LIBROS
Donna Leon: «No me parece bien mostrar la violencia y el sexo en la ficción»
En 'Esclavos del deseo' (Seix Barral), la autora norteamericana nos ha servido el caso número treinta protagonizado por el comisario Guido Brunetti
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Iniciar sesiónA Donna Leon (Nueva Jersey, 1942) no le sucede lo que a Conan Doyle con su célebre Sherlock Holmes. Tan cansado estaba de él que decidió matarlo. Pero sus lectores se lo reclamaron con tanta insistencia, que tuvo que resucitarlo. A la 'madre' de ... Guido Brunetti jamás le ha pasado por la cabeza nada semejante. Muy al contrario: «Es tan simpático, me encanta su compañía, y el estímulo intelectual que conlleva descubrir un crimen». Cuando aún está fresca la última entrega de la exitosa serie, publicada en España por Seix Barral como las anteriores, asegura que ya ha escrito una más. Y concluye: «No tengo intención de parar».
¿Cuál sería la cualidad más destacada de su Brunetti?
Es inteligente, muy culto y muy leído. En esta etapa de su vida, en la que es más pesimista -lo cierto es que no se nos avecina un futuro halagüeño-, está releyendo, sobre todo a los clásicos. Las tragedias griegas, historiadores romanos..., como yo. Por otro lado, es una persona que se toma la vida muy en serio, aunque eso no le impide poseer un sentido del humor maravilloso. Y es muy trabajador, muy buen marido y buen padre, pero lo que a mí más me interesa es la inteligencia y la gran cultura que tiene. Es lo que en especial le diferencia de otros detectives.
¿Parece casi perfecto? ¿O no ?
En absoluto es perfecto. Si lo fuera, sería más un muñeco, un personaje inverosímil, pues todos tenemos, junto a cualidades, defectos, aspectos negativos. Brunetti se muestra tal cual es. Su compañera Claudia le pregunta sobre el racismo, los prejuicios que manifiesta hacia sus compatriotas del sur. Es obvio en Brunetti a lo largo de treinta libros ese racismo. Hace mucho años viví en el norte de Italia, y eso es habitual, incluso hoy. La gente del norte dice cosas desagradables de la del sur de Italia, cosas muy feas, y no se avergüenzan. Brunetti es así. Cuando se lo reprocha su compañera, le conmueve tanto esa acusación que está a punto de llorar, porque se da cuenta del racista que lleva dentro.
«A Brunetti quise darle las características que a mí me gustan en un hombre, mejor le diré en una persona, porque no son específicas para hombre o mujer»
¿Ya desde el mismo momento en que lo creó tenía claro cómo sería su personaje?
Cuando escribí el primer libro de la serie, 'Muerte en la Fenice', pensaba que iba a escribir uno solo. No tenía ni idea de si Brunetti protagonizaría algún otro. Y, luego, ya ve... Pero sí quise darle las características que a mí me gustan en un hombre, bueno, mejor le diré en una persona, porque no son específicas para hombre o mujer. Como le decía, me interesaba sobre todo que fuera un gran lector. Creo que la televisión se menciona una única vez en los treinta libros, no existe la televisión para él. Existen los libros. En cierto modo, ni Brunetti ni mis libros representan el siglo XXI.
Precisamente en su última novela, leemos:«Los jóvenes a menudo piensan más con imágenes que con palabras». En una sociedad presidida por lo audiovisual, ¿se puede recuperar a los jóvenes para que disfruten de la palabra?
No sé, resulta difícil a no ser que sea con una pandemia. Con una pandemia, tienen que estar en casa y se cansan de la tele, y empiezan a leer. Tengo amigos que son libreros, en Suiza, en Alemania... y me dicen que una de las cosas más sorprendentes que se produjo en el confinamiento fue el número de personas que empezó a leer. En mi generación, imagínese, comenzábamos a leer a los siete, ocho, nueve, diez años... pero esto ya no pasa. Esta es quizás la única ventaja de todo este horror, que la gente se ha lanzado a la lectura, y muchos se han dado cuenta de lo extraordinario que es leer. Te entretiene, te enseña...
Además de Venecia, aparece en 'Esclavos del deseo' Nápoles, que también fue escenario en parte de 'Muerte entre líneas'. ¿Cuáles serían en esencia las principales diferencias entre las dos ciudades?
Son muy, muy distintas. En cierto modo, soy una mujer felizmente casada con Venecia. Pero estoy enamorada de Nápoles, a veces aparece Nápoles, y me digo ¡madre mía!, me encantaría escaparme con Nápoles un fin de semana. Una escapada romántica, pero no, hay que ser fiel. En algunos momentos, me gustaría que Brunetti se fuera a Nápoles, y no solo ocasionalmente. Para saborear la ciudad, las sensaciones de Nápoles, que es el caos absoluto, con gente gritando por todas partes, pero qué ocurre, si me pasara algo malo en Nápoles, por ejemplo me caigo en la calle, en décimas de segundo, treinta y seis personas, estarían encima de mí, preguntando si estaba bien, qué necesita, la llevamos al hospital... porque han sido pobres y han sufrido y tienen una compasión infinita hacia los demás. Cada vez que voy lo noto. Caótico, sí, y ladrones, lo que se quiera, pero amo a Nápoles y a sus habitantes.
