se pagan auténticas millonadas, de Oriente a Occidente, de su Colombia natal a China. Unas formas volumétricas que «inventó» hace muchos años y que son marca de la casa en sus pinturas y esculturas, que decoran las calles de Madrid, entre otras muchas capitales. Botero entra en la galería andando muy despacio, pero con una puntualidad británica. Presume de sus 86 años (en abril cumplirá 87) y de que aún esté en activo . Pinta cada día alrededor de cuatro horas. En Madrid ha pasado apenas un día y, en cuanto termine esta entrevista, una de las pocas que ha concedido durante su estancia, cogerá un vuelo rumbo a Mónaco.

Imagino que usted no se acordará, pero le entrevisté cuando montó en Madrid su exposición de esculturas al aire libre.

Sí, en el año 1994.

¿Y desde entonces no exponía en España?

Sí. Estuve en Bilbao hace unos seis años.

Repasemos un poco su trayectoria. Antes de llegar a ser uno de los pintores más cotizados, usted ha pasado, como decimos por aquí, «mucha hambre». ¿Qué recuerda de aquellos duros comienzos?

La verdad es que salí de Colombia muy joven, y para venir a España, precisamente. Llegué aquí con 19 años, y pasé un curso en la Academia de San Fernando, trabajando. Después, pasé tres años en Europa, y luego he vivido por todas partes: en México, en Estados Unidos 14 años, en París otros 35... Ahora, resido en Mónaco. Total, que ha sido un gran recorrido. Ya tengo 86 años.

Trabajó como dibujante, ilustrador de un periódico, en aquel arranque profesional.

Fui dibujante en un periódico en Medellín, en Colombia. Tenía 18 años. Era ilustrador de la página literaria del periódico «El colombiano», el más importante de Medellín. Me daban artículos y los ilustraba. Y con eso me ganaba la vida. Como pintor hice mi primera exposición a los 19 años. Y gané un premio nacional de pintura, con lo que me pude venir a Europa.

«Empecé como ilustrador de la página literaria en un periódico de Medellín, ‘‘El colombiano’’. Tenía 18 años»

Empezó desde muy abajo y muy joven. ¿Cuándo vende su primera obra de arte como tal?

Vender es mucho decir. No se vendía mucho, porque en Colombia no había ni galerías ni coleccionistas. Tampoco había museos. Hoy en día, ha cambiado mucho la situación.

¿Pero recuerda cuál es la primera obra que vende?

Sí, claro, la recuerdo. Se la vendí a un abogado que conocía: era la cabeza de una mujer, como en plena decadencia, pintada toda en amarillo. No sé por qué la pinté de amarillo, y titulé esa acuarela Alcohol. Me la compró un abogado que conocía, que era pobrísimo, también. Y salió a subasta en Colombia hace poco.

¿Y fue a verla, a reencontrarse con ella?

La vi por ahí reproducida.

¿Qué sensaciones tuvo al revivir aquellos comienzos?

Pienso que fue un trabajo súper innovador, una obra de juventud. Sentimentalmente, tenía un significado.

«Para pintar uno no tiene que pasar hambre. Eso es un cliché. Tiene que amar el arte para seguir adelante»

¿No reniega de su pasado como le sucede a otros artistas y escritores?

Forma parte de empezar a ser artista, de empezar a ganarse la vida con esto.

¿Cuándo se produce el salto que le convierte en uno de los pintores más cotizados?

Tuve un periodo muy difícil en Nueva York, porque, cuando llegué ahí, estaba de moda el arte abstracto: todo era expresionista, «action painting»... Y como yo hacía figuración, iba contracorriente. En realidad fue imposible conseguir una galería. Vendía, pero a unos precios ridículos para mantenerme. Pero un día vino un director de un museo alemán que vio un cuadro mío por casualidad. Era el año 1966. Me localizó y me dijo: «Quiero realizar una exposición en un museo alemán con sus obras». El Museo de Baden-Baden. Después me avisó de que había otros lugares interesados. Al final, fueron cinco museos: Hamburgo, Bielefeld, Berlín, Baden-Baden y no recuerdo el quinto. A partir de ese momento, la galería Marlborough y todas las grandes galerías del mundo empezaron a llamarme y a contratarme. Pasé de no tener galería a tener muy buenas galerías.

Una de las obras de su serie más famosa, la que dedicó a denunciar las torturas en la cárcel iraquí de Abu Ghraib.

Usted se ha hecho rico como artista. Y recuerdo que, en aquella entrevista que le hice en Madrid con motivo de su exposición de esculturas, me desmitificó la bohemia y el tópico de que un artista para ser bueno no tiene que «venderse» al dinero.

