Escritores con claqueta: dos almas unidas por la palabra

En las conversaciones que mantuvo con Cameron Crowe, Billy Wilder le resumió con su habitual agudeza la paradoja a la que se enfrentan los cineastas que se sienten igual de cómodos –o de incómodos– detrás de una cámara que delante de un folio en blanco. «Cuando escribo, me gustaría estar en el plató, con personajes vivos, sin tener que inventármelos. Cuando dirijo, me gustaría estar a solas con Diamond [guionista con el que trabajaba] en mi habitación. Tranquilos, sin que nadie nos agobie. Es lo contrario. Cuando escribo, me gustaría dirigir. Cuando dirijo, me gustaría escribir». Sobre esta relación entre dirección y escritura también le preguntó Stig Björkman a Woody Allen, que fundamentalmente se siente escritor. «Desde siempre supe escribir. Incluso de pequeño. Supe escribir antes que leer. Luego me contrataron para escribir cuando tenía dieciséis años, estaba en el colegio, me contrataron para escribir chistes y anécdotas divertidas. Y después escribí para la radio y más tarde escribí para mí mismo como humorista de cabaret y luego escribí aquel guión de cine y finalmente dirigí».A ambos directores, a los autores de películas como 'Con faldas y a lo loco' o 'Hannah y sus hermanas', José Luis Garci les habría dado el Nobel de Literatura. «Lo merecieron mucho más que Bob Dylan. El 'Manhattan' de Allen es un retrato a lo Balzac del mundo de la publicidad, los intelectuales, los psiquiatras... Los dos eran escritores estupendos que aprendieron a dirigir. Al revés es mucho más difícil», comenta el director de 'Volver a empezar', un cineasta al que Manuel Alcántara definió como un escritor que hacía películas. Garci: «Woody Allen y Billy Wilder merecieron el Nobel de Literatura mucho más que Bob Dylan»«Cuando tienes interés por la literatura, la puedes compaginar con otras actividades, en mi caso con el cine. Igual que Gonzalo Suárez o Gutiérrez Aragón, y antes Edgar Neville...». La lista de directores que a su vez son novelistas, o viceversa, se completa con un buen puñado de nombres: desde los Pasolini, Elia Kazan o Fernán Gómez de ayer a los Sorrentino, Trueba o Paul Auster de hoy. También Garci, claro, y Suárez, y Gutiérrez Aragón, y Guillermo Arriaga, y Rodrigo Cortés, y Mercedes Halfon, y Santiago Lorenzo, y Fernando León de Aranoa. Todos ellos han atendido a la llamada de ABC: ¿Es verdad, como dice Woody Allen en sus memorias, que escribir es más difícil que dirigir? «Mucho más», responde Garci. «Totalmente», añade Suárez: «Salvo si tratamos de hacer del cine una escritura donde confluyan artes diferentes. Esa pretensión dificultaría la cuestión. El escritor es el boxeador que pelea con su sombra y, al final, la sombra siempre gana. En el cine nunca estás solo y eso resulta casi siempre estimulante». Se trata de desarrollar dos capacidades «casi antagónicas con las del escritor», valora Fernando León de Aranoa, director de ‘Los lunes al sol’: «Cuando haces las dos cosas es como si necesitaras dos almas distintas, una para escribir, otra para dirigir. Normalmente tienes una, la que más tiene que ver con tu carácter, con tu manera de relacionarte… En mi caso era la del escritor. La otra, la del director, me la tuve que inventar».León de Aranoa: «La experiencia de la escritura resulta para mí mucho más placentera. Esa es la razón por la que sigo escribiendo las películas que dirijo»Guillermo Arriaga, guionista de ‘Amores perros’, ’21 gramos’ y ‘Babel’, director de ‘The Burning Plain’, apunta desde México que el factor de la compañía es lo que decanta la balanza: «La dirección es uno de los trabajos más placenteros por la cantidad de gente que está orientada a un mismo fin, deseando ayudar. En la novela no, ahí estás a tus expensas. Son años y años escribiendo, por lo menos en mi caso». Es aquí, en la soledad de la habitación propia y el caso del set de rodaje, donde los autores encuentran la