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LIBROS

Catarsis del espanto entre un padre y un hijo

Ricardo Menéndez Salmón salda cuentas en su último libro con su padre. «No entres dócilmente en esa noche quieta» es una historia, como todas las suyas, que transita entre el ensayo y el realismo, en este caso, más crudo

El escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón Isabel Permuy

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«La lucidez es una categoría del espanto», escribe Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971), cuando el lector ha advertido, avanzado el libro, que esta elegía suya respecto de su padre es más que una confesión , quizá se conciba como catarsis. La edad de Ricardo Menéndez Salmón es semejante a la de otros que han necesitado escribir a la muerte del padre. De los ejemplos que la contracubierta editorial señala, quizá « Patrimonio» de Philip Roth esté mas cerca de su libro que el de otro judío citado, Amos Oz . Entre nuestras letras hispanas otro judío, Eduardo Halfón, podría haber sido convocado. Es una tradición que ha entregado grandes libros y que, por supuesto, necesita tener a un escritor detrás para poder sostenerse.

Hay que decir sin ambages que Menéndez Salmón es uno de los mejores escritores con que contamos en España. De no creerse él mismo así no se habría atrevido a publicar éste. Los libros que se plantean como una necesidad y que retratan a un yo desnudo frente a las vivencias contradictorias de la figura del padre, tienen la propiedad de situar al crítico en el límite no deseado de estar obligado a representarlos como si fueran literatura, sabiendo que el pacto que ha dado nacimiento a su escritura sobrepasa esa dimensión.

Capacidad reflexiva

En la medida en que afecta a un pacto del escritor consigo mismo y la figura/contrafigura del padre, poco puede decirse más allá del respeto debido a un hombre que decide mostrar públicamente sus angustias, egoísmos, debilidades y hasta alguna impudicia que te remueve en el sillón mientras la lees. Incluso, me he preguntado, mientras pasaba las más cruentas páginas, si uno tiene derecho a mostrar a su padre de tal forma, si acaso la literatura no tiene también sus límites. Quizá sea más claro si me refiero a que el cuerpo en descomposición del ser querido habría necesitado de una piedad que sobrepasase la extrema lucidez. Pero quién es el crítico literario para decirlo, si el hijo ha decidido hacer otra cosa.

Hay dos condiciones que la escritura de Menéndez Salmón posee desde que lo he conocido: la capacidad reflexiva y el escalpelo lírico . Ambas sostienen páginas memorables. Respecto a la primera podría decirse que «No entres dócilmente en esa noche quieta» ha llevado la lucidez reflexiva a un punto cumbre. En realidad, no hay libro de Menéndez Salmón que quede alejado del género ensayo, pero una cosa es hacerlo sobre la guerra, la pintura, las posibilidades de la representación, el poder, incluso la niñez o el amor, y otra que el asunto al que te enfrentes sea la muerte. Mucho más si Baruch Spinoza f orma parte de tu venero . Pero ocurre que el dolor ante la miseria del padre raya lo indecible, y en el fondo plantea la vieja cuestión de un corazón de tinieblas.

Lacerante

Aunque por mucho que el lector se resista ante imágenes que le habría gustado quedaran en la intimidad, hay que avanzar en la idea de que el arte y en este caso la escritura, que me ha parecido al mismo tiempo lacerante y lúcida, rayana en lo tolerable, quede como único lugar donde sea posible la representación de lo humano. Y de lo cierto, si quien escribe lo ofrece como testimonio de su culpa . Quizá el momento clave de este texto sea aquel en que lucubra sobre la culpa. Pero la culpa es un gran momento en rigor intrasvasable, por eso resulta tan difícil convertirlo en literatura del yo y quienes la han abordado radicalmente como Shakespeare, Dostoievsky o Kafka, decidieron universalizarla desde parámetros que excedieran la escritura personal, ya que no hay literatura que pueda sostenerse para uno mismo.

El límite radicará en si logra convertir sus imágenes en vida para el lector. La compasión es condición de la catarsis, quizá su única posibilidad. Con todo, llevados por Menéndez Salmón a su línea de sombra, contiene páginas esplendorosas. Rezuma esa extraña forma de sabiduría de quienes aciertan a explorar como nadie las imágenes de un dolor (amor) que creíamos indecible. He cerrado este libro pensando que quizá sea fronterizo y sitúe a la obra del escritor en el espejo de sus posibilidades de crecimiento, cuando alcance a saltar más allá de sí mismo.

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