Es verdad que el público en general tiene la idea de que un artista es alguien que tiene que pasar hambre y vivir siempre angustiado. Es como el cliché... Pero, si uno observa a los grandes artistas -Rubens, Velázquez, Tiziano-, eran unos príncipes. Vivían espléndidamente. Eso quiere decir que para pintar uno no tiene que pasar hambre, ni penalidades. Tiene que amarlo profundamente para seguir adelante y hacer una obra seria.

Ha triunfado en el mercado del arte y, sin embargo, es muy crítico con el actual y con el encumbramiento de algunos creadores que forman parte del circo contemporáneo.

El mercado del arte es muy extraño hoy día, porque, como dicen en Colombia, «sube como palma y baja como coco». Es decir, hay muchos artistas que en un momento dado los lanzan y duran dos o tres años, y después, como que cayeran del espacio, y no se vuelve a saber más de ellos. El secreto y objetivo en el arte es durar, mantenerse como algo que tiene vida, que sigue interesando al público, que sigue evolucionando, que sigue estando presente. Eso creo que es el gran objetivo. Y yo lo he logrado porque desde los 19 años estoy trabajando sin parar, y hay más interés en mi trabajo hoy día que hace 50 o 60 años. Me siento complacido de haber logrado una cosa: durar.

«La obligación del artista no es registrar todos los males de la humanidad. No lo haría tan bien como un periodista»

¿Y hasta cuándo le gustaría durar?

A la hora de la verdad, son cinco o seis artistas los que han perdurado a lo largo del tiempo: Velázquez, Tiziano, Rubens, Miguel Ángel y Rafael. La evolución del gusto es una de las cosas que no se puede controlar, ni saber en qué dirección se va a encaminar. Algunos movimientos de lo más notable han pasado al olvido para siempre. El Renacimiento pasó, la escuela de Caravaggio... Y pasaron tantas cosas. Y el impresionismo pasó. Todo pasa. En el arte, ningún movimiento se perpetúa para siempre. Como en la filosofía, siempre hay un cambio de pensamiento, de actitud de los filósofos ante los problemas del hombre y su tiempo. Y en el arte es igual: hay una evolución permanente. Los grandes artistas, como le digo, son cinco o seis, los únicos que han podido perpetuarse para siempre. Hoy en día, por ejemplo, está muy de moda el arte conceptual.

Uno de los temas centrales en su obra es la tauromaquia. Se puede imaginar mi pregunta: ¿qué piensa de que en España se prohíban los toros en algunos sitios?

Las corridas no van a desaparecer, porque forman parte del espíritu español. Sería un gran error prohibirlas. Es casi imposible, sobre todo porque, desde un punto de vista práctico, hay una cantidad enorme de gente que vive de eso: los ganaderos, los toreros, empresarios... Por otra parte, es una tradición que lleva siglos. Como usted sabe, empezó en Grecia la lucha entre el hombre y el toro, la tauromaquia. Todo eso es algo demasiado arraigado en el espíritu español.

«En Colombia está el problema de la violencia y la droga. En general, toda guerra hay que terminarla con palabras, hasta donde se pueda»

Una de sus series más famosas es la que pintó para denunciar las torturas en Abu Ghraib. ¿Qué le movería a pintar un tipo de obras así, con ese carácter de denuncia? ¿Tal vez, lo que está pasando en Venezuela, en México...?

Cuando uno abre los periódicos diariamente encuentra un drama mayor cada día en Venezuela y en tantas partes. No obstante, la obligación del artista no es registrar todos los males de la humanidad, si no sería un cronista, un periodista. Me impresionan muchas situaciones, pero sobre todo si tienen que ver con mi país. En el caso de Colombia, sin duda, tienen que ver con la droga y con la violencia. No obstante, mi obligación como artista es tratar de pintar bien. Y se puede ser un buen pintor representando tanto un bodegón de frutas como una batalla. En la pintura, el tema es un pretexto para pintar y para seguir pintando.

Ya no le gusta pintar dramas, pero reconoce que, como ciudadano, le preocupa sobre todo lo que pasa en su país, Colombia. ¿Y sigue las noticias de lo que ocurre en la vecina Venezuela?

Sí. Lo primero que hago por la mañana es leerme «The New York Times», todos los titulares, todos los artículos. Le dedico una hora. Lo miro también por internet. Total, que me interesa enormemente, pero no quiero ser el cronista de los males de la humanidad porque no es mi oficio. No lo haría tan bien como un periodista que en un artículo puede contar una situación de forma clara y precisa.

¿Cómo ve Colombia después del pasado violento que aún da sus coletazos, como el atentado de enero con más de veinte muertos y cien heridos?

