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TEATRO

Emily Dickinson, Anne Sexton y Sylvia Plath, suben a escena

Merece recuperarse el montaje de «La bella de Amberst (Emily Dickinson)», que nos regaló la Sala Guindalera. Por su parte, la compañía la Pitbull Teatro produce «El techo de cristal (Anne & Sylvia)», de Laura Rubio Galletero

María Pastor dando vida a Emily Dickinson
Carmen R. Santos

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La llegada a la gran pantalla del filme « Historia de una pasión », de Terence Davies, y la publicación en la editorial Sabina de una nueva edición de su poesía, ha traído a primer plano la figura de la escritora norteamericana Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830-1886). Pero ya antes, el teatro se había ocupado de ella a través de la pieza «La bella de Amherts», de William Luce , dramaturgo estadounidense que también tiene en su haber obras sobre otros nombres de las letras anglosajonas como los de Emily Brontë, Zelda Fitzgerald, o Lilian Helman.

La obra de Luce se estrenó en el Longacre Theatre de Broadway el 28 de abril de 1976, dirigida por Charles Nelson Reilly e interpretada por Julie Harris . Poco después, en 1981, subió a las tablas del bonaerense Teatro Regina, de la mano de la directora Alejandra Boero y de la actriz uruguaya afincada en Argentina China Zorrilla, en una puesta en escena que tuvo una exitosa gira por diversos países de Hispanoamérica. También a Buenos Aires la llevó después Norma Aleandro. En 1983 Miguel Narros la trajo a España, al Teatro Infante Isabel de Madrid, con Analia Gadé como protagonista. En 2014, y repuesto en la siguiente temporada, el Teatro Guindalera, sala de referencia en el circuito alternativo madrileño, nos ofreció un excelente montaje, muy bien acogido por crítica y público, de « La bella de Amherts », donde su director, Juan Pastor , aunque sin alterar el texto de William Luce, proponía una vuelta de tuerca a al monólogo. Una vuelta de tuerca enormemente sugerente y creativa que iba más allá del realismo de Luce para internarse en otros caminos que le proporcionaron una especial intensidad reforzada por la interpretación de María Pastor. La actriz brindó un inolvidable recital interpretativo , pleno de fuerza y matices, en el que volvió a demostrar sus privilegiadas dotes actorales.

«Dickinson era muy inteligente, y tenía un enorme sentido del humor que contribuyó a no convertirse en una amargada», señala María Pastor

Para María Pastor, dar vida a la poeta norteamericana supuso un antes y un después en su carrera. «Meterme en la piel de Emily Dickinson -apunta-, fue un gran reto, un gozoso desafío . Y no solo porque nunca antes había interpretado un monólogo o a un personaje que había existido. Antes del montaje, naturalmente conocía la figura y la poesía de Dickinson. Sobre todo porque tuve la oportunidad de estudiar un año en Estados Unidos y allí está muy presente. Aunque se da la paradoja de que si bien su casa, convertida hoy en un museo , es un centro de peregrinación para todos sus seguidores y ha generado un potente "merchandising", su tumba está muy abandonada. Pero a raíz de la puesta en escena, me sumergí en ella hasta la obsesión. Establecí un diálogo con Emily, para después compartirlo con los espectadores, a los que introducía en la escena como antagonistas. Emily Dickinson tenía una rica y compleja personalidad, que nada tiene que ver con la imagen que a veces se tiene de ella por parte de aquellos que no la conocen de una mujer con su delantalito preparando pasteles y que escribe una poesía hablando de florecitas y pajaritos. Por el contrario, su poesía plantea hondos y grandes dilemas del ser humano».

Búsqueda de la esencia

Añade María Pastor cómo ha concebido a su Emily y qué aspectos ha destacado: «Resalto que era una mujer muy inteligente, que hilaba muy fino. También fue generosa y tenía un enorme sentido del humor que, sin duda, contribuyó a no convertirse en una persona amargada, pese a ser muy consciente del tiempo que le tocó vivir y de la incomprensión del entorno . Para ella debió resultar muy duro que le "retocaran" los primeros poemas que publicó en un periódico, y la actitud de Thomas Wenthworh Higginson, al que consideraba su maestro y pedía consejo, pero que, en realidad, nunca la entendió y la defraudó . Es muy curiosa y significativa la anécdota de que regalaba tartas a sus vecinos con notitas donde iban poemas que sabía no comprenderían. Frente a la indiferencia, cuando no la hostilidad y la crítica, hizo de sí misma un personaje, con mucho de misterioso, esa dama de blanco recluida en su habitación . Creo que su inteligencia, su sentido del humor, le permitieron superar el rencor que pudiera haber ocasionado la incomprensión de los otros. No murió con rencor, supo reconciliarse con todo y rescatar siempre lo positivo ».

