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LIBROS

«Los diarios de Emilio Renzi: Los años felices», no sé cómo hablar de mí

Para responder a esta pregunta y verse desde otro ángulo Ricardo Piglia ha creado a Emilio Renzi. Sus anotaciones reflejan otras voces: las de Kafka, Gide y Pavese. Un diario de diarios

El escritor argentino Ricardo Piglia Ernesto Agudo

ARTURO GARCÍA RAMOS

Tanta coherencia en el vértigo del caos, el fragmento, el azar, la llamarada fugaz del ingenio. El diario es un género aleatorio y espontáneo , un discurso de la dispersión que Piglia reordena ansioso por vislumbrar los vínculos de lo escrito y lo vivido. «Los diarios de Emilio Renzi» incorporan la segunda entrega a la primera como si completaran un puzle. Persisten en l a búsqueda de la identidad escindida y elusiva de un escritor empeñado en penetrar en los misterios de la escritura, de la vocación literaria y la confusa realidad de la invención. La presencia de Renzi cumple un propósito muy deliberado: hacer que parezca ficción lo real, del mismo modo que de haber escrito una novela o un relato su empeño hubiera sido el de hacer pasar por real lo ficticio. «No sé cómo hablar de mí», leemos al final de estos cuadernos. La invención de Renzi resuelve ese enigma.

Piglia es un escritor que ve en la escritura una aventura de riesgo

Quizá el acto de escribir sea un propósito insensato, el fruto de reglas combinatorias de signos que tratan de lograr la fijeza de un rostro, pero en los diarios anteriores Piglia/Renzi había ya dilucidado la dificultad de enfrentarse a sí mismo a través de lo que Pessoa llamaba sus heterónimos. Hubo de adquirir la costumbre de hablar de sí mismo como si fuera otro -confiesa-para tomar distancia y verse desde un ángulo no más objetivo, pero sí más completo, para no estar gobernado por el yo propio.

Una forma de suicidio

Nadie que no escriba un diario puede entender bien lo que es un diario, escribe Kafka . A Piglia se le puede reprochar y también agradecer su erudición. Kafka escribe sobre los diarios de Goethe. Piglia es lector de Kafka, de Gide y de Pavese. Busca con la misma intensidad revisar su vida que escribir un libro que tenga en cuenta las de esos maestros y los diarios memorables que dejaron tras de sí para que pudiéramos penetrar en alguno de los misterios de la creación. Piglia es fiel especialmente al italiano («llorar por Pavese como si fuera yo mismo»), el diario de un suicida que escribe para postergar el momento fatal y así dar una tensión de suspense a su obra. Llegado el momento, explica su decisión con una nota de disculpa para sus amigos y se encierra en una habitación de un hotel de Turín y… deja de vivir. No en vano, Piglia es un escritor que ve en la escritura una aventura de riesgo. Renzi nos advierte con palabras de Stendhal que escribir un diario es una forma de suicidio y Kafka anotó el 11 de enero de 1911 el miedo: «a revelar lo que estoy aprendiendo de mí mismo».

Pero hay algo que distingue el diario de Renzi del de sus modelos. Es un personaje que vive literariamente, inmerso en las citas y en las lecturas , un ser creado por la literatura y que se alimenta de ella. Su creación es también la culminación de la más importante de las obsesiones de este narrador argentino, empeñado en borrar nuestros límites y clamar por los derechos de la ficción para formar parte de lo real, porque - como Faulkner - aspira a una realidad más verdadera que la realidad en la que vivimos. Renzi presume de haber nacido un 24 de noviembre, la misma fecha que Laurence Sterne eligió para Tristram Shandy, y vive encerrado en sus «propios delirios», los de Tolstói, Chandler, Fitzgerald, Conrad. Y, a medida que los lee y los sueña, Renzi se va haciendo más Renzi.

Golpes de realidad

Por fuera, «Los años felices» traen la guerrilla y las desapariciones, el triunfo de Allende en Chile y la deriva tomada por el castrismo en Cuba o la muerte de Juan Domingo Perón. Pero eso a Renzi apenas le importa. Así le desalojen de su departamento o tenga que huir refugiándose de casa en casa por miedo a ser detenido, angustiado por el paradero de sus libros, circunstancias que hubieran sido centrales en la obra de cualquier otro, él minimiza tales desgracias y las considera «golpes de realidad» que lo obligan a reubicarse en el mundo .

Su compensación la encuentra en la escritura de sus diarios, en la connivencia con otros escritores latinoamericanos, con Borges a la cabeza . Si bien, entre Onetti, Haroldo Conti o Roa Bastos sobresalen dos figuras opuestas: el entrañable Manuel Puig, impecable artista de la novela oral, y el sectario y mediocre David Viñas, prototipo del intelectual de izquierdas, sin talento, obsesionado con la fama y una de las mejores creaciones de Renzi, que escribe infatigable, se interroga por la autenticidad de la ficción y se redime de sus fracasos a través de las infinitas lecturas.

En 1969 escoge estas palabras de Beckett: «Parece que hablo, y no soy yo, que hablo de mí, y no es de mí». Es Emilio Renzi quien habla y es también Ricardo Piglia.

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