PASOS PERDIDOS
Claudio Rodríguez, la poesía como adolescencia
La «Antología para jóvenes», del gran poeta de la Generación del 50, publicada por Bartleby, busca identificar los grandes valores de su obra con los de la juventud
Carlos Aganzo
«Siempre la claridad viene del cielo». Parece obvio. Pero no lo es. Sobre la claridad y sobre el cielo podrían redactarse tratados y monografías sin cuento. Cuando escribió, con 17 años, este endecasílabo, con el que se inaugura Don de la ebriedad , ... Claudio Rodríguez quería ser poeta de un solo libro, autor de un solo poema que fuera, al fin, su poema-vida. Su texto fundacional y existencial . Y lo consiguió. De hecho, él mismo se terminó convirtiendo en poema. Hasta las últimas consecuencias. Siempre la claridad viene del cielo pero, además, «la claridad es un don». «No se halla entre las cosas / sino muy por encima, y las ocupa / haciendo de ello vida y labor propias». Tenía 19 cuando presentó su primer libro al premio Adonáis . Y lo ganó.
Y con estos versos no sólo inauguró una voz que no tiene parangón en la segunda mitad del siglo XX, sino que volvió a dar curso generoso al gran río de la escuela poética castellana. Ése que viene de Jorge Manrique, pasa por fray Luis y por San Juan , y llega hasta nuestros días con una pléyade de poetas que siguen teniendo a Claudio como santo y seña de un modo de vivir, de escribir, entre la claridad del cielo y los mensajes ancestrales, poderosos, de la madre tierra. Ese mundo que agoniza que es también el de Delibes, o el de José Jiménez Lozano, en otros predios.
La vida infinita
Caminar, contemplar, dejarse iluminar, embriagarse en el ser y el existir. Y amar hasta las últimas consecuencias . El yo finito ante la vida infinita. La poesía esencial de un poeta esencial que, como su maestro Juan de Yepes, gozó lo mismo del don de la ebriedad que del de la brevedad. Cinco títulos que son como cinco piedras torales : Don de la ebriedad (1953), Conjuros (1958), Alianza y condena (1965), El vuelo de la celebración (1978) y Casi una leyenda (1991). En 1983, Claudio reunió los cuatro primeros en el libro Desde mis poemas , que le valió el Premio Naciona l. Y al año siguiente escribió sobre su obra: «Dos datos suficientes para orientar al lector. Poesía -adolescencia- como un don; y ebriedad como un estado de entusiasmo, en el sentido platónico, de inspiración, de rapto, de éxtasis, o, en la terminología cristiana, de fervor».
Es sobre este sentido entusiástico y adolescente, extático, febril y fervoroso sobre el que ahora L uis Ramos de la Torre y Fernando Martos Parra se lanzan, tras los pasos perdidos del poeta, a presentar su Antología para jóvenes de Claudio Rodríguez (Zamora, 1934-Madrid, 1999), publicada por Bartleby. Una selección que busca, sobre todo, identificar los grandes valores de su poesía con los valores de la juventud de hoy. Una juventud que se asoma a un mundo, como el de entonces, lleno de oscuridad, de incertidumbre y de contradicciones. Y sobre el que se hace imprescindible buscar la claridad y no desfallecer hasta encontrarla.
Poesía con entusiasmo, ebriedad y fervor, como medios sensitivos superiores de conocimiento
Así, de la mano de este Claudio Rodríguez, que es el Claudio Rodríguez verdadero, el lector se dispone a identificar poesía con adolescencia, en esa necesidad de iniciarse, de romper, de aprender, de crecer y de transformarse que lleva en sí todo adolescente. Poesía con entusiasmo, ebriedad y fervor, como medios sensitivos superiores de conocimiento. Poesía con júbilo, cuando dice: « La más honda verdad es la alegría» . Poesía con entrega cuando afirma: «Basta a mi corazón ligera siembra / para darse hasta el límite»... Poesía, añado yo, como música, pues no debemos olvidar que el corazón de Claudio latió siempre en pulso métrico, contando sílabas, como le enseñó su maestro de latín y de francés.
Para la juventud poética de los años setenta, Claudio Rodríguez fue un auténtico emblema. Los jóvenes de los años ochenta y noventa volvieron a saber de él cuando acaparó, en muy poco tiempo, todos los grandes premios imaginables para un poeta, desde la entrada en la Real Academia Española, tomando el sillón que antes había ocupado Gerardo Diego, hasta el Príncipe de Asturias o el Reina Sofía de Poesía.
Hombre tímido
La primera vez que fui a su casa, en 1983, para hacerle una entrevista con motivo del Premio Nacional , Claudio resultó ser tan tímido que no paró de hacerme preguntas a mí para que no tuviera que preguntarle yo a él sobre su poesía, lo que le causaba verdadero pavor frente a una grabadora. Lo consiguió solo a medias.
Después, todos los que le hemos tratado y conocido le hemos querido como a un padre. O mejor sería decir como a un hijo, pues la edad nunca fue para él motivo suficiente para abandonar el entusiasmo de la adolescencia. Con mucho amor, sin duda, es como conviene ahora leer o volver a leer estos versos del poeta. «Largo se le hace el día a quien no ama», dejó dicho. Magna verdad. Fuente de la eterna juventud.
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