LIBROS
Federico Kukso se pregunta a qué huele el mundo
En su último trabajo divulgativo, el autor argentino ‘lee’ la Historia a través de la evolución de los olores (los buenos y los malos)
El periodista Federico Kukso, especializado en ciencia
Los libros que estudian las emociones, como aquellos que analizan las percepciones y sentidos humanos, se reescriben, para nuestra fortuna, cada cierto tiempo. Quizás, no por casualidad, en coyunturas de transición cultural, como fueron los años veinte del siglo pasado y son también los del ... XXI, aparecen libros sobre el miedo, la vergüenza, la individualidad o la ropa interior . Da la impresión de que la descomposición de los «grandes asuntos» da paso a lo que algunos llaman pomposamente «la vida cotidiana» -como si hubiera otra-. En realidad, este volumen se halla inscrito en una nueva tendencia historiográfica que no lo es tanto, mas posee la virtud de recuperar un tema que ha obsesionado siempre: a qué huele el mundo. Cada día respiramos unas 23.040 veces y movemos 133 metros cúbicos de aire. Nos lleva dos segundos inhalar y tres exhalar: en ese momento, «olemos olores».
Tiene toda la razón cuando señala que «empalagados de imágenes, ensordecidos por el aluvión musical diario que inunda nuestros oídos y con las yemas de los dedos encalladas de rozar pantallas táctiles», hemos perdido la «polifonía aromática» que nos rodea . En esto, como en tantas otras cosas, vamos para atrás, en sentido antievolutivo. Cuanto menos olemos, menos vivimos.
‘Historia cultural del olor’ . Federico Kukso. Taurus, 2021. 432 páginas,. 21,90 euros
Desodorización
Aunque sea cierto, en palabras del historiador francés Alain de Corbin, que el autor hace suyas, que la cultura occidental «se funda en un vasto proyecto de desodorización», el resto del mundo ha experimentado una obsesión similar y se ha dedicado igualmente a discriminar buenos y malos olores. Es un asunto universal. Desde el escatológico Quevedo al inglés J. Swift y el francés Hartout, que publicó en 1755 «El arte de tirarse pedos para el uso de personas con estreñimiento», la información es exhaustiva, si bien en ocasiones trasluce un antioccidentalismo poco convincente.
Esta idea que aparece y desaparece según la cual de Europa y en concreto de España parten enfermedades y malos olores hacia el resto del orbe perfumado domina el capítulo ‘Las narices abiertas de América Latina’, que se halla entre lo peor del libro . La inspiración de su título en el nefasto volumen indigenista chic de Eduardo Galeano, ‘Las venas abiertas’, no le otorga un gramo de verosimilitud. Con independencia de que se olvide que de América salieron también plagas y malos humores (además de chocolate), ignora que la peste de 1576 llegó allí con probabilidad de Asia. Cortés no arribó con 560 hombres a Tenochtitlán, la capital azteca. Los tres mil nativos aliados de los que habla fueron al menos 12.000, y recientes investigaciones los elevan hasta 60.000. Los españoles no destruyeron infraestructura urbana, sino que, por el contrario, construyeron el desagüe de México. Por cierto, ¿a qué olerá en Marte?