Diego Doncel - EN LOS MÁRGENES
Blai Bonet, un universo singular
El escritor y crítico de arte tuvo como divisa aquella frase de Camus que tanto le gustaba repetir: «Un escritor inteligente cada vez necesita menos cosas»
Miró lo vida desde la tuberculosis, vivió desde muy joven ese tiempo de prórroga del que puede morir en cualquier momento. Acosado por la enfermedad, de sanatorio en sanatorio, de crisis en crisis, dijo basta, cogió su maleta y decidió refugiarse en la casa de ... sus padres en Santanyí, Mallorca. En Barcelona, había cautivado a la intelectualidad catalana de los años 50 y 60 , había sido elogiado por los grandes, por Espriu, por Carles Riba, por Pere Quart, por Castellet, pero de pronto todo aquel universo de la sociedad literaria, que le había concedido los premios más importantes, se le volvió tan incomprensible como sus pulmones. Desde entonces buscó llevar a cabo aquella frase de Camus que tanto le gustaba repetir: «Un escritor inteligente cada vez necesita menos cosas». Lo que él tuvo fue una mesa camilla, un corral, una parra y a su madre que no dejaba de hacer ganchillo.
Apenas salía a la calle a orearse un poco después de una jornada de escritura, sus viajes se limitaban a coger un autobús para acercarse a Cala Figuera o a Palma. Tenía el corazón de los solitarios y la entrega a las grandes aventuras interiores, las que vivían dentro de su cabeza. Era frágil, amable, pero a solas, ante la cuartilla en blanco, erupcionaba como un volcán . Con un bolígrafo en la mano, todos los géneros literarios eran para él un solo género, todos los lenguajes un solo lenguaje llamado Blai Bonet. En el magma de sus textos, todo obedecía a una experiencia desbordada: el esplendor de la marina isleña, la religiosidad de antiguo seminarista, el amor por los cuerpos de los hombres del campo todavía jóvenes, no refregados con asperón como las superficie de las artesas.
Embates de agorofobia
El ser tísico que era, el recluido hasta tal punto que sufría los embates de la agorofobia, el encamado que no dejaba de escribir en libretas, supo construir una vida modesta porque la vida modesta era una maravillosa técnica existencial, una táctica de la inteligencia y desde aquel salón humilde de su casa, en la carrer de Palma 74, levantar una de las obras más singulares, profundas, inclasificables de la literatura de nuestro tiempo .
«Sigo viviendo porque lo deseo yo», afirmaba a menudo, con voluntad de retar al destino y a sus cartas marcadas. Habló en sus textos, está claro, de la enfermedad y del dolor de la enfermedad, pero su vida y su escritura pueden resumirse en su afán de crecimiento, es decir, en su afán de resistencia. En una época donde el malditismo y la autodestrucción han tenido el mayor de los prestigios, Blai Bonet supo mantener una alta decisión moral, no ceder ante todo aquello que fuera en contra de la vida de los hombres, en contra de su propia vida.
Apenas salía a la calle a orearse un poco tras una jornada de escritura, sus viajes se limitaban a coger un autobús
Se puede decir que fue salvado por la literatura, que ante tantas carencias exteriores se construyó un universo de palabras donde la separación entre ficción literaria y realidad no existía. Fue un alucinado espiritual porque intentó honestamente recoger los fragmentos de su yo, los materiales humanos de su tiempo y crear un lugar habitable, un lugar transcendente. Había visto tantas veces la muerte de cerca que tuvo que huir al otro lado, a ese territorio donde la literatura era una forma de construir, una operación mental capaz de señalar los caminos de la salvación.
Máximo riesgo
Lo que estaba sucediendo en aquel pueblo perdido de la isla de Mallorca, era que un hombre llamado Blai Bonet, el hijo del garriguers del Rafal dels Porcos, estaba haciendo bueno aquello que había escrito Peter Handke , que el centro del mundo no está en Delfos sino donde ha trabajado un gran artista. Fue un escritor que se exigió la máxima profundidad, el máximo riesgo, la máxima lucidez, que no temió al escándalo ni al exceso. Escribió tocado por la lengua de los profetas sobre el deseo, sobre el misterio, sobre las epifanías de lo subterráneo sabiendo que todo ello estaba en la cotidianidad, en la naturaleza, en lo contemporáneo y en sus sueños. Le fascinó siempre el espectáculo de su yo , y ofrecerlo en charlas en su casa y en esos textos convulsos donde trataba perturbadoramente de dar cuenta de esa brizna de sacralidad que hay en el corazón de cada hombre.
Murió en Cala Figuera, uno de los rincones más bellos de la isla, el 21 de diciembre de 1997. En la mesilla de noche había unos aerosoles, en la pared un crucifijo y desde la ventana podía verse la garriga y oírse el temblor de las barcas de pesca. Lo enterraron rápidamente porque un cuerpo que había tomado tantos medicamentos fuertes a lo largo de su vida no podía aguantar mucho, porque un ser tan intenso había que restituirlo a su elemento natural: el silencio de un puñado de tierra, de un puñado de cosmos. Fue demasiado extraordinario e incomprensible, demasiado grande para que nuestro pequeño tiempo reparara debidamente en él. Estuvo siempre en otro sitio , en otro orden de las cosas, dejó escrito que «la vida lleva justo una dirección, una y única:/ atravesar todas las situaciones imaginables,/ conseguir todas la formas reales y posibles/ sin ilusión ni ficción, estrictamente/ con amor real».
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