LIBROS

«Cáscara de nuez», nacer o no nacer

El autor de «Expiación», Ian McEwan, da una vuelta de tuerca a «Hamlet» en una novela protagonizada por un vengador fetal

Ian McEwan, autor de «Cáscara de nuez» Inés Baucells

Ian McEwan (Aldershot, Reino Unido, 1948) contó que la idea para «Cáscara de nuez» se le ocurrió mientras conversaba con su embarazada hija política . «Hablábamos sobre el bebé por llegar pero, aunque estuviese dentro de ella, yo era muy consciente de su ... presencia en la habitación», dijo. Pero seamos maliciosos -este es un libro muy malicioso-, y pensemos que McEwan fue convocado para esa reciente colección de conmemorativas y cuatricentenarias reescrituras libres de Shakespeare y que primero dijo sí; pero luego se lo pensó y prefirió ir por libre y no compartir su idea. Y -de haber sido así- es comprensible: la de «Cáscara de nuez» es una muy buena aunque no tan original idea.

Pero «Cáscara de nuez» es también un hito importante en su obra . No solo por su pericia técnica o su personal voz narradora sino porque permite reencontrarse a los que ya estaban un poquito cansados (me incluyo) de su perfil de «best seller» comprometido con aquel joven bestial y transgresor que alguna vez fue. Ese que escribía muy lejos de los verdes laureles y de aquel verde vestido de Keira Knightley en la adaptación cinematográfica de « Expiación » así como de esas un tanto envaradas y solemnes y preocupadas por «el estado de las cosas», «Chesil Beach» o «La ley del menor». Me refiero al McEwan de relatos antológicos y transgresores como «Fabricación casera» y «Geometría de sólidos» en «Primer amor, últimos ritos» o de novelas perfectamente degeneradas como «El jardín de cemento»

Aceptar la premisa de «Cáscara de nuez» implica dejarse llevar por el genio del ingenio

¿La idea entonces? Reinventar a Hamlet . Algo que ya hicieron con diversos modales Iris Murdoch en «El príncipe negro», Updike en «Gertrudis y Claudio» y David Foster Wallace en «La broma infinita»; pero nunca ni nadie con una maniobra tan radical como McEwan. En «Cáscara de nuez», el inminente «príncipe de la casa» atormentado por el crimen que planifican su madre y su tío no ha nacido aún pero ya lo sabe todo . Es un vengador fetal de ocho meses que escucha y conspira con hipnótica voz de soliloquio amniótico. Alguien que anticipa el futuro, cita a Philip Larkin , degusta lo que bebe y come su progenitora, y teoriza sobre los catastróficos «nuevos tiempos». Siempre por ser dado a luz y a sombras desde las profundidades del vientre materno. Santuario y refugio cuya calma es rota por un miembro de Claude, por lo que se lamenta con un «no todo el mundo sabe lo que es tener a unos centímetros de la nariz el pene del rival de tu padre. En esta etapa avanzada deberían contenerse por mi bien. Lo exige la cortesía, si no el imperativo médico».

Todo huele a podrido

Y, no, su familia no es de la realeza pero son reales: la veinteañera en celo Trudy y su imparable amante y agente inmobiliario Claude tramando el asesinato del editor de poesía fallido John para cobrar la herencia están más cerca de Ken Loach que de palacio aunque todo huela tan a podrido como en Dinamarca en esa ruinosa mansión georgiana de St. John’s Wood, Londres.

Aceptar y admirar semejante premisa implica dejarse llevar por el genio del ingenio. «Cáscara de nuez» ha recibido reseñas que la han acusado de tontería o enaltecido como obra maestra a la altura de su inspirador original. Ni lo uno ni lo otro; tal vez, algo más interesante e inesperado: McEwan retrocediendo hasta volver a ser aquel bebé prodigio . Ese escritor precoz que fue y que decidió dejar de ser y que aquí -nacer o no nacer esa es la cuestión, y finalmente se nace- vuelve a salir dando gritos para no dejar dormir a nadie, para que no dejemos de leerlo.

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