gran diferencia entre ambas actividades. «El set es un terreno tumultuoso donde el tiempo apremia y cada movimiento es extremadamente caro. Hay que exprimir, con la mayor responsabilidad, cada minuto de un puñado de semanas para extraer algo bello de las circunstancias más ingobernables», apunta Rodrigo Cortés, que acaba de publicar su segunda novela, ‘Los años extraordinarios’ (Literatura Random House). La argentina Mercedes Halfon, que de la escritura de libros como 'El trabajo de los ojos' (Las afueras) se ha pasado a la dirección del documental 'Los poetas visitan a Juana Bignozzi', compara un rodaje con una «caravana de gitanos» que trabajan juntos «desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche y permanentemente están discutiendo sobre cine, sobre el plano que hay que hacer, pero también sobre sus vidas y sobre la última noticia que salió en el diario».En un rodaje todo es caótico, explica Gutiérrez Aragón, cineasta y miembro de la Real Academia Española: «Cuando quieres poner una cámara te das cuenta de que todo está mal colocado. Todo. Las sillas no están en su sitio, las personas tampoco y no dicen lo que tienen que decir, no se siguen las pausas…». Si uno se sienta a escribir, en cambio no tiene que esperar a nadie, amplía Santiago Lorenzo, autor de 'Los asquerosos' (Blackie Books): «Dentro de lo expresivo, los contenidos van a venir marcados por el presupuesto en el cine y por el idioma en la literatura. Y no hay pasta equiparable a lo que es el español como idioma. Un dineral, una lengua que permite derrochar a manos llenas. Con esta materia prima, la cámara de la literatura se mueve mucho más rápido que la del cine». Gutiérrez Aragón: «En Pardo Bazán reconocí una técnica y un lenguaje cinematográficos»Lo mismo piensa León de Aranoa, autor de 'Aquí yacen dragones' (Seix Barral), para quien el lenguaje literario «es en cierto modo más poderoso y puede tener más alcance que el audiovisual porque juega con la sugerencia, con la evocación». No es cierto que una imagen valga más que mil palabras, dice: «Son las palabras las que contienen miles de imágenes, las que encierran miles de posibilidades, queda a la imaginación del lector encontrar la suya».Cómo usar esa materia prima en ambos terrenos es otro de los retos a los que se enfrentan los creadores. Lorenzo confiesa que él escribe como si lo que cuenta la novela se tuviera que rodar. Es decir: «Se trata de describir como si lo escrito se tuviera que pagar. Eso da mucha desenvoltura a la hora de tirar páginas y páginas a la basura, que es una cosa muy sana». El director de ‘Mamá es boba’ se refiere a la las ventajas de la frugalidad narrativa, y no a las posibilidades de llevar el libro al cine, algo contra lo que advierte Cortés: «Si una novela nace con la vocación de ser adaptada al cine, seguramente no explotará profundamente las posibilidades del lenguaje y del medio. Mi primera novela, por ejemplo, es muy dialogada porque los personajes se impulsan con enfrentamientos y explicaciones crispadas, pero la segunda apenas tiene diálogos, a pesar de que los disfruto mucho».Guillermo Arriaga: «La diferencia entre cine y literatura es la persona narrativa: la literatura siempre va a ser una primera persona, y el cine siempre será una tercera persona»Las diferencias no son tantas, piensa Gutiérrez Aragón, que en 'Rodaje' (Anagrama) se inspira en sus inicios en el cine en los años setenta: «Adaptando 'Los pazos de Ulloa' reconocí en Pardo Bazán una técnica y un lenguaje cinematográficos: la técnica de las emociones del cine, mantener el interés, la sorpresa, que cuando esperas que ocurra algo ocurra otra cosa… lo que te enseñan en la escuela de cine». Los dos lenguajes, el cinematográfico y el novelístico, son literatura, remata Arriaga, que en 2020 ganó el premio Alfaguara de novela: «De la misma forma en que la dramaturgia teatral es literatura, la dramaturgia del cine es literatura. La