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LIBROS

La causa justa de Vasili Grossman

La edición de nuevas «Cartas y recuerdos de Vasili Grossman» por parte de su hijo adoptivo permiten un nuevo acercamiento a la biografía del autor de «Vida y destino», que se enfrentó a los dictadores Stalin y Jruschov

Vasili Grossman, en Berlín. Mayo de 1945 ABC
Jaime G. Mora

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Vasili Grossman (Berdichev, 1905; Moscú, 1964) terminaba sus estudios en la Facultad de Física y Matemáticas de la Universidad de Moscú cuando, a los 24 años, se enteró del suicidio de una joven a poca distancia de donde él vivía. «Un suceso de veras horrible –le escribió a su padre–: el alba de una mañana de primavera, el sol brillando en lo alto, las gotas de rocío refulgiendo al caer al suelo desde las ramas de los pinos y esa joven tumbada sobre la nieve con la cabeza abierta y sus cabellos negros tintos en sangre…».

La atención por los detalles, la obsesión por la paradoja, ya distinguía la mirada del autor de « Vida y destino » durante sus años universitarios. Tanto que, cuando se licenció como ingeniero químico, en 1929, estaba más interesado en la literatura que en la ciencia: «Los estudios me tienen harto y lo que me atrae es la literatura».

«Creo que soy incapaz de reflejar toda la riqueza y el horror que entraña la guerra. Trasladada al papel, la guerra palidece»

Casado y con un hija que nacería en 1930, Grossman se trasladó a la cuenca de Donetsk a trabajar a un laboratorio. Dos años después, fracasado su primer matrimonio, regresó a Moscú. En la capital rusa se empleó en una fábrica de lápices y dio sus primeros pasos en el mundo de la literatura hasta su verdadera puesta de largo, en 1934, con la publicación del relato «En la ciudad de Berdichev»: «Está levantando un ruido tremendo. Desde que salió a la venta no paran de llegar opiniones de otros colegas escritores y todas son en extremo favorables».

Ese mismo año publicó su cuento «¡Buena suerte!», emplazado en una mina de carbón, y después sacaría otros dos libros de relatos.

Grossman ya se relacionaba con el grupo de escritores Pereval y se enamoró de la esposa de uno de ellos, Borís Guber , que nada pudo hacer para impedir la relación. Poco después, en la purga de 1937, Borís fue detenido y ejecutado por «traición a la patria». Pese a que Olga Guber se había divorciado de él un año antes, fue detenida por no haberlo delatado, como exigía la ley. Grossman adoptó a los dos hijos de Olga y envió cartas a todas las instancias para lograr la milagrosa puesta en libertad de su segunda mujer.

«Es hora de que comprendas ahora que tenía muy pocas posibilidades de regresar de Stalingrado con vida»

Fedor Guber , el hijo adoptivo de Grossman que sobrevivió a la guerra, recoge en «Cartas y recuerdos de Vasili Grossman» (Galaxia Gutenberg) correspondencia inédita del escritor con sus familiares, así como cuadernos de notas y otros documentos que permiten un nuevo acercamiento al legado de uno de los autores que mejor ha contado el horror de la Segunda Guerra Mundial y del estalinismo.

«¡Los mineros me conocían! –le escribió a su mujer en una de sus primeras cartas desde Ucrania, adonde viajó como corresponsal–. Muchos hasta reconocían mi rostro por el retrato que aparece en mi libro sobre el trabajo en las minas». Sus crónicas, pegadas al día a día de los soldados rasos, lo convirtieron en uno de los reporteros más leídos. «Creo que soy incapaz de reflejar toda la riqueza y el horror que entraña la guerra –reconocía, en su intento por retratar el desastre–. Trasladada al papel, la guerra palidece».

Grossman fue enviado después a Stalingrado , una de las experiencias más importantes de su vida. «La ciudad está muerta –apuntó en sus cuadernos de guerra–. Pero las bombas no cesan de caer sobre el cadáver de la ciudad». En la redacción reescribían sus crónicas para hacerlas más fervorosas: «Estoy trabajando en condiciones extremadamente duras y me gustaría que mi trabajo fuera tratado con mayor atención y consideración…».

«Carece de sentido que yo permanezca en libertad mientras el libro al que dediqué mi vida está en prisión»

Cuando recibió la orden de abandonar la ciudad, escribió a su mujer: «Es hora de que comprendas ahora, cuando te lo puedo decir, que tenía muy pocas posibilidades de regresar de Stalingrado con vida. Ahora eso ha quedado atrás y salí de allí sano y salvo».

