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EXISTO LUEGO PIENSO

David Hume y el engaño de la causalidad

El filósofo escocés negó que el entendimiento pueda conocer las causas de los fenómenos y demostrar la existencia de Dios

La estatua de Hume en Edimburgo. Dice la leyenda que todo estudiante que toque su dedo adquiere la sabiduría del filósofo escocés
Pedro García Cuartango

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Existe una vieja tradición entre los estudiantes de Edimburgo que consiste en tocar el dedo del pie de la estatua de David Hume . Según la creencia popular, quien hace ese gesto adquiere la sabiduría de este filósofo e historiador, nacido en 1711 en la capital escocesa.

Cuando leyó su Investigación sobre el entendimiento humano , Kant aseguró que la obra le había despertado de su «sueño dogmático», mientras que Bertrand Russell sostenía que no estaba seguro de que la filosofía de Hume haya podido ser refutada. Pocos pensadores han sido tan influyentes. Pero la gran paradoja de su legado es que nadie ha hecho más que este escocés, símbolo de la Ilustración, para demoler la razón. Tan sólo 15 años antes del nacimiento de Hume, un estudiante de Edimburgo había sido condenado a muerte por afirmar que el cristianismo era una religión sin fundamento. Pues bien, Hume cuestionó no sólo la existencia de Dios sino también los pilares de la moral . Además, puso en duda el concepto de responsabilidad personal y la idea del yo sobre la que Descartes había sustentado su filosofía.

Pero su mayor provocación intelectual, no bien entendida por sus contemporáneos, fue la negación del principio de causalidad, lo que equivalía a demoler la metafísica tradicional y a confrontarse con el legado de Locke, Berkeley y Descartes que tanto habían influido en su formación.

Observación empírica

Hume sostuvo que afirmaciones como que el humo procede del fuego o que el sol ilumina cada mañana proceden de la observación, son puramente empíricas. Pero que esos enunciados no demuestran el principio de causalidad . «No tenemos otra noción de causa y efecto que la de ciertos objetos que siempre han estado unidos. No podemos penetrar en la razón de esa unión», escribe. Para sustentar esta conclusión, Hume distingue -y esto es esencial- entre impresiones e ideas. Las impresiones provienen de nuestros sentidos y, en cambio, las ideas son asociaciones de las impresiones. Las ideas no podrían existir sin las impresiones, que determinan todo lo que podemos conocer.

Esta distinción implica cuestionar la validez universal de las ideas y la propia autonomía de la razón, que está supeditada a las impresiones temporales y dispersas de nuestra percepción. Hume afirma que «las ideas no son más que copias de nuestras impresiones o, en otras palabras, nos resulta imposible pensar en nada que no hayamos sentido con anterioridad». Por ello, la inducción es un mero engaño . Esta negativa de la posibilidad de un conocimiento universal, salvo en el terreno puramente formal de las matemáticas, la hace extensiva a las relaciones sociales, de suerte que la ética no es más que la sublimación de las pasiones y las emociones. Hume cae en un absoluto relativismo moral, como insistía mi profesor de filosofía en el colegio de los jesuitas de Burgos.

El intelectual escocés asegura que las normas sociales se basan en la utilidad, no en un código natural o trascendente. En este sentido, Hume negará que se pueda demostrar la existencia de Dios, que, según su concepción, es una idealización absoluta de las cualidades del ser humano. Esta afirmación fue esgrimida para negarle una catedra de filosofía en Edimburgo por ateísmo y también es la base de algunas falsas leyendas sobre su vida. Se dice que una señora le exigió que reconociera que el Ser Supremo existe para salvarle de una laguna de cieno en la que se estaba hundiendo.

Conocer al hombre

Pero Hume fue una buena persona, equilibrada y generosa , muy querida por sus amigos como el economista Adam Smith . Quien quiera saber algo sobre su forma de ser, sólo tiene que leer su corta autobiografía, escrita unas semanas antes de su muerte. Afirma en ella: «He sido dulce, dueño de mí mismo, de un humor alegre y social, capaz de amistad, pero muy poco inclinado al odio y harto moderado en las pasiones». Y termina asegurando que, a sus 65 años, ya ha vivido suficiente y que acepta de buen grado dejar este mundo.

Hume se había educado con un tío, dado que su padre había muerto cuando él tenía solamente tres años. Estudió leyes , pero nunca ejerció, ya que su vocación era la filosofía . Tan sólo con 26 años publicó su Tratado de la naturaleza humana , que nadie leyó. Lo había escrito en Francia, donde había vivido dos años.

Casi tres décadas después, residió en París como diplomático. Allí conoció a Rousseau , al que invitó luego a refugiarse en su casa tras ser perseguido por la monarquía francesa. La relación acabó mal porque el filósofo francés era inestable e irascible pese a los muchos favores que le hizo su amigo.

El carácter de Hume queda reflejado en la lápida de su tumba en el cementerio de Old Calton en Edimburgo donde están grabadas las fechas de su muerte y nacimiento con esta inscripción: «Dejo a la posteridad que añada el resto».

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