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LIBROS

Emilio Lara: «Exigir que España pida perdón a México es una aleación de ignorancia y demagogia»

Con «Tiempos de esperanza» –Premio Edhasa de Narrativas Históricas»– Emilio Lara se adentra en la Edad Media, a través de una lograda recreación de la sorprendente «cruzada de los niños»

Emilio Lara es autor también de «La cofradía de la Armada Invencible», entre otros títulos
Carmen R. Santos

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El escritor y profesor Emilio Lara (Jaén, 1968) es autor de dos de las novelas históricas más exitosas publicadas recientemente en nuestro país: «La cofradía de la Armada Invencible» y «El relojero de la Puerta del Sol», donde visita, respectivamente, los siglos XVI y XIX Ahora, en «Tiempos de esperanza» (Edhasa), ganadora del Premio Edhasa de Narrativas Históricas, se adentra en la Edad Media, un período que -confiesa- «tenía pendiente. Pero no solo por tratarse de una época predilecta para los lectores de narrativa histórica, sino porque la Edad Media es una atractiva combinación de mentalidades y sucesos que nos resultan exóticos y, también, extrañamente contemporáneos». Y, en efecto, en su última novela, a través de la conocida como la «cruzada de los niños», que nos sirve con gran pulso narrativo y sólidos personajes, asistimos a fenómenos de fanatismo y demagogia.

Conoció la historia de la cruzada de los niños en la universidad. ¿De qué manera?

Uno de mis profesores de Historia Medieval comentó un día en clase aquel suceso. Me quedé estupefacto. En la biblioteca de la universidad, preparando exámenes, leí «Historia de las cruzadas», de Steven Runciman, que le dedica unas páginas, y comencé a interesarme por la cruzada infantil.

¿Qué le fascinó tanto de ella?

En aquella época yo mantenía un idilio con la literatura de García Márquez, así que aquel episodio histórico lo entendí entonces como algo que encajaba en el realismo mágico. Se trató de un acontecimiento casi onírico, pues el líder, un muchacho de doce años, consiguió reunir a más de veinte mil niños con la idea de conquistar Jerusalén sin armas, solo con la pureza de sus corazones y la fuerza de la fe. O sea, una disparatada mezcla de buenismo y fanatismo.

«El niño protagonista de mi novela era un «influencer» sin YouTube, pues su canal de difusión era un pico de oro»

El año 1212 en el que se encuadra su novela es muy intenso, con acontecimientos como la batalla de las Navas de Tolosa...

1212 es un año de gran aceleración y densificación históricas. Además de la célebre cruzada de los niños en Francia, también en aquel país estallan persecuciones antisemitas. El papa Inocencio III, que conciliaba el pragmatismo con el idealismo, comienza una reforma eclesial. Hay movimientos religiosos de profunda espiritualidad y otros que incuban el radicalismo. Y en Sevilla, convertida en capital del Imperio almohade, el califa al-Nasir congrega un poderoso ejército con el objetivo de derrotar a los reyes de la España cristiana y convertir el Vaticano en abrevadero para sus caballos. La batalla de las Navas de Tolosa dio al traste con el sueño conquistador almohade.

¿Cómo ha sido el proceso de documentación? Entremezcla la Historia con la leyenda sobre esta insólita cruzada de los niños...

Me documenté durante varios meses con lecturas específicas sobre la cruzada infantil intentando cribar lo histórico de lo legendario, pues en los últimos años la historiografía ha aportado estudios muy interesantes. Y también profundicé en determinados aspectos de la historia social, política y de las mentalidades de comienzos del siglo XIII.

«La Historia sirve para dialogar con el pasado, y la novela histórica nos permite viajar en el tiempo y regresar, vivir vidas alternativas»

¿Cómo definiría a Esteban de Cloyes? Su poder de persuasión la envidiarían hoy muchos políticos...

¡Y tanto! Era una simbiosis de Juana de Arco y Gandhi. Algo chocante, ¿verdad? Un iluminado dotado de un carisma y una oratoria espectaculares, pues consiguió magnetizar a miles de fieles, que lo seguían como si hubiesen sentido un rapto místico del alma. Para entendernos, el niño era un «influencer» sin YouTube, pues su canal de difusión era un pico de oro que prometía un paraíso en la Tierra y otro en el Cielo. Era un influyente que en vez de redes sociales movilizó a las masas con el boca a boca.

Me han resultado muy interesantes Raquel y Esther, dos personajes femeninos fuertes...

Esas dos mujeres responden a mi fascinación cervantina, pues ellas, que en principio son muy diferentes entre sí, terminan forjando una férrea amistad. Raquel, de origen burgués, es culta y representa el tesón y el amor. Esther es una panadera que no sabe leer ni escribir, tiene carencias afectivas, es práctica e inteligente y una superviviente nata. Quería darles protagonismo a personajes femeninos para sostener argumentalmente algunas de las tramas de la novela, y eso porque las mujeres disponen, en general, de una enorme capacidad para la inteligencia emocional y para la generosidad en sentido amplio.

¿Cómo convence a sus alumnos sobre lo decisivo que es estudiar Historia?

Les razono que, de la misma manera que nuestros recuerdos constituyen la memoria individual, explican la trayectoria de nuestra vida y nos permiten vivir con más intensidad, aprender Historia nos sirve para profundizar en los orígenes de la civilización y entender que el pasado pervive en el presente como en un juego de muñecas rusas.

«La historia de España es, esencialmente, la historia de un clamoroso éxito colectivo. Por ejemplo, el último período histórico del que enorgullecernos es la Transición»

¿La novela histórica es un instrumento privilegiado y muy atractivo para conocerla?