En 1944 llegó a Berdichev, donde confirmó la muerte de su madre en una de las primeras grandes matanzas de judíos. En «Cartas y recuerdos» se reproducen dos misivas estremecedoras que Grossman le escribió a su madre nueve y veinte años después del fallecimiento: «Yo soy tú, mi entrañable mamá. Y mientras yo viva, también vives tú».

Luego visitaría el campo de exterminio de Treblinka y entraría en Berlín tras la rendición de los nazis. «Enorme e impresionante el edificio del Reichstag. Los soldados encienden hogueras en el vestíbulo, borbotea la sopa en los pucheros, las bayonetas sirven para abrir los tarros de leche condensada», anotó. «El despacho de Hitler . La sala de recepciones. El gigantesco vestíbulo en el que un joven cosaco moreno de pronunciados pómulos aprende a ir en bicicleta, cayéndose una y otra vez».

«Usted pidió a Jruschov publicar “Vida y destino”. No puede ser. Compara el fascismo hitleriano con nosotros»

Testigo de tanto horror, Grossman había visto las grietas del comunismo y se resistía a practicar el culto a la personalidad de Stalin , que siempre receló de él. En 1942, el dictador impidió que el autor ganara el premio Stalin por la novela «El pueblo es inmortal». «Todo esa historia en torno a la concesión del premio me fastidió bastante –se sinceró–. Todo eso ya ha quedado atrás y ahora tengo por delante un trabajo de gran envergadura». Grossman comenzaba a trabajar en la dilogía Vida y destino.

La primera parte de su gran novela sobre la guerra, «Por una causa justa» , le llevó seis años de trabajo, y aunque el primer capítulo fue avanzado en una revista literaria, los varios procesos de reescritura que hubo de tolerar retrasaron su publicación. A través de una carta en la que interpelaba incluso a Stalin, reclamó permiso para imprimir lo que definió como la obra fundamental de su vida. Le dieron el visto bueno en 1952, pero una crítica demoledora en «Pravda» puso a Grossman bajo sospecha. Solo la muerte de Stalin, un año después, rehabilitó y salvó la vida del escritor.

Cuando emprendió la segunda parte, «Vida y destino», Grossman ya no se esforzó en ajustarse a las imposiciones del régimen. «¿A qué editor llevaré esta obra una vez acabada?», se preguntaba. La respuesta del Gobierno fue implacable: «Al narrar los hechos relacionados con la batalla de Stalingrado, Grossman identifica los Estados socialista y fascista, difama al orden social soviético adjudicándole rasgos totalitarios, presenta a la sociedad soviética como una sociedad que aplasta cruelmente al individuo, a la vez que coarta su libertad».

El 14 de febrero de 1961, los servicios de Seguridad secuestraron los nueve manuscritos que encontraron, incluso las cintas de la máquina de escribir utilizada.

Grossman exigió ante la máxima instancia, el presidente Jruschov , la publicación del libro: «Pido que se le devuelva la libertad a mi libro y pido que quienes conversen y discutan sobre mi manuscrito sean los editores y no los agentes del Comité para la Seguridad del Estado. Carece de todo sentido y es ajeno a toda verdad que yo permanezca en libertad, mientras el libro al que dediqué mi vida está en prisión».

Le respondieron que la obra no podía ser publicada: «La carta que usted escribió a N. S. Jruschov es muy honesta y ello es muy positivo. [...] Pero esta novela no puede ser publicada. Es una novela enemiga del pueblo soviético y su publicación sería nociva para el pueblo y el gobierno soviéticos. [...] Esa novela solo será de provecho para nuestros enemigos». Todas sus esperanzas se desvanecieron: «La decisión no tiene vuelta atrás. Y la verdad es que, desde su punto de vista, llevan razón…».

Grossman murió tres años después, por las complicaciones surgidas tras detectarle un cáncer de pulmón y extirparle el riñón derecho. En sus últimos tiempos apenas consiguió publicar unos pocos relatos. Muchos otros títulos, entre ellos la novela « Todo fluye », permanecieron inéditos. Pero Grossman había dejado en manos de unos amigos otros dos manuscritos de «Vida y destino» y, a finales de 1974, uno de ellos decidió fotografiar el libro página por página y lo envió a un editor extranjero. En Francia fue un bombazo editorial. Las ediciones se sucedieron en más países con idéntico éxito durante la década de los ochenta. Grossman había entrado en el olimpo de la literatura universal.

«El tiempo es una suerte de fiscal general que se encarga de juzgar los títulos inmerecidos –dijo Grossman en una ocasión–. Pero el tiempo, a su vez, no es enemigo de los verdaderos logros de la literatura, sino su noble y razonable amigo, su fiel y paciente legatario».

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