MÚSICA
Fahmi Alqhai: «Nadie me señalaba en Siria por ser católico antes de la guerra»
El músico sevillano de origen sirio que ha revolucionado los repertorios históricos dirige el espectáculo «Gugurumbé», junto a Rocío Márquez y Antonio Ruz
Fahmi Aqhai, con su viola da gamba
Cuando Fahmi Alqhai recuerda con un perfecto acento andaluz sus años en Siria previos a la guerra que ha arrasado el país , uno se percata pronto de que su vida ha sido un continuo cruce de fronteras: «La familia de mi padre es ... libanesa, pero emigró a Homs casi al mismo tiempo que la de mi madre desde Palestina, huyendo de la guerra árabe-israelí de 1948. Ambos se conocieron de niños en el barrio cristiano, pero no surgió la chispa hasta que coincidieron en Sevilla estudiando Medicina. Allí nací yo en 1976».
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«Como querían regresar a Siria -continúa-, me mandaron a vivir con mi abuela cuando tenía dos años, mientras ellos terminaban la especialidad. Ella fue quien me apuntó a clases de piano en Homs, con una monja francesa en un colegio de jesuitas. ¡Imagínate! Había crecido escuchando música árabe en un país donde era difícil oír a Mozart y Beethoven. Ese fue mi primer contacto con la música occidental, pero mis padres se quedaron en Sevilla y regresé con ellos a los 11 años».
Fahmi Aqhai, durante uno de sus conciertos
Fue en la capital andaluza donde se obsesionó con la guitarra eléctrica y el heavy metal, hasta que en otra pirueta de la vida empezó a tocar un instrumento barroco que «ni siquiera sabía que existía»: la viola da gamba. Con ella, su vida cambió para siempre. En 2002 formó Accademia del Piacere y recorrió el mundo mientras en España no le hacían caso, hasta que fue reconocido internacionalmente como el creador que ha revolucionado los repertorios históricos y uno de los violagambistas más prestigiosos de nuestro tiempo.
El 19 de enero estrenó en el Teatro de la Maestranza de Sevilla su última creación, «Gugurumbé. Las raíces negras» , que dirige e interpreta junto a las voces de Nuria Rial y Rocío Márquez , la guitarra de Dani de Morón y la dirección escénica de Antonio Ruz. Y tiene conciertos cerrados en los teatros más prestigiosos de Francia, Luxemburgo, Canadá, Alemania y España, si el Covid se lo permite.
-Esta semana tendría que haber actuado en Berlín…
-Sí. Iba a cumplir mi sueño de estrenar la Accademia del Piacere en la Filarmónica, pero se ha pospuesto. Es la tónica de este año, que no sabemos si volaremos hasta un día antes.
-¿Le chocó ver por la televisión la guerra y el ISIS en una Siria tan pacífica y tolerante como la que usted creció?
-Sí. Cuando vivía en Homs, tenía amigos musulmanes y cristianos ortodoxos, sin que nadie me señalara por ser católico. No era un problema, por eso me sorprendió que apareciera un movimiento islámico tan duro y retrógrado. Si rascas un poco, te das cuenta de que no es un problema sirio, sino que viene de fuera por intereses políticos.
-¿Su familia sufrió mucho?
-El país está destrozado, pero tengo la suerte de no haber perdido a ningún familiar cercano. Nos reventaron casas y algunos de ellos tuvieron que huir a la frontera con el Líbano. Es triste, porque mi recuerdo de Siria es dulce y bonito.
-Después del piano le dio por la guitarra eléctrica.
-El heavy fue la primera música que me apasionó. Con 13 años rescaté una guitarra española de mi madre y empecé a escuchar a Iron Maiden y Helloween, que me volvieron loco. Luego compré mi primera guitarra eléctrica y monté mis primeras bandas. Tenía tal obsesión que mis padres se preocuparon.
-¿Por qué?
-Me levantaba a las 6 de la mañana para tocar dos horas antes de ir al colegio. Es la mejor definición de vocación. Es como una droga que te absorbe. Si no la tienes, mejor dedícate a otra cosa. La música es jodida si no triunfas. Y si lo haces, tienes que sacrificar muchas cosas.
-¿Cómo empezó a tocar la viola da gamba?
-De casualidad. Fui al conservatorio a apuntarme a guitarra eléctrica, pero me dijeron que allí «no se estudia nada que se enchufe». Me ofendí y, al salir, vi un cartel que anunciaba el primer año de viola da gamba. Yo ni sabía qué instrumento era, pero me lancé a la piscina sin ningún interés.
-¿Cómo llegó el flechazo?
-Cuando vi la película «Todas las mañanas del mundo» (Alain Corneau, 1991) con la música exquisita de Jordi Savall tocando la viola da gamba.
-Pues fue la decisión más importante de su vida...
-Y mi salvación, porque era un instrumento sin competencia en una época en la que estaba creciendo la demanda de música barroca. Se me dio tan bien que era profesional en tres años.
-¿Fue fácil vivir de la música barroca en España?
-No, pero no por la música barroca, sino por el arte en general. Si nos comparamos con Alemania, Inglaterra o Francia, no hay color. Y eso que España ha mejorado mucho, porque cuando creé la Accademia del Piacere en 2002 tocábamos fuera. Otros países son más arriesgados e invierten más dinero en cultura. Ahora, más del 50% de nuestras giras son fuera.
-Al colaborar con Arcángel o Rocío Márquez, ¿fue difícil conectar con el flamenco?
-A nivel técnico, no. Yo defiendo que el flamenco nace de la música popular española que bebe del mestizaje a lo largo de su historia, como la música del barroco español. Es imposible llegar al origen de las músicas mediterráneas, todas están mezcladas desde el minuto uno.
-¿Cómo surge «Gugurumbé»?
-Tuve la idea hace tiempo de reflejar la influencia de la música llegada con el descubrimiento de América y el tráfico de esclavos en la música española. Y quise que fuera un proyecto coral, donde muchos artistas que conocía pusieran su granito de arena para un espectáculo bonito y con mensaje.