Sin duda alguna. La Historia sirve para dialogar con el pasado, y la novela histórica nos permite viajar en el tiempo y regresar, vivir vidas alternativas, emocionarnos y picar nuestra curiosidad para seguir entreteniéndonos con otras novelas y películas o profundizar en el pasado gracias a la lectura de ensayos históricos.

¿Qué le llevó a usted a este género?

Nací y crecí en una casa con una magnífica biblioteca de Historia y narrativa histórica que conformó mi padre. Siendo muy joven tuve una epifanía literaria con novelas como «Yo Claudio», de Robert Graves, «El nombre de la rosa», de Umberto Eco o «Yo, el Rey», de Vallejo-Nágera, lo que sumado a mi pasión por la novela de aventuras clásica y por la Historia hizo de mí un lector enviciado. Desde que estudiaba en el instituto soñaba con ser escritor.

¿Cuáles son los elementos esenciales de una buena novela histórica?

El entretenimiento, la carnalidad de los personajes reales y ficticios, la verosimilitud del argumento, la eficaz reconstrucción de un tiempo pasado, unos diálogos ágiles, unas descripciones evocadoras y el predominio de la narración sobre los datos. Me gusta distinguir entre la novela histórica y la historia novelada, pues ésta última no me interesa.

«En América, España construyó en ultramar la mejor versión de sí misma Y el mestizaje tanto étnico como cultural, algo que solo hicieron otros dos imperios»

¿A qué cree que se debe el gran éxito de la novela histórica?

En España a varios factores interrelacionados: la falta de un potente relato histórico nacional cinematográfico, la evasión de un presente tempestuoso, el interés por conocer unas raíces históricas que muestren voluntad de convivencia, explorar los contrastes entre las elites y la gente corriente, el tradicional desdén del mundillo universitario por escribir historia divulgativa y, también, el placer del lector al constatar que en todas las épocas se repiten las mismas constantes humanas tales como la ambición, el amor, el miedo, la intolerancia, la grandeza de ánimo y la épica colectiva.

¿Nos habla del presente mediante el pasado?

Buena apreciación… En el fondo estoy de acuerdo con Benedetto Croce en que «toda Historia es Historia contemporánea», por eso me gustan las novelas históricas que tienen varios niveles de lectura, es decir, diversas interpretaciones según la mirada del lector. Casi siempre, un pasado narrado con fuerza y con capacidad de sugestión nos habla del presente. La novela histórica es siempre un viaje con billete de ida y vuelta.

«La leyenda negra nació por la mezcla de envidia y admiración hacia España de países rivales, y la han asumido ideologías que persiguen el debilitamiento de España»

¿Conocemos bien los españoles nuestra historia?

Bastantes sí, pero otros tantos no. Por razones políticas contrapuestas se nos ha hurtado nuestro conocimiento histórico, endulzando unas épocas y ennegreciendo otras, y casi siempre para resaltar lo que nos diferencia de lo que nos une. Es una pena, porque la historia de España es, esencialmente, la historia de un clamoroso éxito colectivo. Por ejemplo, el último período histórico del que enorgullecernos es la Transición. Nuestras guerras civiles contemporáneas son fracasos de convivencia, pero en un análisis de historia comparada casi todos los países las han padecido. Nuestra historia no es una anomalía en ese sentido.

¿Podemos sentirnos orgullosos de ella? Parece que hemos interiorizado la leyenda negra...

La leyenda negra nació por la mezcla de envidia y admiración hacia España de países rivales europeos, y la han asumido acríticamente ideologías que persiguen el debilitamiento del concepto de España como nación para, entre otras cosas, justificar delirios políticos basados no en la Historia, sino en el imaginario, es decir, en un cóctel de Historia segmentada, leyendas y falsificaciones. Es un cóctel tóxico, pero con tanto alcohol que se sube pronto a la cabeza y provoca una borrachera emocional.

Esa leyenda negra a la que se ha aferrado el presidente de México. ¿Qué le parece su exigencia de que pidamos perdón por la Conquista?

Para decirlo con finura: esa exigencia es una aleación de ignorancia y demagogia. Es una sandez, pero hay que contrarrestarla con inteligencia. América fue la España replicada. España no creó colonias americanas, sino que construyó en ultramar la mejor versión de sí misma por medio del Derecho, el urbanismo, las infraestructuras, las universidades, el idioma, la cultura, el comercio y la religión. Y también el mestizaje tanto étnico como cultural, algo que solo hicieron otros dos imperios: el de Alejandro Magno y el romano. ¿Que hubo abusos y sombras? Claro, por supuesto, pero las luces son infinitamente más. Al presidente mexicano le recomendaría que leyese «Hablamos la misma lengua», de Santiago Muñoz Machado, presidente de la RAE, un ensayo sobre la historia del idioma español en América que me deslumbró por su clarividencia y originalidad. Es un libro lúcido.

Hoy resurge el fanatismo y la demagogia con los populismos. ¿Qué se puede hacer frente a ellos para que tengamos tiempos de esperanza?

Los populismos se inventan en la antigua Grecia con los demagogos, de modo que la manera de combatirlos es la misma desde entonces: persuadir al pueblo de que la libertad, la estabilidad política y el progreso económico no se consiguen con discursos facilones y extremistas, sino con discursos integradores y sensatos. Y es que la convivencia y la sensatez también tienen una épica. Ahí están para demostrarlo mis dos personajes favoritos del siglo XX: Churchill y De Gaulle.

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