LIBROS
Las conspiraciones más famosas de la II Guerra Mundial
Richard J. Evans presenta una legión de pruebas con las que busca destruir cinco falacias relacionadas con Adolf Hitler
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Iniciar sesiónLa noche arribó rauda el 27 de febrero de 1933 hasta el corazón del Reichstag alemán tras una jornada legislativa de bostezos y monotonía. Poco a poco, los políticos abandonaron sus poltronas. El último en salir fue un miembro de la delegación comunista, ... Ernst Torgler , que entregó las llaves al portero a eso de las 20:40. En las calles, tranquilidad absoluta. Media hora después se desató la locura cuando hasta una comisaría cercana llegó la noticia de que las llamas habían empezado a extenderse por la sede del Parlamento nacional . Hasta el inmueble se desplazaron varios agentes que, sin miedo a morir, accedieron a un interior devorado por el fuego para tratar de hallar a los culpables.
Después de unas carreras, el supervisor del edificio se topó en el hemiciclo con un joven semidesnudo que sudaba sin parar. «¿Por qué has hecho esto?», le gritó. «¡Como protesta!». Dos sonoros bofetones, de esos que se dan con la mano abierta, indicaron que la conversación había terminado para el agente. Aquel chaval era un tal Marinus van der Lubbe , un holandés que poco tenía que ver con el Partido Comunista de Alemania y que insistió en que había actuado en solitario. Sin embargo, para Adolf Hitler y su todavía poco masivo Partido Naciolsocialista Obrero Alemán (NSPD) , el incendio que devastó el Reichstag fue un complot urdido por los bolcheviques para destruir el país.
Acabar con la mentira
La excusa de la conjura permitió a los nazis convencer a sus colegas de gobierno de que había que instaurar un decreto de emergencia que anulara las libertades civiles. Además, comenzaron las detenciones masivas de opositores. Fue el principio de la dictadura. Tan perfecto fue el resultado, que, poco después, los mismos comunistas extendieron la máxima de que Hitler y sus acólitos habían quemado el Reichstag para engañar a Alemania. Ambas ideas han dado para escribir una infinidad de libros. Sin embargo, para el historiador y presidente del Wolfson College de Cambridge Richard J. Evans (Londres, 1947), ya es hora de terminar, de una vez por todas, con estas mentiras repetidas hasta la extenuación. «Son absurdas», sentencia.
Por eso ha elaborado su nuevo ensayo: ‘Hitler y las teorías de la conspiración’ . Porque, según afirma desde su casa de Gran Bretaña en donde atiende a nuestra llamada, está harto de que los «conspiranoicos», como los llama, sigan valiéndose de información parcial, pruebas exageradas y documentos falsos para dar alas a supuestas dudas históricas relacionadas con la Segunda Guerra Mundial . El caso más claro podría ser el incendio del Reichstag, donde, ya en la Alemania de los años treinta, fue imposible demostrar los presuntos complots de unos y otros. «El culpable fue una única persona, es así».
Si en otras ocasiones se ha mostrado diplomático ante los micrófonos de los periodistas, esta vez es poco británico en ese sentido. Habla de forma tajante, sin paños calientes ni dejar un ápice de luz a los amantes de las conjuras . «En la obra recojo las cinco conspiraciones más famosas de la Segunda Guerra Mundial, pero hay muchas más». Señala que trabaja desde hace años para desmontar de una vez estos supuestos complots; aunque le desespera pensar que todas las horas que ha dedicado a documentarse no valdrán de nada ante el monstruo de la televisión. Y es que, afirma, desde hace años algunos programas como ‘Hunting Hitler’ han extendido entre la población ideas hoy generalizadas como la supuesta huida del dictador del búnker de la Cancillería hasta Latinoamérica.
Falta de moral
«Creo que fue muy irresponsable emitir estos programas cuando no era una caza real; era la caza de una quimera, una fantasía. Si te bebieras un vaso de güisqui cada vez que documentales así dicen que Hitler “podría haber estado aquí” , acabarías completamente borracho antes de terminar el primer episodio», añade entre risas. Frente a las mentiras, ofrece datos; contra las preguntas capciosas, respuestas claras. ¿Por qué Iósif Stalin extendió que el ‘Führer’ había escapado? «Porque le interesaba que creciera el pavor ante el posible regreso del dictador para mantener la ocupación de Berlín». ¿Qué pasa con los muchos informes del FBI que esgrimían la posibilidad de que se hubiese marchado a Argentina? «Todos fueron abandonados porque se basaban en habladurías».
La obra la completan el vuelo de Rudolf Hess hasta Gran Bretaña (sí, lo llevó a cabo en solitario y sin el beneplácito de Hitler, por mucho que duela a los amantes de la conspiración); la teoría de la ‘Puñalada por la espalda’ (la mentira extendida por los nazis de que los judíos acabaron con el ejército alemán en la Primera Guerra Mundial desde retaguardia), y ‘Los protocolos’ de los sabios de Sión (un libro más falso que un ‘Reichsmark’ de madera que sustentaba las creencias antisemitas). Cada uno representa un capítulo de la nueva obra de Evans y cuenta con una ingente cantidad de documentación. El ensayo, árido en algunos casos, pero de lectura sencilla por lo general, es imprescindible en las estanterías. Y no solo por su contenido, también por el tono. Porque ya tocaba que alguien alzara la voz sin complejos en lo que respecta a los mitos de la Segunda Guerra Mundial.
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