«Las autoridades de Venecia solo quieren dinero, y ven el turismo como la única manera de conseguir ingresos. Es un monocultivo. Cada vez va a ser más Disneylandia»
Abandonó ese feliz matrimonio al marcharse de Venecia...
Sí, llegó un momento en el que no tuve más remedio. Es tan diferente de la que conocí en los años sesenta del pasado siglo y que me cautivó, pienso que ahora es fea. El turismo masivo e imparable ha arruinado su belleza, todas las sensaciones placenteras cambiaron. Ya no quiero ni puedo vivir en Venecia. Ahora estoy muy tranquila en el pequeñito pueblo de Suiza a donde me trasladé.
¿La añora? ¿Va alguna vez?
Añoro la Venecia primitiva, pero no he dejado de ir. Suelo visitarla más o menos una vez al mes, sobre todo porque allí tengo amigos muy queridos. Pero ya no tengo en Venecia un apartamento. Cuando voy me lo deja un amigo.
En su última novela, Brunetti dice que conoce las organizaciones que quieren salvar Venecia, pero duda de que tengan para ello la menor oportunidad. ¿Está de acuerdo?
Estoy completamente de acuerdo con Brunetti. No importa lo que deseen las personas censadas en Venecia, ni siquiera les escuchan. Las autoridades solo quieren dinero, y ven el turismo como la única manera de conseguir ingresos para la ciudad. Es un monocultivo. Cada vez va a ser más Disneylandia.
En sus obras no aparece prácticamente la violencia ni los crímenes en primer plano, estarían, digamos, fuera de campo, como en las tragedias del teatro clásico griego...
Creo que Aristóteles sabía de que hablaba, y tenía razón, no hay que mostrar la violencia. No me parece bien ver violencia en la ficción, en una película, una obra de teatro, una novela... Me pregunto por ejemplo, que si nos miraran los marcianos, qué pensarían de nuestra vida humana, de nosotros entreteniéndonos observando como miembros de una misma especie se matan, se torturan... Es muy perverso. Yo no quiero participar en ello. En treinta libros, habrá dos escenas de violencia como mucho y no recuerdo si la llego a describir. Tampoco me gustan las escenas de sexo, no es mi trabajo y no considero que le interesen lo más mínimo al lector. Sé que son ideas anticuadas, pero soy una persona anticuada. Vengo de una cultura diferente, en algunas series de televisión que he visto, sale continuamente gente en la ducha, en la cama, hombres y mujeres, y luego mucha violencia, me ha parecido horroroso. Y te convierten en experto, se muestra con detalle cómo entra la bala por la frente, sale por la nuca... O alguien salta por los aires. Me parece terrible.
Brunetti y Paola forman un matrimonio duradero y bien avenido. En tiempos de amor líquido, ¿cuál es el secreto?
Que leen. De verdad, no es sarcasmo. Los lectores ávidos conectan con otro lector. Valoran algo que tú valoras. Es como alguien que profesa tu misma religión. Intelectualmente se parecen mucho y conocen la mente de esa otra persona. Conocemos sus gustos, sabríamos mucho de quien nos confesara sus cinco títulos preferidos. Y eso les une. Los dos adoran a Dickens, por ejemplo, a Dante y a tantos otros. Quizá solo los buenos lectores entenderán esta explicación.
Da la impresión de que muchos de los problemas que usted aborda en sus novelas, como la trata de mujeres en 'Esclavos del deseo', no se solucionan porque no hay verdadera voluntad de hacerlo...
Cuando estaba escribiendo 'Esclavos del deseo' recordé que la trata de mujeres era un asunto del que ya me ocupé más o menos hace unos veinte años. Y parece que nada ha cambiado, salvo quizá la procedencia de las víctimas. Hay muchos comportamientos delictivos que están ante nuestros ojos, pero no queremos verlos ni acabar con ellos.
¿Tiene referentes en la novela policíaca?
Hay algunos autores que son mis favoritos. Ross Macdonald me gusta sobre todo por su manera de escribir, por su prosa, porque escribe maravillosamente, y sus personajes son muy interesantes. Quizá sea el que más me ha influido. Brunetti tiene alguna concomitancia con su personaje Lew Archer, aunque no quise reproducirlo, hacer un Archer italiano. Raymond Chandler también me atrae, pues su lenguaje es brillante. Y Dashiell Hammett, Ruth Rendell y Agatha Christie, aunque no me gusta como escribe esta última, es un inglés muy desfasado, pero en las tramas es magistral. Rendell también es una experta en tramas. Entiende el mal, a los malos, como nadie. Algunos son malos en cosas muy pequeñas, muy humanas.
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