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LIBROS

«Fahrenheit 451»: era estupendo quemar

En la novela de Ray Bradbury la defensa de los libros lo es también de la vida verdadera

Fotograma de la adaptación para el cine de «Fahrenheit 451», de Truffaut
Andrés Ibáñez

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De todas las distopías clásicas, 1984 , Un mundo feliz , La naranja mecánica , obras con las que Fahrenheit 451 tiene tan obvios vínculos hacia adelante y hacia atrás, la novela de Ray Bradbury puede parecernos hoy en día la más ingenua. Su relectura produce esa curiosa sensación de acronía de tanta ciencia ficción, que describe un «futuro» que se parece mucho más al pasado de nuestros padres y abuelos que a nuestro presente. Dejemos aparte los detalles como por ejemplo el colchón de muelles de la cama de Montag. El mundo de Fahrenheit 451 es, en realidad, una representación de valores, temores y prejuicios de los años cincuenta : los jóvenes no respetan a sus mayores, son gamberros, hacen carreras de coches, sólo quieren conducir a toda velocidad, la televisión hace estúpida a la gente, los cómics van a desplazar a los libros, la gente sólo busca la diversión y el placer, las mujeres de clase media tienen vidas vacías, se pasan el día viendo la televisión y duermen a base de tranquilizantes, la gente ya no se comunica ( Antonioni , Bergman ), etc. Es posible que esto mismo suceda con toda la ciencia ficción. Decía Dalí que uno no debe esforzarse por ser moderno, porque uno siempre lo es, aunque no quiera. Siempre hablamos del presente, cuando recreamos el pasado o cuando inventamos el futuro.

David Pringle , un estudioso de la ciencia ficción, afirma que Fahrenheit 451 quedará como libro juvenil y que sus principales defensores son los profesores de secundaria, que ven el libro como una defensa del valor de la lectura frente a los horrores de la «cultura juvenil». Es un juicio bastante duro, pero no se puede negar que desde la perspectiva que nos dan los años el libro resulta un tanto ingenuo y también anticuado. Supongo que a muchas personas su mensaje contra el placer y el culto a la felicidad les seguirá pareciendo válido. Los antibomberos de Bradbury se dedican a quemar libros porque pretenden defender la igualdad de todos y también la felicidad universal, mientras que los libros producen infelicidad, inquietud y desasosiego. Los libros ofenden, también, y molestan . Dado que la sociedad, explica Beatty, el jefe de los bomberos, está compuesta por innumerables minorías y a ninguna minoría se le debe ofender, lo mejor es quemar todos los libros, ya que es imposible que un libro cualquiera no ofenda a alguna minoría (por ejemplo, un libro donde hay un personaje con cáncer de pulmón ofenderá a los fabricantes de cigarrillos). Este curioso pasaje es uno de los pocos que podríamos calificar de «proféticos». Las «minorías» de la novela abarcan a la totalidad de la sociedad.

Sin embargo con sus fallos narrativos, mucho mejor resueltos en la película de Truffaut , con sus ingenuidades, con sus largos pasajes reiterativos, Fahrenheit 451 sigue manteniendo su encanto. Su historia es ciertamente original, y está escrita con pasión . Su primera frase: «Era estupendo quemar», es inolvidable. Hay algo muy hermoso, una defensa de los libros que es también una defensa de la vida verdadera, representada en el efímero personaje de Clarisse . Clarisse habla con desconocidos, pasea por las calles sin destino, contempla el cielo, mira a los ojos, tiene curiosidad, pregunta y escucha. Clarisse es muy joven, es espontánea, no ha sido todavía domesticada, y le hace a Montag la pregunta clave: si alguna vez se ha parado a leer alguno de los libros que quema.

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