Creo que estamos a mitad de un camino. Esa bomba última echó para atrás las conversaciones con la guerrilla. Pero se van a reanudar, espero que se reanuden... En este proceso, es muy distinto el que ha sido víctima que el que no lo ha sido: el que no ha sido víctima es más tolerante que al que le han matado a un hijo, al papá o a la mamá. Pero, en general, toda guerra hay que acabarla con palabras. Hasta donde se pueda. Por otro lado, en Colombia tenemos el problema de la droga, que no se va a acabar... Y por ello, además, hay mucha corrupción, hay mucha gente que quiere hacer dinero muy fácilmente...

«Sólo han perdurado cinco artistas: Velázquez, Tiziano, Rubens, Rafael y Miguel Ángel»

Usted también es coleccionista. Recuerdo haber visitado su museo de Bogotá y me llamó la atención, porque expone sus obras junto con las de grandes creadores de todos los tiempos. ¿Le gusta medirse con los maestros?

Tenía como 93 obras de arte de otros artistas y no eran suficientes para llenar un museo, por eso también incluí obras mías. No porque quiera medirme con ellos. El museo se inauguró en el año 2000. Es una colección muy completa, porque empieza en los impresionistas, después viene Picasso, Bacon, Matisse... Es el museo más visitado de Colombia.

Ha sido generoso con su país, pero a los artistas siempre les sabe a poco toda alabanza. ¿Usted se da por satisfecho?

He sido reconocido hace poco por el presidente Santos, que me recibió en el palacio presidencial con un grupo de gente. Y me dijo: «Fernando, que a usted le hemos dado todas las condecoraciones...». Lo más importante de todo es que la gente, sobre todo la más humilde, me lo agradece por la calle. Me dicen: «Maestro, qué maravilla que usted haya hecho ese regalo. Voy con los niños una vez al mes...». Esa gratitud popular ha sido mi verdadera recompensa. La gente tiene un respeto total por las obras, nadie se arrima a un cuadro, todo el mundo viene con mucho respeto.

A sus 86 años y con la trayectoria que tiene, ¿cómo le gustaría que se le recordase?

Creo que mi obra va a tener interés, llamará la atención durante unos años, porque está hecha de una forma muy clara. Habla directamente al corazón o al espíritu de las personas. Eso ayuda a que la obra cree una relación de amistad con el público. Siempre me preguntan cuál es el mensaje que hay detrás de tal o cual cuadro. «Lo que usted ve es lo que es», contesto. Pero para llegar a hacer esa cosa con la simplicidad, con el equilibrio, con el color, con el concepto del dibujo, tengo que hacer un esfuerzo intelectual muy grande.

Usted tiene obra en muchísimas colecciones privadas, públicas... ¿Conoce a estos coleccionistas, teniendo en cuenta que algunos deben estar entre las personas más ricas e importantes del mundo?

No los conozco. La verdad es que tengo una serie de «dealers», de marchantes, que vienen a mi estudio a comprar mis trabajos y ellos se encargan. Pero no conozco a los coleccionistas, ni me interesa conocerlos.

«Creo que mi obra va a tener interés durante años porque está hecha de una forma muy clara. Habla al corazón de las personas»

¿Qué obras suyas se guarda para su colección personal?

Guardo muchas de mis obras solo con el objetivo de poder hacer retrospectivas en muchos museos sin tener que pedirlas a los coleccionistas, porque, como le decía antes, no sé quiénes son ni quiénes las tienen.

¿Qué le gusta hacer a Fernando Botero cuando no pinta?

Me gusta pintar.

«Las corridas no van a desaparecer, porque forman parte del espíritu español. Sería un gran error prohibirlas»

¿Y cuando no pinta, insisto?

Nada especial. Leo un poco. No soy un gran lector, pero como todo el mundo disfruto de la lectura. Tampoco soy melómano, pero oigo un poco de música. Me gustaba mucho viajar, pero hoy en día viajo poco. Viajaba para ver grandes museos... Miro muchos cuadros en el computador, veo películas. Una cosa que está establecida es que a las 10:30 de la noche pongo una película, pero me duermo. Ahora hago una vida muy tranquila, antes vivía una vida más de rumba, de acá para allá...

Tiene casas en los cinco continentes, pero, ¿dónde se siente realmente como en casa?

Tengo una casa en Grecia donde paso tres meses al año, otra en Italia, en la Toscana, donde paso otros tres meses, y los seis meses restantes, en Mónaco, donde estoy más a gusto. Es un sitio muy propicio para trabajar, muy tranquilo, con un clima excepcional. Así organizo mi vida hoy en día. Tengo residencia también en Colombia, pero desgraciadamente el doctor del corazón me ha prohibido ir allá porque no debería estar en sitios de más de 1.000 metros de altura, y la casa está a 2.300. Pero inventaré una forma de ir a Colombia, aunque sea a Cartagena de Indias, para estar presente un poco en mi país.

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