LIBROS
Las cicatrices emocionales de Chantal Akerman
La reconocida cineasta y artista escribió en 1998 «Una familia en Bruselas», una historia marcada por el vínculo maternofilial
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Iniciar sesiónQué difícil es definirse a uno mismo, contestar a esa recurrente cuestión, especialmente en el mundo de las artes, que debe dar respuesta a nuestra forma de ser y, sobre todo, de querer. A Chantal Akerman (1950-2015) se lo preguntaron, a lo ... largo de su trayectoria creativa, en más de una ocasión, claro, y su respuesta fue, más o menos, siempre la misma: «Soy belga, judía polaca, nacida en Bruselas. Y, si tuviera que sentirme de alguna parte, sería de Nueva York más que de ningún otro lugar» . Un origen, y un destino, que atraviesan toda su obra hasta definirla, con la imborrable huella del holocausto en sus entrañas. Su madre, Natalia Akerman, fue deportada a Auschwitz en 1943, junto con sus padres, que murieron en el campo de concentración. Ella sobrevivió, y a los quince años fue liberada del horror nazi , pero no vivió para contarlo, porque se encerró en un silencio del que nunca salió, ni siquiera para sincerarse con su propia hija. Esa madre, tan ausente y presente al mismo tiempo, marcó la existencia de Akerman, como ella misma reconoció: «Mi madre es quien más confianza en mí misma me ha dado siempre y quien me ha querido sin reservas ni juicios, y realmente pienso que es de la fuerza de su amor de donde extraigo yo mi propia fuerza para hacer todo lo que hago».
Un amor y una fuerza que están presentes en todas sus creaciones, tanto en las cinematográficas, desde esa Jeanne Dielman interpretada por Delphine Seyrig que la consagró como icono feminista, como en todas las demás. También en el libro Una familia en Bruselas , escrito en 1998, poco después de la muerte de su padre, y que la Editorial Tránsito acaba de publicar en España. En él, narrado fundamentalmente en tercera persona, pero con magistrales cambios a la primera («me gusta mucho bostezar sienta de maravilla es como reírse»), da voz a una madre que, como la suya, sobrevivió al nazismo, pero carga con sus cicatrices emocionales , menos visibles pero a veces mucho más dolorosas que las físicas.
Libre puntuación
Su marido acaba de morir y, en una especie de monólogo sin pausa, escrito con el desasosegante ritmo del desaliento , encargado de marcar la libre puntuación, relata su final, sobrevenido tras una dolorosa enfermedad, y los días, las semanas inmediatamente posteriores a su fallecimiento. Rodeada de una extraña, por desconocida en el nuevo trato que debe dar a la viuda, familia y de sus dos hijas, «la de Ménilmontant» y «la que vive lejos», la mujer va afrontando, con los intermitentes recuerdos de su existencia compartida, su nueva condición. «Y ahora quiero que la vida sea fácil y si me apetece salir poder salir y ahora a veces me encanta ir a algún que otro concierto diurno con una amiga cuyo marido también murió y en los conciertos no dejan entrar perros. Antes de casarme también iba de vez en cuando a conciertos y no sé por qué durante mi matrimonio casi nunca fui a ninguno», confiesa la protagonista, ya casi al final de su relato.
Natalia Akerman falleció en 2014. «Me he dado cuenta de que, en el fondo, mi madre era el centro de mi obra , y por eso ahora tengo miedo. Porque pienso si tendré algo más que decir ahora que ella ya no está», dijo entonces su hija, que se suicidó en París un año después, el 5 de octubre de 2015.
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