diferencia es la persona narrativa: la literatura, aun contada en tercera persona, siempre va a ser una primera persona, y el cine siempre será una tercera persona, incluso cuando usas el recurso de la voz en off o la cámara subjetiva. En el cine siempre se vierte, no se invierte».En el cine hay también sonido, hay fotografía, hay actuación: no hay lugar para la introspección, el personaje hace. Va mucho más allá de la palabra. «El buen guión no existe», defendía John Ford. «Los guiones son diálogos, y a mí no me gusta tanta charla. Siempre he tratado de expresar las cosas visualmente». Es la puesta en escena: la «barraca de feria», según Gutiérrez Aragón, para quien un guión no termina de ser una obra literaria; es, en todo caso, una obra literaria incompleta. O «un instrumento de contabilidad», en palabras de Santiago Lorenzo: «De un guión que se lea demasiado bien no sé si sale una película demasiado buena». Santiago Lorenzo: «No hay pasta equiparable a lo que es el español como idioma. Un dineral, una lengua que permite derrochar a manos llenas»«El objetivo de un guión no es el de ser publicado –desarrolla Cortés–. Hay guiones muy bien escritos (la minoría), pero la escritura cinematográfica es económica y directa, busca más la claridad que la belleza. Toda buena película, además, tiene el deber de trascender su guión. La música, el corte, la luz, el sonido, acabarán por añadir capas y profundidad a la historia, son herramientas narradoras de primer orden que el guión no puede ni debe desarrollar; como mucho, tratar de evocar. Una interpretación honda añadirá una emoción precisa a una situación y la mirada de un actor podrá sustituir o dar un significado a una línea de diálogo. El guión es una herramienta de trabajo (aunque pueda estar muy desarrollada e incluso bien escrita), pero es un paso intermedio. Su forma última es la película».Las películas, coinciden los autores consultados, son un mundo distinto al de las novelas; exige conocer el oficio. Esa es la razón por la que escritores tan talentosos como Faulkner fracasaron cuando les requirieron en Hollywood. El autor de 'El ruido y la furia' concedió que nunca sería un buen guionista y, cuando le preguntaron a Billy Wilder por qué otros escritores como Fitzgerald o Dorothy Parker no hicieron nada digno, explicó que no se prepararon lo suficiente: «Se creían que sabían de cine por haber visto diez películas, y querían hacerlo todo a su manera. Pero hasta para hacer una película mediocre hay que conocer las reglas del juego».Mercedes Halfon: «Hay que bajar la soberbia del que piensa que por haber visto mucho cine puede saber cómo armar un plano o una secuencia»Gabriel García Márquez lo explicaba a la perfección, recuerda León de Aranoa: «Le apasionaba el cine, y valoraba mucho la dificultad de escribir un guión. Él mismo había participado en los guiones de varias películas. Hablaba del oficio del guionista con enorme respeto. Decía a los alumnos que “la página del libro lo traga todo, ahí cabe todo lo que le eches”. Y sin embargo en la pantalla de un cine (y dibujaba un rectángulo en el aire con sus dedos), entra muy poquito, hay que ser muy preciso, muy exacto, muy riguroso». De nada vale la soberbia de quien ha visto mucho cine, o del que por haber escrito sobre cine cree saber cómo se arma un plano o una secuencia, remata Mercedes Halfon: «Quizás Orson Welles sí sabía intuitivamente cómo hacerlo y de hecho revolucionó el lenguaje del cine desde esa mirada nueva, pero esto, honestamente, no pasa con tanta frecuencia».

Escritores con claqueta: dos almas unidas por la palabra

Autores como Garci, Gonzalo Suárez, Gutiérrez-Aragón, Guillermo Arriaga, Rodrigo Cortés, Mercedes Halfon, León de Aranoa o Santiago Lorenzo integran una lista de directores que a su vez son novelistas, o viceversa. En este reportaje reflexionan sobre las dos artes

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