HISTORIA
Claros y oscuros del icono de la Segunda República
Se cumplen 80 años de la muerte de Manuel Azaña y el Congreso le ha rendido un homenaje. Aunque fue un hombre de paz que luchó por aglutinar a la izquierda, también se ganó el odio de una parte de España por cargar contra el Ejército y la Iglesia desde 1931
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Iniciar sesiónEl exilio fue tan revelador como frustrante para don Manuel Azaña . En 1940, el último año que pasó en este mundo, los doctores franceses le confirmaron que padecía una extraña enfermedad conocida como coeur de beuf , la extrema dilatación de la ... aorta y el corazón. Cipriano de Rivas Cherif , el que fuera su gran amigo y cuñado, jugó con la metáfora para tejer su propio diagnóstico: «Lo que tiene es un corazón que no le cabe en el pecho». Sus palabras engloban, todavía hoy, el sentir general que pervive sobre el político de Alcalá de Henares; aquel que lo dibuja como un director de orquesta que logró acompasar a las diferentes facciones de izquierdas durante la Segunda República.
Pero esa fue solo una de sus muchas facetas, todas ellas con su cara y su cruz. Intelectual a la par que soberbio; profeta de la paz a la vez que defensor de usar la fuerza del Estado contra los díscolos… Definido con sorna por sus enemigos acérrimos como «El Verrugas» o «El Monstruo», fue, en definitiva, una figura de contrastes . Un «demócrata valiente que renegó de los totalitarismos de cualquier signo, fascistas y comunistas», pero también un político al que «le hemos disculpado algunas sombras como la promulgación de la Ley de Defensa de la República, que avalaba la censura», según explica a ABC el investigador Alberto de Frutos , autor de libros como 30 paisajes de la Guerra Civil o La Segunda República española en 50 lugares .
Varios Azañas
Roberto Villa García , profesor titular de Historia Política de la Universidad Rey Juan Carlos (y autor, entre otras obras, de Alejandro Lerroux, la república liberal ) es de la misma opinión. En declaraciones a ABC Cultural , confirma que «hay que separar al Azaña de las conmemoraciones del Azaña histórico» porque, en las celebraciones, se suele exacerbar lo positivo y olvidar lo oscuro. «En el personaje real encontramos varios Azañas. Entre ellos, al promotor, junto a otros miembros del Comité Revolucionario (el que luego será Gobierno Provisional), de una insurrección para derribar la Monarquía en 1930 y establecer por la fuerza una República», añade.
«Azaña consideraba la República como un programa político de revolución cultural»
Aunque la vida pública de Azaña no arribó hasta la eclosión de la República el 14 de de abril de 1931, el político, de perfil inconfundible, ya había demostrado sus dotes mucho antes de la cincuentena. Intelectual de postín, obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1926 por una biografía de Juan Valera , y se hizo un hueco entre los pensadores como presidente del Ateneo. Ya entonces, sus discursos le granjearon los elogios de periodistas de la talla de Luis Calvo , quien lo definió como un conferenciante «de genio fino e incisivo, verbo elegante y preciso, sagacidad crítica y noble erudición». El periódico El Sol , por su parte, le tildó de «orador de palabra justa» con una fluidez envidiable. Cualidades que permanecieron intactas hasta su muerte.
Tampoco le faltó la convicción de que España necesitaba un giro brusco en su polític a para renacer como potencia. «Azaña no fue de los que se subió al carro ganador el 14 de abril. Estuvo presente en el pacto de San Sebastián en 1930, y ya en 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera , publicó su discurso “Apelación a la república”, en el que amarraba su ideario», desvela De Frutos.
A pesar de ello, Villa recuerda que, como parte del gobierno provisional que subió al poder tras la marcha de Alfonso XIII , abogó por una suerte de despotismo ilustrado en el que el epicentro fuera la labor de las élites intelectuales. «Consideraba la República como un programa político de revolución cultural que debía cambiar el Estado y la sociedad. Había que “republicanizar” a los españoles , y esto implicaba aplicar sin concesiones y a rajatabla un ideario de ruptura obligada con las instituciones y los valores que habían predominado en la Monarquía constitucional», explica el historiador.
En la guerra civil abogó por el cese de las hostilidades en discursos como «paz, piedad y perdón»
Los claroscuros de su personalidad se volvieron a atisbar en 1934. A pesar de que desaconsejó a los partidos de izquierdas alzarse contra el gobierno formado por Alejandro Lerroux y la católica CEDA (coalición legítima de centro-derecha), presionó para que se disolviera el Parlamento y se convocaran nuevos comicios. Según Villa, tras la revuelta socialista y sindical de octubre en Asturias, que sofocó el ejército, «compartió candidatura en las elecciones de 1936 con los cabecillas de la sublevación» y defendió «un programa que amnistiaba a los implicados». Y eso, mientras exigía «responsabilidades políticas y penales al gobierno de Lerroux y a los militares y policías que la habían derrotado».
La Iglesia y el Ejército
Lo suyo, sin embargo, no era odio o aversión a la derecha, sino a cualquier grupo alejado del ideario republicano que defendía. «Obsesionado con que “no le comiesen la República” , procedió con la mayor dureza contra los movimientos insurreccionales de la FAI y la CNT, por ejemplo, en Fígols», explica De Frutos.
Tras su controvertida opinión sobre la matanza de comunistas y sindicalistas en Casas Viejas por parte de la Guardia de Asalto (afirmó aquello de «allí no ha ocurrido sino lo que tenía que ocurrir»), la llegada de la Guerra Civil hizo volver al Manuel Azaña más pacífico. Al personaje que clamó por una solución pactada que detuviera la muerte de jóvenes inocentes en discursos como el famoso «Paz, piedad y perdón» de 1938.
Pero si existe una controversia que perseguirá siempre a este personaje, esa fue la vivida durante su etapa como ministro de la Guerra. Su promulgación de la llamada «Ley Azaña» -que redujo el número de oficiales, obligó a los mandos a jurar lealtad individual a la República y anuló los ascensos por elección anteriores al 14 de abril- hizo que se ganara la animadversión del mundo castrense. «Algunos decían que quienes no quisieran acogerse a lo estipulado serían vejados o perseguidos. Muchos daban por seguro que los monárquicos serían enviados al destierro», apuntó el entonces teniente general Carlos Martínez de Campos en sus memorias. El enfrentamiento le hizo ser tildado, en 1934, de «hombre frío, sectario y vanidoso» por los militares más tradicionales.
Ataque a la Iglesia
Tampoco es desdeñable, por la agitación que trajo consigo, el ataque frontal a la Iglesia que protagonizó el 13 de octubre de 1931 durante el debate sobre la futura Constitución. Aquel día, tras pronunciar la famosa máxima «España ha dejado de ser católica» , abogó por impedir la enseñanza al clero y por disolver las órdenes con voto de obediencia a una autoridad que no fuese el Estado (en la práctica, los jesuitas). Este golpe, junto con el propinado al Ejército, otorgó una gran fuerza política a la oposición.
«Para él (y para todos los republicanos de izquierda), la democracia era la República. Y esta, un tipo de régimen cuya misión era “liberar” a los españoles de la influencia social de la antigua elite monárquica, de los militares, de la Iglesia católica y de lo que Azaña llamaba los “partidos reaccionarios”, que era todo lo que había a su derecha, fuesen monárquicos o republicanos», finaliza Villa.
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