Por su parte, Juan Pastor, explica su visión de Emily Dickinson: «Es una poeta que siempre me interesó. Aunque me llegó un tanto por azar, era casi una consecuencia natural que montara la obra de Luce. Emily Dickinson vivía en un conflicto continuo entre el deseo de ser feliz y el anhelo por conocer el misterio de la vida . Creo que eso la llevaba a una especie de distanciamiento, a la búsqueda de la esencia, a explorar una vía de espiritualidad, renunciando a lo más mundano. Cuando no era demasiado conocida en España, Juan Ramón Jiménez tradujo algunos de sus poemas y señaló su cercanía con santa Teresa . Como la mística abulense se mueve entre los pucheros, pero de forma que lo cotidiano conecta con lo más profundo. Imágenes cotidianas encierran conceptos de gran altura. Consigue que términos comunes expresen los sentimientos más sublimes . Emily Dickinson se separó voluntariamente del mundo, pero no por eso dejó de amarlo y esa distancia le posibilitó comprender mejor su significado».

Continúa Juan Pastor comentando la manera en la que abordó la pieza de William Luce: «Como es habitual en mis montajes, respeto el texto del dramaturgo, pero hago mi propuesta escénica. En el caso de la obra de Luce, aminoré los elementos realistas para otorgarle un sentido más alegórico y lírico . La Emily Dickinson de Luce es la de sus últimos momentos, con cincuenta y pico años. En nuestra versión, Emily es joven, bueno, en realidad, no tiene edad, la sitúo en un tiempo eterno , en un tiempo paralizado, en escena hay un reloj parado. Cuando Emily sale al escenario le dice al público que vivirá en él el tiempo que la recuerden, porque la vida no es lo que experimentamos sino lo que recordamos».

«Emily Dickinson dijo que escribía para sordos y para ciegos. En el momento en que hicimos este montaje, nosotros nos sentíamos así», confiesa Juan Pastor

Y confiesa lo que ese montaje entrañó para todo el equipo de la Sala Guindalera -puesto en marcha por él y Teresa Valentín-Gamazo , encargada en «La bella de Amherst» de unos perfectos vestuario y ambientación-, y personalmente para él mismo: «En muchas ocasiones Emily Dickinson dijo que escribía para sordos y para ciegos. En el momento en que hicimos este montaje, nosotros nos sentíamos así. Guindalera siempre ha tenido un público fiel, sabedor de que nuestro criterio se guiaba por el rigor y la calidad. Pero, en la práctica, solo su respaldo no era suficiente. Atravesábamos por una inclemente crisis que finalmente nos llevó a tomar la decisión de cerrar la sala . Fue una decisión dolorosa, pero cada vez con menos apoyos institucionales, era imposible seguir sin caer en la más absoluta precariedad y en dar por bueno cualquier cosa».

¿Hay alguna posibilidad de reabrir la sala? Juan Pastor responde: «Veo muy difícil y complicado que vuelva a funcionar como sala de exhibición, con programación. No obstante, Guindalera no está muerta. Es un centro de creación y de ensayos para montajes que puedan verse en otros espacios. También hay talleres, encuentros, y queremos impulsar alguna iniciativa». Su proyecto más inmediato es la iniciativa de María Pastor de presentar al Teatro Español «La bella de Amherst» con la esperanza de que allí pueda representarse. Sin duda, hablaría muy a favor de nuestra escena si fuera factible esa recuperación.

El cielo está vacío

Emily Dickinson no es la única poeta que ha llamado la atención del universo escénico. Por ejemplo, recientemente pudo verse en Nave 73 de Madrid « », de Laura Rubio Galletero , autora, entre otras piezas, de «Los perros no van al cielo», incluida en el ciclo de esta temporada del Centro Dramático Nacional (CDN), «Una mirada diferente». Rubio Galletero lleva al teatro a las escritoras norteamericanas Anne Sexton (1928-1974) y Sylvia Plath (1932-1963) y recrea su relación de amistad tras conocerse en 1959 en el taller de escritura creativa impartido en Boston por el poeta y profesor Robert Lowell, al que ambas asistían. Allí descubrieron todo lo que tenían en común estas dos mujeres que alumbraron una de las obras poéticas más admirables de la lírica del siglo XX, y lucharon contra oscuros fantasmas interiores que finalmente les ganaron la partida. Parecía que el 11 de febrero de 1963 iba a ser un día normal en la vida de Sylvia Plath, a quien la muerte de su padre cuando ella era una niña marcó profundamente. Se levanta muy temprano y prepara el desayuno a sus dos hijos, Frieda y Nick, habidos de su conflictivo matrimonio con el también poeta Ted Hughes. Les deja el desayuno en su habitación y vuelve a la cocina que cierra a cal y canto. Introduce su cabeza en el horno y abre el gas . «Le hablo a Dios pero el cielo está vacío», había escrito Sylvia Plath, siempre cercada por la depresión y la inestabilidad psíquica.

De izquierda a derecha, Montse Gabriel y Luzia Eviza en los papeles de Sylvia Plath y Anne Sexton

Poco más de una década después, el 4 de octubre de 1974 tampoco nada hacía presagiar que no sería una jornada habitual en la existencia de Anne Sexton. Pero, aquejada de trastornos emocionales, muy significativo es lo que proclama en el poema « La muerte de Sylvia» , compuesto tras el suicidio de su amiga: «Ladrona… / ¿cómo te has metido dentro, / te metiste abajo sola / en la muerte a la que deseé tanto y tanto tiempo», recogido en el volumen «Vive o muere», que se alzó con el premio Pulitzer. Así, ese 4 de octubre, tras volver de una comida con Maxine Kumin para revisar las galeradas de su libro «El horrible remar hacia Dios», Anne Sexton se encierra en el garaje y enciende el motor de su coche.

Inmensas y malditas

El tenebroso anhelo de morir, la «vocación» de la muerte, como decía Plath, está muy presente en la poesía de las dos. Al igual que en esas conversaciones cómplices que, entre copa y copa, mantenían al salir de las clases de Robert Lowell en el Hotel Ritz de Boston: «La muerte sobre la que hablábamos tanto cada vez / que en Boston tomábamos tres martinis extra secos» se lee en el poema de Sexton dedicado a su amiga desaparecida. A esas conversaciones, por las que desfilan sus sueños, sus frustraciones , el amor y el matrimonio, los obstáculos al desarrollo profesional femenino, el impulso literario... asiste el espectador como privilegiado testigo en «El techo de cristal». Si Anne Sexton y Sylvia Plath se conocieron en un taller, esta obra nació en otro, del Teatro del Astillero, según recuerda su autora, Laura Rubio Galletero. Y agrega sobre su pieza: «A través de siete escenas de bar, una por día de taller, y de las escenas intermedias, nos proponemos provocar sobre lo que sigue estando mal visto para nosotras y para vosotros. Es un acto de resistencia contra lo que se espera siempre de las mujeres, y que jamas coincide con lo que en verdad somos».

De ahí que l a directora del montaje, Cecilia Geijo , apele a la rebelión: «"El techo de cristal" nos narra una historia terrible encerrada en un hecho real, a su vez vivido por sus protagonistas con el cinismo de quien se sabe más fuera de este mundo que en él. Son dos poetas inmensas y malditas. Alimentan sueños, pese a que se ha acotado su identidad: mujeres, seres que viven para otros, eternamente consideradas menores de edad . El mundo es un tirano loco contra el hay que rebelarse. Así, esta historia es la de una sublevación».

El elenco de «El techo de cristal (Anne & Sylvia)», producción de la compañía La Pitbull Teatro , está formado por Luzia Eviza (Anne Sexton), Montse Gabriel (Sylvia Plath) e Ismael de la Hoz (Ted Hughes). La escenografía es de Jorge de la Cruz y el espacio sonoro corre a cargo de José Bornás.

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